Susurros

Fueron más de 300 esta mañana. La cabeza le seguía doliendo y sus ojos le ardían por no poder dormir otra noche. Se levantó y se vistió con el uniforme escolar, se lavó el rostro lo mejor que pudo y salió de la habitación. Sus padres le saludaron y le preguntaron por su noche, haciendo un gran acopio de fuerza e ignorando los susurros que se sumaban una y otra vez en sus oídos, les respondió que había dormido bien. Sus padres no ignoraban lo que le pasaba pero su única solución fue llevarlo con un médico que le dio cientos de pastillas que la final no sirvieron para nada.
El desayuno le supo a cartón pero lo terminó, fingió tomar sus pastillas (que finalmente terminarían entre las bolsas de basura) y salió a tomar el transporte escolar. En la primaria, las cosas no eran mejores, lo susurros se fundían con las voces de sus maestros y compañeros y le complicaban bastante el mantener el hilo de la clase. Al regresar a su casa, se retiraba a su habitación y, en lugar de hacer su tarea como decía que haría, se acostaba en su cama y se tapaba la cara con la almohada.
En muchas ocasiones le servía, los susurros se apagaban un poco y le permitían escuchar sus pensamientos. Pero últimamente no funcionaba, los susurros eran cada vez más numerosos y no le dejaban en paz en ningún momento. Los gritos de mujeres, los llantos de niños, las voces de los hombres rogando, todos esos sonidos se arremolinaban en sus oídos y le nublaban la mente. Les odiaba, odiaba a los susurros y odiaba a la gente por morir, si ninguna persona experimentara la muerte, el no sufriría. Quería que los susurros se apagaran, quería poder sentirse tranquilo y poder escuchar el silencio, pero aun faltaban algunas horas, debía esperar.
Al anochecer, tomó la cena con sus padres y, una vez terminada, subió a su habitación. No se despidió, no les dijo que los amaba ni los abrazó, sabía que si lo hacía ellos sospecharían y era mejor que eso no pasara. Espero un par de horas más hasta que sus padres se habían dormido y entonces abrió su armario, rebuscó un poco y finalmente encontró lo que buscaba, la corbata roja de su padre . Su padre la usaba únicamente en las fiestas decembrinas por lo que siempre estaba hasta el fondo de su armario, no notó su ausencia a pesar de que la había tomado hacía tres semanas.
Se tomó su tiempo para anudar la corbata y ajustarla en su cuello, se aseguró de que su puerta estuviera cerrada, se amordazó con un calcetín y cinta par no hacer ruido y amarró la corbata a la ventana. Todo pasaría en minutos, Los susurros seguían llegando, cada vez con más fuerza, pero ya no importaba, pronto los dejaría de escuchar y lo que es más, podría incluso sumarse a ellos. El pensar que alguien más escucharía sus últimos y agónicos instantes le reconfortó de alguna manera. Cerró los ojos una última vez y saltó de su cama…Después…Silencio…

Creación propia

Roberto Lagunas Márquez

Soy un joven mexicano con una gran afición a los temas paranormales, me fascina leer las historias y analizar la información. En mis 27 años de vida he vivido algunos casos relacionados con el tema y son, simplemente, intrigantes.

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