La fuga
Con severa preocupación desperté solo, desprovisto de todo espíritu, en un maquiavélico cuarto. Le doy una tímida orden a mi memoria pero ésta me engaña ¿Cómo he llegado yo hasta aquí?
Mi desesperación aumenta, al parecer mi mente siempre ha permanecido intacta, ya que todo pensamiento surge con cada reconocimiento de mis sentidos. La vista, cegada por cuatro paredes color blanquecino funesto. El olfato, golpeado por un olor desagradable, como si el ambiente estuviera bañado en aguarrás. El tacto, nulificado, alguien me ha atado los brazos con demasiada fuerza. El gusto, amargo, con el sabor de haber despertado de una vida entera. Y la pregunta razonable que golpea con fuerza a mi aletargada mente ¿Dónde estoy?
Ahora no sólo pienso esta pregunta, también comienzo a gritarla con mayor intensidad. El eco escalofriante de mis palabras huecas regresa a mí con un aire frío, es inútil que continúe con mi empresa. Olvido mi sentido faltante cuando de pronto escucho unos pasos acercarse a la puerta donde me encuentro recluido.
Debe ser mi verdugo-pensé- por lo menos no estoy solo, es ese el menor de mis alivios.
Cuando menos lo espero, una mujer con forma de ánima se presenta ante mi miedo. Menciona un nombre, pero yo no lo reconozco, debe estar dirigiéndose a mí. En palabras inarticuladas logro comprender que no quiere hacerme mal. Debía hablar una lengua extranjera, ya que no reconocía en que idioma me hablaba. Se acercó a mí con un extraño movimiento. Me confortó con un ademán, mientras yo intentaba hacerle entender que había una equivocación conmigo, yo no pertenecía ahí. Con una mirada de lástima, me forzó a tomar una píldora, y de ese modo regresé a mi letargo.
Estaba secuestrado, tal vez sería por siempre.
Luego me percato que esta escena ya la había vivido antes, con ligeras variaciones, quién sabe cuántas veces. En algunas ocasiones me llevaban alimentos con sabores extraños, en otras, me hacían preguntas que mi mente no entendía y mi lengua no podía contestar, y cuando les refería su error conmigo, siempre terminaba narcotizado y olvidando el suceso en sí.
Debió pasar mucho tiempo para darme cuenta que no era el único preso, sino que a muchos otros, junto a mí, nos tenían secuestrados en una gran mansión.
Lo que más me aterraba, era la privación de mi libertad, la angustia de saber que dementes nos dictaban como proceder. Con sonrisas falsas y miradas penosas manejaban nuestras vidas a su antojo.
Así permanecí entre mutilados y desesperanzados en aquel lugar del infierno, donde el tiempo parecía suspendido.
Todos los días lo mismo, todos los días viviendo la misma mentira.
Cierto día decidí poner fin a mi monotonía y busqué aliados entre el mar de inválidos. Pese a que todos anhelaban su libertad, la mayoría eran cobardes que les gustaba vivir resignados a su horrible realidad, todos excepto uno: “El pequeño” o así se decía llamar. Me contó que tenía tiempo sospechando mis mismas sospechas, y el cómo había intentado escapar en hartas ocasiones, pero nadie escuchaba su llamado. Pronto se convirtió en mi único amigo.
En ciertas ocasiones nos reunían a todos para convivir y hacer sus experimentos enfermos. Aprovechando estas reuniones, mi amigo y yo elaboramos un plan de escape, que fuimos anotando a intervalos en pequeñas notas que nos proporcionaban para distraernos, todo con la intención de no olvidar nuestro cometido, por alguna extraña razón, nuestras mentes solían carecer de memoria y coherencia.
Por fin el día soñado se dio, pusimos en marcha nuestro plan. La mujer de siempre se deslizó hasta mi cuarto para darme la píldora. Disimulé tomarla, mientras era desatado para estirar los músculos, ocultándola por debajo de la lengua, y cuando bajó la guardia, degollé su cuello fulminando su vida con un artefacto que había ocultado por debajo de mi litera, mi amigo lo había hurtado no sé cómo. El cuerpo calló silencioso, y lo oculté bien en la litera, simulando ser mi persona. Era la primera vez que mataba a alguien, pero mi libertad lo valía. Me encontré con mi amigo en el punto acordado, por lo que deduzco que él también hizo bien su empresa. Caminamos con sigilo y embaucamos al jefe de llaves. Dejé de sentir remordimiento alguno. De pronto el silencio sepulcral se interrumpió por un gran alboroto. La escena siguiente apenas si la puedo recordar. El pequeño y yo nos apresuramos hacia la puerta principal, entre tanto éramos perseguidos por auténticos demonios con vestiduras de ángeles. Con miradas furiosas y pasos precipitados querían impedir nuestra libertad gritando ¡están locos! , pero un hálito brillante se asomaba cercano hacia nosotros. Con manos temblorosas introduje la llave en el cerrojo, rogándole a dios que mi mente no se estropeara en esos momentos de angustia. El clic que escuché simbolizó mi libertad tan anhelada. No veo por ningún lado a mi amigo, él no lo logró.
Me encuentro corriendo, mientras volteo y reconozco el nombre de la mansión. Ya he dejado todo eso muy atrás. Al fin me di a la fuga.
Al fin escapé de ese lugar, al que los hombres le llaman “El Manicomio”
Fin.
2 comentarios
Guau, estaban loquitos. Es uno de esos creepypastas que lo entendes leyendo la ultima frase. Un clasico, y esta muy bueno. 5/5
Gracias!! 🙂
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