Retirada de tampones del mercado

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He estado rastreando detenidamente todo este asunto de la retirada de tampones del mercado. He guardado cada artículo a pesar de que son muy limitados. He recolectado cualquier testimonio que encontré por internet. Es un problema importante para mí por muchas razones; la primera es que soy una mujer y sucede que menstrúo cada mes. La segunda es que soy una del 60% de mujeres afectadas por esta retirada de tampones.

He decidido documentar mi experiencia exacta en caso de que ocurra algo aún peor. Apuesto que muchas de ustedes han tenido experiencias similares con esta retirada. Por favor, si es así, háganmelo saber. No están solas. Vivo en Estados Unidos, por lo que solo puedo hablar de mi propia experiencia, pero sé de casos similares en Inglaterra, Canadá y otros países.

Se me ofreció una gran suma de dinero para mantener mi historia en silencio. Fue igual con todas nosotras. Pero no voy a tomar su dinero. Hubo mujeres que fallecieron por esto. Vi a una mujer degradarse frente a mí, ¿y quieren que tome su dinero para que me calle? Nunca. No me importa lo que pase ahora.

Fue el noviembre pasado cuando empecé a experimentar síntomas. Primero, tomen en consideración que he estado usando tampones desde que tengo quince años. Sé todo sobre el síndrome de shock tóxico e higiene básica. No soy una novata con la menstruación.

Pero ese mes comencé a sentir algo raro. Me llegó la regla a inicio de mes, como sucede típicamente. Pasado un día de mi periodo, tuve una sensación de picazón. No era una picazón normal, se sentía como si alguien estuviese cepillándome la vagina desde adentro con un rastrillo. No me preocupaba que fuera una ETS, dado que no había tenido relaciones sexuales en varios meses. Pasé incómoda todo el día laboral, retorciéndome en mi silla. No podía esperar para irme a casa.

Cuando al fin lo hice, tomé un baño. Me quité la ropa, me saqué el tampón y me sumergí en el agua. El líquido cálido me hizo sentir mejor en todo aspecto. Dejé escapar un suspiro de alivio. Debió de haber sido alguna reacción extraña a algo. Me salí, me puse un tampón nuevo y me fui a dormir.

Me desperté a la mitad de la noche bajo un dolor extraordinario. La picazón había vuelto, solo que ahora se asemejaba más a cuchillas. Tiré de las sábanas, descubriendo que la parte inferior de mi cuerpo estaba cubierta en sangre. Grité y traté de llegar al baño, pero mis piernas habían perdido firmeza por el dolor. Terminé arrastrándome hacia ahí, sollozando. Tenía la certeza de que alguien me había cortado desde adentro.

Me las arreglé para arrodillarme a un lado de mi bañera y llenarla de agua. Con el temor de que quitarme el tampón me causaría aún más dolor, acerqué mi mano tentativamente. Lo deslicé y me le quedé viendo. El tampón lucía como si hubiese sido desgarrado mientras estaba dentro de mí. Me metí en la bañera, pero el dolor no se detuvo. De hecho, empeoró.

Recuerdo haberme mareado. Me di cuenta de que la sangre que se colaba en la bañera no era solo de mi período. Debí haber tenido heridas dentro de mi vagina que sangraban profusamente. Perdía demasiada sangre. El agua estaba extrayéndola y mi mente se tornaba borrosa. Me desmayé.

Gracias a Dios que mi vecino me escuchó gritar y llamó al novecientos once. Me desperté en el hospital; mis piernas estaban sujetas a estribos. El dolor había aminorado, pero aún podía sentir los vestigios entre mis piernas. Me quejaba agónicamente.

Mis sonidos alertaron al doctor, quien se movilizó hacia mí.

—¿Qué fue lo que me pasó?

Él frunció el ceño y revisó una de las máquinas a las que estaba conectada.

—Perdiste mucha sangre. No debes tomar un baño si tienes un corte tan profundo, ¡así es como las personas se matan a sí mismas! —Suspiró—. Eras la décimo tercera mujer que ha sido ingresada aquí por este tipo de heridas. ¿Puedes decirme lo que sucede?

—No fue nada de lo que me enterara. Solo pasó de un momento a otro.

—Déjame adivinar: ¿estás menstruando?

Lo miré entrecerrando los ojos.

—Sí.

—¿Usaste un tampón?

—Sí…

Y ahí fue cuando me contó de cómo estaban retirando el producto. Al parecer, no se había hecho público aún, pero compañías habían alertado al cirujano general de que estaban a punto de anunciar una retirada de tampones a nivel mundial. El cirujano general había alertado a los hospitales de que podrían tener un influjo de pacientes con laceraciones extremas en sus vaginas.

Bastarnos, ¿no?

Estaba muy herida como para ir a casa, así que me quedé en el hospital. Mis heridas no mejoraban en lo absoluto. Un doctor me cosía (gracias a Dios por la morfina), pero, dentro de unas horas, las suturas se rompían. Descartaron que fuese un sarpullido y sabían que no me lo estaba haciendo a mí misma. Una enfermera me dijo que, dos días después de mi llegada, había otras cuarenta mujeres en mi misma condición. Descubrí luego que dos mujeres habían muerto ya.

Estaba aterrorizada. No tenía idea de qué era lo que me pasaba y el dolor era insoportable. Si no hubiera sido por las drogas que me daban, puede que no hubiera sobrevivido.

Fue diez días después cuando la conferencia de prensa tuvo lugar. La miré desde mi cama. Ahora estaba conectada en todo momento a pintas de sangre, dado que continuaba perdiendo demasiada. Para ese momento ya no estaba menstruando. Toda la sangre que perdía era por los cortes en mi vagina que se seguían abriendo.

La mujer que lideró la conferencia de prensa vestía un saco y falda rosas acicalados. Representaba a Tampax, pero todas las marcas estaban dando el mismo discurso. Dijo que algo había contaminado todo un cargamento de tampones. Lo describió como un «evento desafortunado». Recomendó a todas las mujeres que visitaran un hospital inmediatamente si habían usado un tampón en el último mes. Dijo que aunque había contrariedades médicas de alto riesgo asociadas con el uso de los tampones, tenían una cura. Recibía el nombre de Ophiocordyceps Unilateralis. Supuse que era el término médico para alguna droga. Se disculpó una (SOLO UNA) vez y la conferencia terminó.

Luego de la transmisión, el hospital se llenó de mujeres. No tenían suficientes habitaciones para todas. Eventualmente, había dos camillas en mi habitación y ahora tenía dos «compañeras de cuarto». Sus nombres eran Mary y Justine. En realidad, me sentía agradecida por la compañía.

Mary estaba en muy mala condición. Había usado los tampones por casi siete días y había ignorado el dolor y el sangrado. No tenía seguro médico, así que no fue a un hospital. Justine me dijo que la «infección» se había esparcido hacia el útero de Mary y que probablemente había irrumpido en el resto de su cuerpo. La piel de Mary era gris y lloraba siempre. El doctor le daba tanto medicamento para el dolor como era posible, pero no ayudó. Justine y yo hablábamos por lo bajo mientras Mary sollozaba en su cama.

Nos dieron la cura tan pronto como llegó al hospital. Estaba contenida dentro de una píldora que supuestamente tenían que insertar en nuestras vaginas. La píldora se desintegraría y la medicina sería absorbida. Por supuesto, el procedimiento fue increíblemente doloroso, pero solo quería que esa historia de horror terminase.

Nadie nos dijo… nadie mencionó lo que iba a pasar. Nadie nos dijo con exactitud lo que estaba sucediendo. Fue por eso que nos ofrecieron el pago cuando todo acabó. Si guardamos silencio, ellos pueden recuperarse. Pero lo que vi esa noche lo albergaré por siempre.

Una vez que el supositorio había sido colocado, el doctor salió de la habitación y cerró la puerta. Fue un poco raro que cerrara la puerta, pero no lo noté en el momento. Hice una broma tonta sobre cómo eso había sido el único tipo de acción que había recibido ahí abajo en meses. Justine se rio, creo. Mary estaba gimoteando. Vimos televisión barata y divagamos en conversaciones.

Cerca de las once de la noche, Justine dijo que sentía algo raro. Me volteé hacia ella y estaba temblando. Le pregunté si debía llamar a la enfermera, pero mi boca se secó. Podía ver cómo salían por debajo de su bata de hospital. Debieron de haber sido miles.

Miles de hormigas diminutas saliendo de ella. Empezó a gritar. Los insectos se movían con simetría robótica. Todas se seguían el paso entre sí desde su vagina. Se subieron a su cuerpo y hasta su cara. Ella trató de matarlas, pero había demasiadas. Se subieron hasta la parte superior de su cabeza y se quedaron ahí. Estaban cubiertas en sangre —sangre que habían marcado por su piel en tanto la recorrían—. Presioné el botón de auxilio una y otra vez, pero nadie vino. Había gritos haciendo eco desde las demás habitaciones también.

Luego Mary comenzó a gritar. Estaba muy asustada como para mirar, pero no le podía quitar los ojos de encima. También empezaron a salir hormigas de ella, pero parecían venir desde varios lados. Hice la conexión: estaban devorando su piel para llegar a la superficie. Dado que la «infección» se había esparcido a tantas partes de su cuerpo, las hormigas provenían de todos lados, excavando una salida que les permitiera llegar a la cima de su cabeza. Horrorizada, la observé mientras un nido de hormigas perforó su ojo izquierdo. Mary dejó de gritar y comenzó a atragantarse. Estoy apenada de decir que me volteé hacia el lado opuesto. Se iba a morir.

Me sucedió a mí también, pero no quiero entrar en detalle. Solo quiero que sepan que fue lo peor que me ha pasado. No puedo dormir porque aún las veo manar desde mi piel, marcándome con mi propia sangre en todas direcciones. No puedo pasar una tan sola hora sin sentir que aún están arrastrándose por mi cuerpo. Ninguna cantidad de dinero lo remendará.

Ophiocordyceps Unilateralis es un hongo. Se come a las hormigas desde adentro hacia afuera y toma el control de sus cerebros. La hace ir al punto más alto que pueda encontrar, previo a matar a la hormiga para que el hongo se pueda esparcir. El cirujano general debió verse forzado a usar esto porque las hormigas se habían enterrado a tanta profundidad en nuestros cuerpos, que los métodos típicos no podrían haberlas alcanzado.

Los doctores sabían desde un principio que teníamos hormigas dentro de nosotras, pero no dijeron nada. Las compañías de tampones no dijeron nada. Nos dejaron sufriendo en la ignorancia. Bastardos.

Como la mayoría de las mujeres afectadas, tengo daños residuales. Mi vagina está infestada de cicatrices y el sexo es casi imposible. Lo que es más, nunca podré tener hijos. Por semanas, después de aquel suceso, hubo hormigas solitarias que se salían de mi cuerpo hasta que finalmente sucumbían al hongo. Solía preocuparme que nunca me pudiera deshacer de ellas.

No tenemos idea de qué le permitió a las hormigas sobrevivir dentro de nuestro cuerpo o de qué efecto tendrá el hongo como tal en nosotras. Escuché un rumor, de alguien en mi grupo de apoyo, sobre una mujer afectada que escaló hasta la cima de un poste de luz, antes de morir como sucedió con las hormigas.

No hace falta decir que ya no uso tampones.

La traducción al español pertenece a esta página. Fue escrito en inglés por EZmisery:
https://reddit.com/r/EZmisery/

Creepypastas

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17 comentarios

Pero en principio… Como fue que los tampones contribuyeron al nacimiento y proliferación de las hormigas. Es decir, como se formaron? De donde salieron?

okey, soy hombre, no uso tampon, nunca en mi put* vida se me a ocurrido usar un tampon, y despues de leer esto puedo estar seguro que jamas quiero ver uno en mi vida XD

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