La casa antigua.

Andrés miraba la casa del lado como solía hacerlo cuando no tenía nada que hacer. Era un tanto antigua, él no recordaba haber visto alguna familia viviendo ahí, siempre la encontró interesante, le gustaba. Luego de unos minutos, procedió a acostarse; Encendió el televisor y puso una película aburrida que lo hiciera dormir.

– No falta mucho para empezar la universidad, más me vale descansar lo más que pueda – se dijo, cerró sus ojos y se dejó llevar por el cansancio.

Abrió sus ojos cuando la luz del sol comenzó a molestarlo, apagó el televisor – Maldición, olvidé poner el temporizador otra vez – Sacudió un poco la cabeza y se revolvió un poco el cabello con las manos. Algo había cambiado, se sentía diferente.

Se puso de pie y dio un vistazo a su habitación, su ropa seguía tirada en el mueble, sus fotografías intactas en su pizarrón, su cámara sobre la mesa de noche; pero, su cama… Al parecer había tenido una noche agitada, las sábanas estaban mucho más desordenadas de lo normal. La tendió y ordenó un poco su ropa.

– Si mamá ve este desorden me va a regañar.

Sintió frío, se puso una polera encima y vio al espejo. Abrió un poco la cortina y vio la casa, sonrió y bajó las escaleras hacia la cocina.

– Ya era hora que despiertes, son más de las diez – le dijo su madre, – Ana, amor, déjalo en paz, está de vacaciones, tiene derecho a dormir cuanto desee. – La madre dio una mirada un tanto fría a su esposo.

Ana puso un plato con huevos revueltos y tocino en frente de Andrés, comieron y hablaron sobre temas de poca importancia con tal de no generar el silencio incómodo. Terminaron y Andrés se dispuso a lavar los platos mientras sus padres se levantaban de la mesa y alistaban para ir a trabajar.

– Hoy saldré al parque, madre. Regresaré en la noche. – Dijo Andrés a su madre.

– No vayas a llegar muy tarde y llévate algo para merendar. Cuídate mucho, ya me voy.

– Cuídate hijo, no hagas tonterías. – Dijo Alaín mientras daba palmadas en la espalda a su hijo. Él se limitó a sonreír.

La casa se encontraba ahora en silencio. Andrés subió las escaleras hacia el segundo piso, entró al baño y se dio una larga ducha, cuando terminó deslizó su mano sobre el espejo, se lavó los dientes y procedió a dirigirse hacia su cuarto. Una vez ahí, se puso un polo de manga larga cuello tortuga color negro, un par de jeans y sus zapatos más cómodos. – Hoy debo tomar buenas fotos – Pensó. Cogió su cámara, su casaca negra de cuero, ya un poco gastada,  sus llaves y salió de su habitación. Cerró todas las puertas con llave y al salir de la casa, marcó el código de seguridad en la cerradura.

Le gustaba caminar mucho y tomar fotografías a cualquier cosa que le pareciera interesante, sobretodo en días como este, cuando el cielo estaba nublado y cierto misticismo envolvía las calles.

Mientras pasaba por el boulevard vio a un anciano sentado en un banco, solo, tenía una mirada triste, Andrés le tomó sigilosamente una fotografía. – ¿Qué le habrá pasado? – Se preguntó.

Al llegar al parque se recostó sobre el pasto y miró a su alrededor, era un día de semana en que la gente trabajada, habían en su mayoría jóvenes y niños disfrutando de sus vacaciones. El viento soplaba frío, el cielo estaba despejado y las hojas de los árboles dejaban sonar una canción melancólica, Andrés se perdió en su melodía.

– ¡¿Qué hora es?! – Pasó por su mente. – Demonios, me quedé dormido. – Miró su reloj, eran poco más de las dos de la tarde. – Mis padres llegarán en tres horas, mejor me quedo un rato más, sin tener qué hacer me aburro estando en casa. Tomó varias fotografías de personas solas, algunas felices, otras, con dolor en la mirada. – Probablemente se sientan tan solas como yo.

Durante su camino de regreso a casa, miro el cielo, estaba despejado, se perdió en sus pensamientos y cuando se dio cuenta, ya estaba en su cuadra. Se detuvo en la casa antigua, la miró fijamente y analizó sus detalles, era grande y emitía aires de elegancia. – Sólo necesita pintura, probablemente sea demasiado cara y por eso nadie la compra. ¡Cómo me gustaría que fueses mía! – Pensó mientras dibujaba una pequeña sonrisa en su rostro.

Marcó el código y abrió la puerta principal, pasó a la sala y prendió el televisor. El volumen medio de ésta no le impidió escuchar el sonido de fondo. – ¿Qué es ese ruido? ¿Camiones? – Se asomó por la ventana a ver qué sucedía. Habían llegado un auto negro y un pequeño camión de mudanza a su preciosa casa antigua.

Del auto descendieron dos personas, un hombre adulto y una joven. Andrés pensó: Deben ser un padre e hija. La joven tenía una capucha que no dejaba ver su rostro. Andrés sintió mucha curiosidad, trató de buscarle el rostro, ella se dio cuenta de que la estaban mirando. Andrés se asustó y dejó caer la cortina.

Se sentó en el sofá y siguió mirando el televisor, mas no podía concentrarse. Se sentía extraño al saber que su preciosa casa antigua era de alguien más, se sentía extraño porque pudo ver el rostro de la joven, tan hermoso. Se sentía avergonzado por haberse ocultado. – Pensará que estoy loco – Al poco rato llegó su madre, dio un beso en la frente a Andrés y se dirigió a la cocina. – ¿Tienes hambre, bebe? – Sí, mamá… Esto… ¿Has visto que se ha mudado una familia al lado? – Sí, he visto, en algún momento los conoceremos, ¿no? – Dijo la madre mientras se asomaba por la cocina y sonreía tiernamente.

Llega el padre y saluda a Andrés con una palmada. – ¿Qué tal? ¡Qué rico huele! ¿Sabes que ha cocinado tu madre? – Sí, pasta. Papá… ¿Has visto que se han mudado al lado? – ¿En serio? Sí, tienes razón, creo que movimiento allá afuera, ¿verdad?

– ¡Ya está lista la cena, vengan a la mesa! – les dijo la madre. Mientras comían Andrés les preguntaba si habían visto a las personas que serían ahora sus vecinos, trataba de contenerse para que no sea notoria su curiosidad.

Al terminar y subir hacia su habitación, que se encontraba a oscuras, se dio cuenta que por su ventana entraba cierta luz, muy tenue, se asomó sigilosamente por ella y la vio. Estaba acomodando sus cosas en la habitación. Era muy hermosa, su piel era canela; su cabello, largo y negro; pero, lo que más le llamó la atención fueron sus ojos, grandes, negros y profundos. Sintió cosquillas en todo su cuerpo. – Será que… ¿Esa es su habitación? – La sola idea lo ponía muy nervioso, no prendió luz alguna, no quería ahuyentarla. La contemplaba, deleitaba su mirada. Dejó de mirar, se cambió y echó en la cama, con los brazos cruzados bajo su cabeza, perdiendo su mirada en el techo solamente para imaginarla. – No está bien que piense así de ti – Se dijo.

A la mañana siguiente cuando abrió los ojos, se le vino una idea a la cabeza – ¿Será que sentí que ella iba a venir? – Bajó, tomó desayuno y subió a su habitación, otra vez se asomó con mucho cuidado e intentó verla. Sus ventanas estaban medio abiertas, el viento soplaba las cortinas y apenas dejaba verla, estaba durmiendo. – Qué preciosa eres… – Se quedó durante varios minutos viéndola dormir, viendo sus labios sonrojados. Ella cambia de posición, entonces su bata deja a la vista la curva del inicio de sus senos. Andrés siente cómo las cosquillas se hacen más fuertes y se esparcen por todo su cuerpo, se siente excitado y no quita la mirada de ese pedazo de piel. – Se ve tan suave… – Sin poder evitarlo, baja su mano y se acaricia el miembro. Sacude la cabeza y reacciona. – No, no, no, no debo hacer estas cosas.

Se sienta en su escritorio y comienza a dibujarla, comienza a imaginarla, esos ojos, sus senos… No podía evitar morderse los labios, se le agitaba la respiración. Se recuesta en la cama e intenta descansar, después de todo, son vacaciones y no hay nada que hacer. Se da una pequeña siesta. Despierta y estira los brazos, sin darse cuenta abre su ventana y ahí estaba ella, ordenando sus cosas. Cruzan miradas, él, abre los ojos y se queda quieto. – Maldita sea me veo horrible y me está viendo así… – Ella, muy tímida, quita la mirada y suelta una muy leve sonrisa.

Andrés le sonríe, ella sólo baja la mirada y continúa con lo suyo. Él se retira de la ventana y se peina con los dedos. – Iré a ordenar un poco el garaje, de repente la veo – Pensó.

Efectivamente, la muchacha pasó por ahí con algunas cajas sin darse cuenta de la presencia de Andrés.

– ¡Hola! – Dijo Andrés. La muchacha se asustó y dejó caer las cajas al suelo. – Discúlpame, no pensé que te asustarías, mi nombre es Andrés, vivo al lado. – Dijo el joven en tono suave a la muchacha mientras recogía las cajas.

– Yo… Mi nombre es Amelia…

– Hola, Amelia, ¿me permites ayudarte con las cajas?

– No creo… Yo, yo puedo sola.

– Insisto, no quiero ver que te lastimes. – Dijo Andrés mirándola fijamente.

– Bueno, sólo quería llevarlas al cobertizo.

Mientras ella señalaba la parte trasera de la casa, Andrés la seguía, al llegar, puso las cajas que tenía en los brazos en su lugar. Ella le agradeció y se despidió fugazmente asentando la cabeza.

A partir de aquel momento, Andrés dejaba su ventana y cortinas abiertas, cada vez que la veía le sonreía y ella correspondía. Jugaban con sus miradas, al llegar la noche, él le deseaba buenas noches y cerraba las cortinas.

Él no dormía mucho, sabía que ella dejaría encendida la luz de la lámpara, entonces la veía dormir, ella se acostaba en bata, el encaje superior le permitía casi siempre verle los senos, él adoraba que se moviera tanto al dormir. Se tocaba, se masturbaba y disfrutaba tanto el verla. La deseaba como a nada más en el mundo. Una vez terminado su deleite, procedía a acostarse.

Y era así todos los días.

Y cada día ganaba más la confianza de Amelia.

Al ser vacaciones, los padres de ambos trabajaban durante la mañana, regresando a casa terminando la tarde. Andrés aprovechó para buscarla a su casa.

Tocó la puerta y salió ella, usando una camisa enorme, muy levemente transparente, al parecer acababa de salir de la ducha.

– Hola, estaba aburrido en casa y pensé en que podríamos ver una película, solo si estás de acuerdo, claro.

– Yo… No se supone que deje entrar a extraños.

– No soy un extraño – Sonrió.

– Está bien, pasa. Pero, por favor, no toques nada.

Entró a la casa y le dio un vistazo a la sala, apenas si tenían muebles. Solamente un par de sofás, un comedor y el televisor. Se sentaron en el sofá más grande y pusieron una película al azar en uno de los canales. Sin embargo, admiraba la belleza de la casa antigua.

Andrés comenzó a preguntarle de dónde era, por qué había venido aquí, quería saber más de su diosa, mas no consiguió respuestas. Ella no daba información de sí misma: “Tuvimos que irnos… Porque aquí es tranquilo… Me quedaré lo que pueda quedarme”.

Amelia lo miraba fijamente a los ojos, era una mirada tierna y a la vez fría. Andrés se moría por besarla, se acercó más a ella, le acarició el rostro, siguieron conversando.

Durante una semana iba a buscarla por las tardes, cada vez había más confianza entre ellos. Sin embargo, seguía siendo fiel a su ritual nocturno. Cada vez la deseaba más.

Un lunes por la mañana, fue a verla, ella estaba un poco diferente, no llevaba puesto sujetador, el frío provocaba que sus pezones sobresalgan en la delgada tela. Se sentaron en el sofá, separados apenas por un cojín. Andrés se le acercó y la besó con fuerza, ella le correspondió, la besó apasionadamente y sus manos comenzaron a recorrer su cuerpo, besaba su cuello con cuidado de no dejar marcas, ella comenzó a gemir y su voz provocaba en Andrés los instintos más fieros de hacerle el amor.

Comenzó a desabotonar su blusa, mientras recorría con su lengua cada parte de su pecho, ella sólo se dejaba llevar. Al llegar a su vientre con sus manos suavemente le quitó los pantalones, ella no se opuso. Él se desvistió, la besó toda y con fuerza la penetró, no podía controlarse, la penetró con fuerza, ella no dejaba de gemir, rasgaba la superficie del sofá con sus uñas. Era demasiado.

– Va… Ah… Vamos a… Vamos a mi cuarto… – Apenas si podía hablar, el placer no la dejaba hablar entre tanto gemido.

Él la cargó y la llevó a donde ella lo dirigía. Una vez ahí, se dejó llevar. La penetraba con fuerza y ella sólo gritaba. Cuando, finalmente Andrés eyaculó, ambos quedaron fuera de sí. Extasiados, había sido demasiado. Amelia comenzó a estimularlo, le besaba fuertemente el miembro. Andrés, sorprendido, emocionado. La cogió fuertemente del brazo, la lanzó al rincón de la cama y volvió a penetrarla.

Durante toda la tarde estuvieron devorándose. Cuando la luz comenzó a disminuir él se vistió rápidamente, la besó. – Te amo… – Susurró a su oído y se fue. Se dio un baño y subió a su habitación.

Se vistió y bajó, pues llegaron sus padres, cenaron y se fue a acostar. Se asomó por la ventana y ahí estaba ella, envuelta en una toalla, totalmente mojada. Le sonrió y suavemente, con cierta timidez, dejó caer esa única prenda que cubría sus finos atributos. Su piel canela.

Parada enfrente de la ventana, desnuda. Andrés quedó fascinado, la adoraba, movía los labios, se los mordía. Su miembro se puso eréctil. Ella se dio cuenta, se recostó en su cama y comenzó a acariciarse todo el cuerpo.

Solo unos metros los separaban, y a través de esa ventana ellos se miraban fijamente. Andrés comenzó a masturbarse. Al parecer a Amelia le gustó esto, ella sonreía. Cuando Andrés terminó, ella se paró y le mandó un beso, cerró las cortinas. Él estaba pasmado, ¡vaya día!, se acostó en la cama. – He tocado a mi diosa, la he tocado en mi adoraba casa. – Suspiró.

Los gritos lo despiertan de sobresalto, venían de la habitación de su diosa. Una voz varonil gritaba.

– ¡No debes hacer esto! ¡¿Creías que no iba a darme cuenta?! ¡Sé lo que has hecho hoy!

– Cálmate, no es para tanto. – Decía ella.

– ¡No sé quién será el hombre, no puedes hacer esto! ¡Vas a meternos en problemas! –  Se escuchó un portazo.

Andrés estaba molesto, no pudo dormir de la cólera. – Nadie le grita a MI diosa, ella es mía, ella es mía… – Se dijo.

Al día siguiente fue a verla al mediodía, ella estaba tranquila. Le preguntó qué había sucedido, ella no quiso dar respuestas: “Él no quiere que haga estas cosas… Al parecer me iré pronto de aquí”.

Esas últimas palabras no le gustaron a Andrés, provocaron cierta furia en él.

– Tú no te irás, porque tú eres mía… – Le susurró al oído, Amelia sonrió.

Nuevamente hicieron el amor, cada vez era más fuerte, él le cogía el cabello y lo jalaba, ella lo arañaba con fuertemente dejándole marcas en la espalda.

Pasaron tres días, tres días llenos de lujuria. Andrés no podía sacarla de su cabeza. Su diosa.

Fue a verla empezando la mañana, con cuidado de haber dejado el tiempo suficiente pasar, para que sus padres son lo vean.

Le hizo el amor y se recostaron en la cama de ella, en su preciosa casa.

– ¿Sabías que esta casa me encanta? – Dijo Andrés.

– Me he dado cuenta que te gusta mucho… Amor mío, hay algo que debo decirte.

– ¿Qué sucede, mi diosa?

– Mañana tendré que irme y no volverás a verme. Hoy él no vendrá a dormir, espero que puedas regresar para que me des nuestra última noche…

– Hablas como si no te importara, ¿cómo quieres que me sienta? – Dijo entre dientes, con cierta furia.

Amelia comenzó a acariciarle y besarle el miembro.

– Espero que puedas venir, voy a estar esperándote.

Andrés se vistió y se fue, sin decir nada.

Cenó y se encerró en su habitación, echado en su cama, pensaba en ella, esta vez, con odio.

– Ella es mía… Ella es mía… No puede irse porque es mía… Ella es mía… Ella es mía… – Se repetía desesperadamente, una vez tras otra. – Ella no se irá.

Se sentía poderoso, lleno de furia. Se vistió y sigilosamente, con cuidado que sus padres no se den cuenta, salió de la casa, fue a buscarla. Ella le abrió la puerta y él la empujó al sofá. La desvistió, rasgándole la ropa y la penetró brutalmente, estaba siendo cruel con ella.

– No, pares… No pares… – Gemía Amelia.

Podía escucharse el fuerte choque de su piel golpeando la entrepierna de su diosa. Ella gemía como jamás lo había hecho. Andrés la penetraba cada vez con más furia. Eran dos cuerpos desnudos en una escena de éxtasis puro. Él se acercaba el clímax y la mirada con furia. La penetró con más fuerza, haciéndola gritar y se detuvo.

– Tú no te vas a ir, porque no voy a dejar que te vayas.

La penetró con más rapidez, mientras se acercaba más a la eyaculación.

– Te voy a matar Amelia, ¡TE VOY A MATAR!

Y con un fuerte golpe eyaculó en el vientre de su diosa y se recostó sobre ella. Le mordió los labios, haciéndola sangrar y gritar de dolor, acercó su boca a su oído. – Vas a morir, mi diosa y te quedarás siempre conmigo… – Le susurró.

Amelia sonrió de una manera sádica y sus ojos se llenaron de euforia.

– No lo creo.

Entonces clavó un cuchillo en la garganta de su amado, inmovilizándolo. Lo sacó y le cortó la garganta. Él ya no podía moverse. Sólo la miraba. Su diosa de pie lo lanzó al piso boca arriba. Se le lanzó encima y comenzó a morderle y beber la sangre de su cuello, mientras colocaba el miembro aún eréctil de su amado en su vagina. Ella lo disfrutaba.

Amelia se perdía en los orgasmos que el sabor de la sangre y la penetración le causaban. Saltaba y saltaba sin dejar de beber la sangre de Andrés. Lo apuñalaba, metía sus delicadas manos en los cortes y las lamía. Él apenas podía mover los ojos, la miraba, a su diosa, como nunca lo había hecho. Amelia comenzó a arrancarle los labios a mordiscos, estaba bañada en sangre, ¡cómo lo disfrutaba!

Él comenzó a perder la conciencia.

– Siempre me complaces, amor mío. Siempre lo has hecho.

Ella le lamía todo el cuerpo mientras se masturbaba, lo hizo hasta llegar al clímax. Entonces se puso de pie y miró la casa. – Te va a gustar aquí.

Se dio un baño y durmió al lado de su amado.

Al llegar las tres de la madrugada, entra un hombre a la casa.

– Así que éste es. No me gusta tener que mudarme, ¿sabes? – Amelia sonrió.

– Es lindo, ¿no crees?

– Eres toda una traviesa, muñeca y por ello pagarás.

El hombre la cargó y la llevó a la cama, la besaba y la penetraba, ella, aún con el sabor a sangre reía, gemía y se reía, estaba feliz. El hombre le daba fuertes palmadas y ella sólo reía. Finalmente el hombre se puso de pie.

– No puedo estar más feliz… – Dijo Amelia con una sonrisa diabólica dibujada en el rostro.

– Guarda tus cosas, tenemos que irnos, muñeca. Vístete, mientras tanto iré envolviéndolo para botarlo en algún lado.

– Mejor enterrémoslo aquí, le gustaba la casa.

El hombre lo enterró en el jardín mucho antes que el sol alumbrara, armaron unas cuantas maletas y se fueron en su fiel auto negro.

Andrés, por otro lado descansará eternamente en su adorada casa antigua.

Creación propia.

Mac

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