Lágrimas de Sangre

 

El sol caía lentamente. La noche se acercaba. Mis pisadas hacían eco por esta sola y silenciosa calle. Quería llegar a mi casa lo antes posible.  Los postes de luz a cada lado se encendían conforme yo avanzaba.

Un horrible hedor a basura se podía percibir, pues, había muchos de estos desechos tirados por el suelo.

Las casas encendían sus luces, dejando ver claramente las rejas que protegían las ventanas de ladrones y bandidos. Otros establecimientos como bares y prostíbulos comenzaban a soltar risas más altas de lo normal

En los andenes había unos pocos vagabundos, con las ropas viejas y las barbas larga, carecían de zapatos y sus medias estaban rotas, mostrando sus sucios y olorosos dedos de los pies.

Aceleré el paso, cada minuto que pasaba era un minuto más que deseaba abandonar esta espantosa calle.

Dos sujetos caminaban, bien separados, a unos cien metros,  justo enfrente de mí.  Por un corto instante pensé que eran hurtadores, cuyo fin en este sitio era asaltar personas como yo, y dejarlas moribundas en el suelo. Pero entonces, uno de ellos, el de la derecha, se cubrió velozmente la boca con la mano y entre sus dedos comenzó a salir grandes chorros de sangre. Estaba herido.

Cayó al piso, aunque estaba un poco lejos pude ver claramente la herida que llevaba en la espalda la cual estaba completamente rasgada,  dejando ver la espina dorsal que se encontraba astillada, sus músculos traseros estaban al aire, vibrando con cada fuerte pulsación de adrenalina. Tres costillas rotas, una de ellas descolocada completamente atravesándole el lado lateral.

Me asusté, preguntándome porqué el otro no lo intentaba salvar. Fue cuando la camisa de éste comenzó a teñirse notablemente de un color escarlata, que se podía distinguir muy bien puesto que no llevaba chaqueta, lo que me llamó la atención ya que hacía frío.

Corrí velozmente en su ayuda. Primero fui por el más herido, no había nada que hacer, cargaba consigo una herida más grande de lo que cualquier humano pudiese soportar. Estaba muerto.

Me moví hacia el de la izquierda, quien estaba vivo y consiente, aunque con pocas fuerzas.

-¿Qué sucedió?- pregunté con voz temblorosa.

-¿Acaso quieres que te lo cuente? Está bien, te lo diré, solo como advertencia para que no camines por ese cruce- respondió el sujeto, y con gran dificultad, señaló  una solitaria y macabra calle.

Estábamos en una gran avenida, andando velozmente, pues esta ciudad es peligrosa y nadie se aventuraría a caminar por la noche en ella.

Al fondo distinguimos uno destellos de luces intermitentes entre el rojo y el azul. Por simple curiosidad fuimos para ver que ocurría.

Un enorme grupo de personas estaban paradas, observando un terrible accidente. La calle estaba tapada por tres policías que bloqueaban el paso.

Detrás de estos había un vehículo rojo completamente volcado, el para choques delantero estaba aboyado en una esquina. Los cristales de las ventanas estaban regados por la zona, brillando con el reflejo de los faroles que recién habían encendido.

Las sillas estaban rasgadas, brotando relleno untado de la sangre de pasajero de adelante, la cual mojaba también el timón y la bolsa de aire que se encontraba desinflada.

El lado izquierdo del carro estaba deformado al igual que el parachoques, descolorando la pintura que se difundía con el color escarlata de la sangre del peatón que había sido atropellado, cuyo cadáver se encontraba a varios metros de la escena, totalmente aplastado por el impacto, reposando sobre una pared manchada con éste color carmesí.

A una distancia media se hallaba un poste de luz echando chispas, doblado debido al golpe del vehículo.

-¿Qué ocurrió aquí?- pregunte fuertemente, casi gritando debido a los murmullos de los observadores.

-Nada raro, otro borracho a gran velocidad, rozó fuertemente el farol, se volcó y atropelló a una mujer que iba caminando, en esta ciudad cosas así se ven muy a menudo- respondió el policía con afán.

-¿Qué calle tomamos para ir al norte?

-Pueden dar la vuelta por esta calle- respondió el policía con la misma intranquilidad mientras señalaba una solitaria y macabra calle.

Nos quedamos mirando la vía por un largo tiempo. Era un sitio repugnante, lleno de basura, bares y prostíbulos. El suelo estaba agrietado y las casas tenían rejas en las ventanas, con las paredes descoloradas y desgastadas.

U silenció infernal se apoderó del lugar. No se oía ni el aleteo del insecto que pasó enfrente de mí.

Ambos giramos la cabeza para mirarnos el uno al otro. Luego de que mi compañero asintiera con la cabeza dimos el primer paso.

Avanzamos tres metros. Las luces se apagaron.

Aunque hubiese anochecido hace poco no se veía nada, ni las extrañas y deformes manchas que se pueden distinguir al cerrar los ojos. Una oscuridad que no pertenecía a este mundo.

Al fondo un poste comenzó a titilar antes de encenderse por completo. Debajo se encontraba una persona agachada. Una mujer.

Comenzamos a cercarnos lentamente, con pasos pequeños e inseguros, ya que los dos sabíamos que algo no andaba bien.

Cuando estábamos a poca distancia nos dimos cuenta de que estaba llorando, pero no era un llanto normal, eran sonidos que no podían salir de la boca de un humano. Parecían dos sonidos a la vez.

Uno era un lamento doloroso, de sufrimiento,  me dio escalofríos de solo escucharlo. Era de esos que al escuchar se siente un vacío en el estómago.

El otro, pese a su notable diferencia de intensidad se podía oír claramente si se hacía un poco de esfuerzo.

Era una risa maniática, psicópata, torturadora. Iguales a las que al oír se eriza el pelo, se dilatan las pupilas, se pone la piel de gallina mientras que el corazón latía más rápido, sintiendo intranquilidad y nervios.

Mi cuerpo sudaba, me sentía inseguro, comencé a jalar la esquina de mi camiseta para que entrase el aire.

Giré la cabeza para ver a mi compañero. Estaba ahí parado inmóvil, no sabía qué hacer, solo la miraba fijamente, con miedo en sus ojos.

Miré a la mujer. Era una chica joven, de no más de treinta años. Tenía un vestido escarlata que le llegaba a las rodillas, mostrando sus pálidas y frágiles piernas. Su suave cabello le cubría su cara, y unas delicadas manos envolvían sus ojos.

Me quité la chaqueta para ponérsela, pues aunque el miedo que sentía me daba calor, era un clima frío y ella estaba temblando.

Sin embargo hubo algo que me detuvo, fue que me di cuenta de que algo goteaba de sus manos. Un líquido rojo, sangre.

Al agacharme logre comprender de dónde venían. Sus dedos estaban entreabiertos, mostrando unos lúgubres ojos amarillos, con la pupila delgada igual que la de un gato. Eran totalmente aterrados, mas no pude quitarles la vista de encima puesto que de sus lagrimales corría sangre. Estaba llorando sangre.

Un escalofrío recorrió toda mi espalda al escuchar el alarido de mi amigo. Logré apartar los ojos de ella para verlo. Estaba pálido, igual que un fantasma, igual que la chica.

Luego de que echara a correr yo lo seguí, dejando mi chaqueta al lado de la chica.

Corrimos por poco tiempo, pero a mí se me hizo una eternidad, cada segundo era como un año.

Los dos no detuvimos al tiempo. Solté un grito y caí al pavimento. Estaba ahí, a unos cien metros, la chica, junto a ella estaba mi chaqueta, como si hubiésemos vuelto al mismo lugar.

-¡¿Qué rayos está pasando?!- Pregunte jadeando en el suelo.

-¿No te diste cuenta? Esta mujer no es de este mundo, no me refiero a la tierra sino al mundo de los vivos ¿Acaso no lo notaste? Esta mujer no tiene sombra.

Me quedé frío al oír esto, no lo quería creer, y mucho menos quería voltear a verla. Me armé de valor y volteé.

Ahora estaba más cerca, como a unos cincuenta metros, y como había afirmado mi compañero ninguna sombra descansaba sobre sus pies.

Di media vuelta para correr, pero ella estaba ahí, cada vez más cerca. A cualquier lado que voltease esta chica estaba, más y más cerca.

Grite fuertemente y corrí, no se me ocurrió otra cosa más que embestirla. Volví a caer, no me importó mi estado, solo me levanté y eché a correr, no me importaba otra cosa.

En las ventanas de las casas a los lados estaba la mujer, mirándome con esos ojos amarillos que tanto me perseguían, y con una cara lamentable, de pena y dolor, seguía llorando sangre.

Por el rabillo de ojo distinguí algo, me volteé con temor, me tranquilicé al saber que era mi amigo siguiéndome el paso.

Pero hubo algo que me inquietó, su sombra comenzó a deformarse, poco a poco empezó a variar restringidamente de forma.

De repente, esta se alargó fuertemente hacia la cabeza, y en menos de un segundo su espalda se desgarró hacia arriba.

Al instante en que esto sucedió vi que mi sombra se estiró hacia un lado. Pareció una eternidad, pues, pude ver claramente como los huesos dorsales de mi colega se astillaban y fracturaban, como una costilla se descolocó y le atravesó un lado. Todo esto antes de sentir un agudo y punzante dolor en el estómago

Bajamos el ritmo, dimos unos dos pasos antes del cuerpo  sin vida de mi compañero cayera al suelo. A unos cien metros distinguí la silueta de un joven que caminaba. Luego de que mi camiseta se manchara de sangre, el corrió para ayudarnos.

El sujeto falleció en mis brazos, justo después de contar lo que les había ocurrido.

Me levanté del suelo y miré los cadáveres. Luego de colocar fuertemente las manos en mi cara, comencé a llorar, pero no de tristeza sino de angustia y preocupación. No podía creer lo que me habían contado, y mucho menos lo que estaba viendo.

Mis manos comenzaron a oler a hierro, me las aparté de la cara y vi que estaban llenas de sangre. Velozmente saqué el celular para verme con el reflejo.

Tenía toda la cara manchada con este líquido escarlata. Luego de parpadear logré observar claramente como una lágrima roja corría por mi cara. Estaba llorando sangre.

Me sequé las lágrimas con la manga del saco, y asustado comencé a correr. Una risa maniática se apoderó de mi mente. Me tapé los oídos mientras gritaba, sin embargo fue inútil.

La gente me miraba, yo no le cogía importancia. Por el rabillo del ojo veía un silueta roja, estaba seguro de quien era, sin embrago cuando volteaba no había nadie.

Al poco tiempo llegué a mi casa. Crucé el jardín seco por el otoño, pisando un montón de hojas. Con prisa saqué las llaves y abrí la puerta. Las risas de mi mente pararon.

Lo primero que hice fu ir al baño a lavarme la cara, al levantar la cabeza del lavabo distinguí una chica con vestido rojo en el  espejo. No la observé por mucho tiempo puesto que de un puño rompí el cristal.

Lo pequeños vidrios cayeron al suelo, separé la mano de la pared y me la observé, estaba completamente cortada.

Cogí una toalla y me la envolví. Al salir llegue a mi cuarto y vi que en la ventana, a lo lejos, veía una silueta roja.

Parpadeé. La silueta estaba más cerca.

Volví a parpadear. Se acercó mucho más, era una mujer.

Otra vez. Ahora estaba tan cerca que podía observar claramente sus ojos amarillos con su pupila delgada, igual que la de un gato. Desde sus lagrimales comenzaba un camino de sangre seca, como si hubiese llorado este líquido carmesí. Llevaba una cara lamentable, de pena y dolor. No tenía sombra.

Su tristeza cambió a una sonrisa macabra.

Noté que no había huellas de pisadas en las hojas del jardín, así que me volteé velozmente.

La de la ventana era solo el reflejo.

Estaba detrás de mí.

 

 

Creación Propia

Felipe Reyes

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9 comentarios

Buena trama, historia desde mi perspectiva original, se podría considerar una historia gore, pero que no abusa de ello, con esto quiero decir que no habían tripas desperdigadas por el suelo ni esas exageraciones mal usadas, que muchos creepypasteros suelen incluir en sus relatos, una fuerte narrativa que obliga al lector a seguir leyendo. Y aunque a muchos lectores no les gustan los creepys largos, siendo yo una excepción, este no se siente largo para nada. Felicitaciones por escribir tan buen creepy.
Puntuación: 5/5.

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