Bienvenido al nuevo mundo

Cierta vez, un grupo de jóvenes amigos que realizaba una excursión turística por varias ciudades de Europa, arribó a la ciudad de Madrid (España), un sitio muy frecuentado por los viajeros de todo el mundo. También en esta ciudad, como en otras del Viejo Continente en las que habían estado, aquellos amigos decidieron conocer un sinfín de paseos públicos que son de rigor en el derrotero de cualquier visitante. Pero como Madrid es también una ciudad muy conocida por la agitación de su movida nocturna, no quisieron dejar pasar la oportunidad de encontrar en ella un poco de diversión. Fue así como decidieron concurrir una noche en una renombrada discoteca de la capital española.

Dentro de la discoteca la movida estaba agitadísima. Una multitud de gente de todas partes del mundo colmaba las instalaciones y bailaba en perfecta comunidad en medio del estrépito de la música y del colorido de las luces. Los amigos, sin embargo, antes de dirigirse a la pista de baile, decidieron arrimarse a la barra a tomar algunos tragos.

De pronto, a uno de ellos le comenzó a llamar la atención la avasalladora presencia de una mujer que, sentada en el otro extremo de la barra, lo miraba con una fijeza extraordinaria. Se trataba de una mujer hermosa, encantadora. Llevaba puesto un vestido de color rojo muy escotado y la sobrevolaba un aire sumamente seductor. Su presencia no pasaba desapercibida para nadie. Al joven, obviamente, también le gustó. Y como además aquella mujer no le apartaba la vista un solo segundo, y su mirada parecía traducir intenciones bastante claras, creyó que lo más razonable sería acercarse. Entonces dio un par de tragos más a su bebida, para sentirse seguro, y apartándose de sus amigos comenzó a caminar en dirección a la mujer.

Cuando por fin estuvo a su lado el joven pudo comprobar que, en efecto, aquella mujer tenía fuego. Irradiaba un aura mágica que hipnotizaba, una belleza de una fuerza tan poderosa que ante ella llegaba a perderse el control y el dominio de los sentidos. Al iniciar la conversación, el joven intentó ensayar unas maniobras de acercamiento, pero lo hizo sin plena conciencia de lo que decía, pues en su mente albergaba un sólo pensamiento: terminar en la cama con esa mujer. Mayúscula fue entonces su alegría cuando, al cabo de un breve diálogo, ella le allanó el camino de su deseo con facilidad, invitándolo a retirarse juntos del lugar en busca de un sitio más íntimo. Salieron juntos, pues, de la discoteca, y luego de subirse a un taxi se fueron a un hotel madrileño.

Los dos jóvenes, ya bastante borrachos, entraron atropelladamente a la habitación del hotel y en seguida comenzaron a besarse, a tocarse y a sentirse. No mediaron sino apenas unas pocas palabras, ya que no había necesidad de ellas. Arrojaron sus ropas por los aires con desenfreno y comenzaron a tener sexo. El joven creía que se encontraba en el Paraíso. Su suerte no podría ser mejor: en una ciudad alucinante, con una mujer increíble, coronando una noche perfecta.

Una vez que los dos amantes terminaron de dar rienda suelta a la lujuria, se pusieron a dormir juntos, muy abrazados. El cansancio, mezclado con el efecto de unas cuantas copas de alcohol, acabó por rendirlos. Entonces en aquella habitación de hotel sobrevinieron la oscuridad y el silencio.

Lo raro del caso es que a la mañana siguiente, cuando el joven se despertó, lo hizo en solitario. La mujer que había conocido en la discoteca, y que le había regalado uno de los recuerdos más poderosos de su vida, no se encontraba a su lado. El muchacho estaba perplejo. Sin comprender del todo lo que estaba pasando, y todavía algo mareado por la resaca, decidió entonces dirigirse al baño para averiguar si por casualidad ella no se encontraba allí. Y cuentan que fue entonces que el joven no sólo comprobó que su compañera había desaparecido para siempre, sino también que su vida no volvería a ser la misma y que se encontraba, literalmente, a las puertas de un nuevo mundo. Pues en el espejo, escrito con lápiz labial de color rojo, el muchacho encontró un mensaje de puño y letra de aquella mujer fatal, que decía: «Bienvenido al mundo del SIDA».

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Mariia_Castiel_7

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