El Libro de las Pesadillas

Allan no era lo que hoy en día se dice «un muchacho normal». Disfrutaba con cosas que a otras personas les parecerían raras o incluso algo perturbadoras.
Orgullosamente, era el dueño de una ampla colección de libros relacionados con el ocultismo y la demonología.
Celosamente guardaba cualquier material de ese tipo que caía en sus manos.
Fue por esto que, aquella lluviosa noche de viernes, recogió el misterioso y descuidado paquete que se encontraba en la puerta de su hogar.
El paquete en cuestión, era una caja de cartón mal envuelta en diarios mojados.
Allan abrió el paquete ahí mismo y arrojó los diarios y la caja de cartón a la calle e inmediatamente fueron arrastrados por el agua hasta perderse en una boca de tormenta.
Entre sus manos apretaba un libro de duras tapas negras sin ningún tipo de inscripción.
Un rayo iluminó el cielo nocturno partiéndolo en dos y Allan regresó a la casa con los hombros empapados.
Ya en su habitación, abrió el extraño libro y para su sorpresa no encontró absolutamente nada.
Las páginas amarillentas y resecas estaban vacías.
Eran cerca de seiscientas  y todas en blanco.
Algo confuso, repasó el libro de nuevo.
Esta vez, cerca de la mitad del libro, encontró una frase que ocupaba el centro de la página.

«Han despertado»

Y el libro se cerró.
Allan contemplaba atónito aquél extraño tomo sin saber bien qué es lo que acababa de pasar.
Entonces, el libro se abrió de nuevo por la mitad y sus hojas giraron velozmente hasta detenerse casi al final del libro.
Una nueva inscripción pero en la esquina inferior derecha rezaba

» ESTÁN  AQUÍ»

En grandes letras que parecían remarcadas con odio hasta perforar el papel.
De repente la puerta de calle se abrió violentamente y una helada brisa  invadió toda la casa. Seytán, el Fox Terrier de Allan comenzó a ladrar y a proferir gruñidos horribles hacia la puerta.
Allan, con el corazón en la garganta, caminó descalzo por el suelo casi tan helado como las ráfagas que vomitaba la enardecida tormenta sobre la ciudad.
Cerró la puerta, le echó llave y se tomó unos minutos para tranquilizarse.
Intentando distraerse y buscándole algún tipo de explicación a lo que acababa de pasar,
se sentó frente a la ventana del comedor para que el agua se llevara sus pensamientos.
Pero al correr las blancas cortinas, no vio agua, no vio relámpagos, no vio nada.
Solo una oscuridad tan densa que parecía oprimir el vidrio de la ventana.
La tormenta, las luces de la calle y la ciudad entera habían desaparecido.
Allan se inclinó rápidamente hacia la ventana hasta casi pegar la nariz contra el vidrio.
Era imposible. Tenía que ser un sueño o algo por el estilo… una pesadilla quizás.
La casa se hallaba flotando en medio de un infinito y oscuro vacío.
De pronto, una mano blanca y de garras negras golpeó pesadamente el vidrio y Allan saltó hacia atrás con un grito y el corazón saliéndosele del pecho.
La mano se arrastró por el vidrio y luego apareció otra, igual de pálida y de garras negras y filosas.
Allan permaneció congelado en el piso, de verdad estaba pasando algo. Hasta el momento se había sentido confiado en que todo se trataba solo de autosugestión.
Pero cuando vio aquellas manos y lo que vino después, supo que solo había una respuesta.
Tenía que estar atrapado en una horrible pesadilla.
Luego de aquellas manos fantasmales apareció algo todavía más horrible, el rostro pálido y de grandes pómulos salientes de una mujer de cabello largo y negro.
Aquella cosa sonreía con labios azules y enseñaba unos colmillos tan largos y blancos como los de un lobo.
Sus ojos negros se clavaban en Allan y parecían llamarlo, casi podía escuchar la voz áspera de aquella cosa gritando su nombre dentro de su cráneo y paralizando sus sentidos.
Seytán que estaba a punto de saltar sobre la ventana, ladró y despertó a Allan de su trance fantasmagórico.
La mujer, o lo que fuere, sin dejar de sonreír arrastró con odio una de sus garras por el vidrio produciendo un chirrido al tiempo que el vaho verdoso de su pútrido y agitado aliento lo empañaba.
Luego golpeó el cristal con la punta de su garra y este se quebró.
Allan se incorporó de golpe aterrado y arrastró un pesado sillón hasta la ventana, cubriéndola por completo.
La cosa detrás del vidrio profirió una risa sonora que se escuchó aguda y grave al mismo tiempo antes de desaparecer.
Inmediatamente las luces de toda la casa se apagaron y por las rendijas de la ventana entró apenas, un débil resplandor proveniente de algún lugar desconocido.
La manija de la puerta de calle comenzó a agitarse violentamente.
Allan al borde de la desesperación empujó la mesa del comedor hasta la puerta y allí se quedó, inmóvil con el pulso acelerado y sin aire en sus pulmones.
Cada ruido dentro de su hogar le parecía un nuevo monstruo, reptando atrás de una puerta o abajo de su cama.
Allan hizo callar al perro, pero este gruñía completamente erizado a un rincón oscuro del comedor donde el tenue resplandor que se colaba por la ventana no llegaba.
El chico contempló expectante el rincón donde la oscuridad formaba un portal hacia el reino de las pesadillas y lentamente comenzó a retroceder.
Una gota de sudor frío bajaba lenta y perezosa por su espalda.
Algo vio Seytán que le hizo retroceder de un salto y luego se echó en el suelo gimiendo pero sin perder de vista el oscuro rincón.
Allan podía sentir que había algo en esa esquina, acechando agazapado entre las sombras.
Retrocedió junto con el can y cerrando la puerta del comedor, se encerraron en la habitación.
Allan se abrazó a Seytan y se escondieron del otro lado de la cama, lejos de la puerta.
El chico temblaba llorando, haciendo un esfuerzo para que sus gimoteos no atrajeran a más criaturas.
El perro gruñía pero Allan lo hacía callar.
De pronto la puerta del cuarto se abrió lentamente con un rechinido.
Solo el silencio era testigo de todo lo que acontecía en medio de la oscuridad.
Un silencio insoportable.
Allan habría agradecido cualquier clase de ruido en ese instante, incluso un grito.
Pero solo había silencio.
En un instante una de sus piernas se hundió bruscamente bajo la oscuridad de la cama.
Allan gritaba desesperado intentando zafarse y Seytán intentaba ayudarlo tirando del hombro de su camisa sin éxito.
El chico miró hacia las densas olas oscuras que se agitaban bajo la cama y vio que lo que atrapaba su pierna era una larga y gorda lengua.
Mas allá de la oscuridad, dos brillantes ojos amarillos lo contemplaban con una sonrisa.
El sabor le había gustado y ahora quería más.
Seytán se abalanzó sobre la pierna de Allan y mordió la desagradable lengua de aquella criatura y esta se soltó con un quejido, sumergiéndose nuevamente en la oscuridad.
Allan se incorporó rápidamente  y tomando al perro y al libro que aún reposaba en su cama, salió de la habitación y se encaminó a la cocina donde guardaba una  linterna de emergencia en una alacena. En ese momento la linterna era la única cosa que podía alejar a la oscuridad y salvar su vida.
Allan Corrió en la oscuridad por el largo pasillo que llevaba a la cocina.
Al abrir la puerta, dejó a Seytán en el suelo y al libro en la mesa.
Aún iluminado por el tenue y desconocido resplandor que se colaba por las ventanas y rogando para sus adentros que las criaturas que lo rodeaban lo dejaran en paz, abrió la puerta de la alacena de madera.
Introdujo su mano  temblorosa tanteando en la oscuridad y luego de unos instantes tocó con sus dedos la superficie plástica y redondeada de la linterna.
rápidamente la sacó y rogando porque tuviera baterías la encendió y una luz blanca iluminó toda la cocina, pero esta se apagó al cabo de unos segundos.
Entonces Allan, mientras la sacudía con desesperación, notó algo extraño.
Seytán estaba sentado de espaldas a él y moviendo la cola en dirección a un oscuro rincón de la cocina.
Allan llamó al can, pero este continuaba hipnotizado mirando hacia la esquina en penumbras.
-¡Seytán!- Lo llamó nuevamente y lo iluminó con la linterna que al final había conseguido encender.
Entonces, el Terrier lentamente giró su cabeza hasta que esta quedó completamente hacia atrás.
Allan soltó la linterna horrorizado y esta cayó al suelo y se rompió con un «¡crack!»
Los ojos del animal brillaban con un intenso color amarillo.
-¿Puedes ver las pesadillas a tu alrededor?- Bramó el perro con la misma voz  áspera de aquella mujer que había aparecido en la ventana.
Allan comenzó a llorar y sin saber ya que hacer,  tomó el libro entre sus manos antes de que sus piernas temblorosas lo hicieran caer de rodillas.
Ahí, entre sus propias manos estaba el libro… ¡Ese maldito libro por el cual había empezado todo!
Maldita sea la hora en que encontró el paquete en su puerta.
Todo lo que conocía había desaparecido gracias a ese libro, ese tomo siniestro lo había llevado justo al corazón del reino de las sombras.
Con cálidas lágrimas de desesperación y el odio que fluía por todas sus venas, comenzó a arrancar página tras página del libro, rompiéndolas entre sus dedos, arrancándolas, arrugándolas y rasgándolas.
El libro se reía de el con sus páginas amarillentas en las que estaba escrito por todas partes:
«¿Puedes ver las pesadillas a tu alrededor?».
Una y otra vez, por todas las páginas.
Sus energías lo abandonaron mientras arrojaba hacia arriba con furia  puñados destrozados de viejo papel amarillo.
Las ventanas se abrieron de par en par y por ellas entró una corriente de aire que levantó todos los trozos del libro sobre su cabeza y mientras Allan sollozaba agotado, comenzó a escuchar de pronto un repiqueteo que iba en aumento.
era como agua golpeando en algún lugar arriba de él…¡Lluvia!…¡Tormenta!
El repiqueteo se hizo aún más fuerte y el resplandor de un relámpago iluminó la casa a oscuras al tiempo que la luz regresaba a su hogar.
Se había terminado…
Lentamente levantó la cabeza desde el suelo y vio a Seytán que lo saludó alegremente moviendo la cola y luego se marchó por la puerta de la cocina.
Allan suspiró y comenzó a reír aliviado. La pesadilla había terminado.
Fue entonces que desde el montón de papeles que revoloteaban sobre su cabeza, cayó una página intacta frente a el.
Allan la tomó entre sus manos que aún temblaban y mientras la observaba una inscripción comenzó a dibujarse sola en gordas y desprolijas letras rojas.

-«El Fin.»-Leyó y se sonrió aliviado de que todo hubiera terminado finalmente.

Pero en el mismo instante en el que se creyó a salvo, sintió como una mano se posaba delicadamente en su hombro.
Una mano blanca y de largas garras negras.
Las luces de la casa se apagaron en un segundo dejándolo en completa y total oscuridad.
Allan gritó con todas sus fuerzas, pero entre aquellas tinieblas no había nadie quién lo esuchase.
Ese fue su fin… y el fin de este relato.

 

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Kuraca

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