Mi misión era secreta. Fui delegado como un bombardero sigiloso —casi silente, invisible para los radares y el infrarrojo, con una altitud operativa demasiado alta como para ser vista por el ojo desnudo—. Pero no era inmune al más nefasto de los enemigos: la gaviota.
Y así terminé con un motor atascado, aprisionado en un movimiento giratorio empinado y obligado a activar el asiento eyectable. Perdí mi arma de mano, perdí mi radio. Aterricé en una isla pequeña —más pequeña que un apartamento en Nueva York— en el centro de un lago de agua dulce.
Tuve mala suerte. La caída no me mató, solo me rompió las piernas. Astillas de hueso atravesaban la carne de mis pantorrillas, conduciendo el aroma cobrizo de la sangre por el viento.
Dentro de poco, los pude ver. Hacían crujir los árboles, rodeaban el lago y maquinaban pacientemente una manera de llegar hacia mí. Con el tiempo, se les hizo claro que yo era inaccesible por medio del suelo. Era un día cálido en Siberia, pero aun así era muy frío como para nadar.
Entiendo que las noches son más gélidas.
Ahora, la manada de lobos está sentada en las orillas del lago, lamiéndose sus hocicos y observándome con sus ojos dorados.
Me quité mi chaqueta y mis pantalones hace dos horas. Mi única esperanza es congelarme antes que el lago.
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La traducción al español pertenece a esta página. Fue escrito en inglés por TeslaToth:
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