Las paredes blancas y estériles de mi prisión se han vuelto reconfortantes. La ranura para la comida se abrió por mi puerta y el robot de entrega empujó mi última cena, pero no tenía hambre. El cronómetro sobre la pantalla del televisor de mi habitación me dijo que solo me quedaba una hora, y eso me llenó de terror. La comida permaneció intacta hasta que la cuenta regresiva llegó a cero.
El guardia, reforzado con armadura y más robusto que su contraparte de entrega, cubrió la entrada a medida que la abría.
—Señor, está listo para ser liberado.
Siempre tan educados, estos robots. Fueron venerados como los salvadores del sistema penal cuando fueron presentados por primera vez. Los robots no serían prejuiciosos, los robots no necesitarían hacer uso de fuerza excesiva. Podían ser construidos para resistir cualquier golpe que les dieran. Créanme, lo he intentado. Eso fue lo que me consiguió diez años en confinamiento solitario. Instiga suficientes peleas, golpea suficientes robots de entrega, y aparentemente te conviertes en un «prisionero problemático» y eres removido de la población general. Pero eso me salvó.
Cuando no me moví y seguí ignorando el comando del guardia, entró para hacerme salir. Me opuse, lanzando puñetazos, rogándole que me permitiera quedarme. Simplemente me inyectó un sedante leve y me dijo que mi cuenta estaba saldada. Pero yo no quería ser libre.
Me cargó hacia la ventanilla de procesamiento. Los robots de oficina le habían dado un buen seguimiento a mis pocas pertenencias. Se me regresó la ropa con la que vestía en aquel entonces, junto con mi billetera. Una tarjeta de crédito que había expirado hace veinte años y algo de dinero en efectivo era lo único que quedaba.
Entonces comencé a llorar. Una de las pantallas en la habitación cobró vida y una voz relajante apareció. La inteligencia artificial de la prisión me recordó que habían contactado al centro de rehabilitación y le habían dejado un mensaje al director para que me esperara. Me aseguró que tenían un psicólogo excelente, el cual me ayudaría a resolver cualquier ajuste que necesitara para reingresar a la sociedad. Los robots habían tomado el control de las prisiones como una medida de eficiencia y para reducir costos, pero se quiso mantener un toque más humano cuando se trataba de rehabilitar a los prisioneros. Una decisión que podría matarme.
Caminé por el último tramo del pasillo, aproximándome a las puertas hacia el exterior. La luz del día se hacía más brillante y el pánico florecía en mi pecho. No quería ver lo que estaba afuera, pero los guardias escoltándome se aseguraron de que llegara a las puertas.
Salí y me encontré con los cuerpos. Hombres y mujeres en descomposición saturaban las calles. La televisión en mi celda me había anunciado cuando la plaga brotó hace dos años. Hace un año, fue declarada una pandemia.
Una tasa de infección del cien por ciento, una tasa de mortalidad del cien por ciento. Un conteo de un año hasta que me uniera a ellos. Y mi tiempo se había agotado.
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4 comentarios
Woooow que buena esa historia
Genial. …. Simple y fenomenal!
:0
me suena