¿Bajas?

—Bueno, nos veremos mañana.

—Sí, a las dos de la tarde.

—A las dos de la tarde. ¡En punto!

—Prometo no olvidarlo —dijo su novio, entre risas, y se despidió con una mueca en rostro.

Entrando al edificio de departamentos en el que vivía, buscó al recepcionista con su mirada, pero no lo encontró. Seguramente se había ido a cenar en la bodega otra vez, dejando desatendido el lugar. Le habían asegurado que si continuaba así, lo acabarían despidiendo, y todavía no aprendía.

Negó con la cabeza y caminó al elevador. Presionó el botón que llamaba al de la derecha. Contó ocho segundos hasta que llegó y abrió sus puertas. Para su sorpresa, lo halló congestionado de personas: un niño acompañado de su madre, una joven vestida con el uniforme del instituto que está a pocos kilómetros de su edificio, dos ancianos y un hombre en saco; todos con una expresión melancólica, y todos alzando su mirada hacia ella. No supo qué decirles, o si tan siquiera debería decirles algo.

—¿Um…? Niña, ¿vas a bajar? —preguntó la anciana, arqueando la ceja.

Apenas atinó a decir un débil «no».

—Bien —oprimió un botón, y el elevador cerró y continuó a bajando.

Se asomó por la rendija y vio cómo lo hacía. Lo más curioso era que en su edificio no había más pisos por debajo del vestíbulo.

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