Quince de Octubre

Puedo decir, con decepción, que soy un sobreviviente de la matanza de aquel día oscuro, que quedara en los anales de la historia como uno de los incidentes más misteriosos y -a la vez- mas sangrientos sucedidos en el continente antártico.

Mi nombre es Destino, ante usted, lector, le confío mi versión de la historia, de lo sucedido ese veintiocho de octubre. No puedo relatarsela a los medios internacionales, puesto que se rigen de aquellos matasanos –así les digo a los médicos del hospital psiquiatrico- que andan diciendo una y otra vez, que no estoy cuerdo, que estoy loco…Tonterías, tan solo no quieren oír la verdad, no quieren saber lo que realmente sucedió.

Mi pesadilla comenzó el mencionado día de octubre, en la base «Esperanza», ubicada exactamente en el sureste, en las coordenadas 23°64° sur, y 56°19° Este. Yo era hasta el momento, un sargento que había llegado hace unos días, entregando provisiones y llevando a nuevos reclutas civiles. Mi deber era supervisar los avances hechos por los investigadores y hacer un informe, para enviárselo a mis superiores de Buenos Aires; si todo acordaba a los planes, solo estaría unos días en aquel lugar.

Rápidamente los hombres de ciencia me pusieron al tanto de los últimos descubrimientos. Encontraron no muy lejos, algo que suponía ser un ser viviente, anómalo y externo a la vida terrestre -en otras palabras, un alien- congelado hace milenios en la tierra.

En una cámara, en el fondo del complejo antártico, un puñado de personas miraban al alienígena. Lo puedo describir porque era una figura humanoide, negra como la noche, alta y delgada, con ojos rojos profundos, envuelta en una fina capa de escarchado hielo. Rara como ninguna. Asustado, retrocedí unos pasos, pero el hombre que me acompañaba, aquel científico cuyo nombre me cuesta recordar, un tal…un tal Martín Hernandez, me agarró fuertemente del brazo y me dijo:

-Tranquilo, señor, no tenga miedo de la «criatura», no puede hacer nada a usted ni a nadie, esta muerta, murió de hipotermia hace tiempo-

-¿¡Como sabe usted!? el cuerpo de «eso» no funciona como el suyo o el mío. Viene de algún lugar a años luz de este planeta y no creo que haya fallecido-

Libre mi brazo de la mano del científico y salí de allí lo más rápido posible. Hernandez venía detrás de mí.

Entonces la cosa se despertó. Rompió el hielo que lo rodeaba y corrió hacia nosotros. Pude justo llegar al ascensor, mi compañero no tuvo la misma suerte.

La bestia lo agarró del cuello, mientras lo levantaba unos centímetros del suelo. Con esfuerzo, lograba murmurar -¡ayudeme!-, a la vez que luchaba por liberarse. Lo arrojó contra la pared. El científico intentó escaparse, pero entonces «eso» lo agarró de la pierna…Y entonces, se la comenzó a arrancar. Escuché como la carne se desprendía y desgarraba mientras tiraba de la extremidad. La sangre emanaba como una catarata de la hemorragia. Aún no se la sacaba del todo, todavía colgaba y se mantenía aferrada por el hueso y unas tiras de piel.

Los gritos de agonía eran devastadores, pero no podía hacer nada.

El extraterrestre tiró con tanta fuerza, que la extremidad al fin se desprendió. La levantó unos segundos en el aire, mientras el muñón sangraba intensamente, antes de comenzar a atacar a Hernandez con furia. Lo golpeó en la cara una y otra, y otra, y otra vez en la cara con su misma pierna, usándola como garrote. Su rostro se convirtió en girones sangrientos, carne picada, molida mediante golpes hasta convertirse en puré. Su cráneo se fracturó al primer golpe, se destrozó al segundo y ya para el tercero y cuarto, era pedazos de hueso a punto de ser polvo.

La escena no duró ni diez segundos, pero me parecieron diez horas, antes de que cerrase la puerta del ascensor y se elevase hacia la superficie.

Bajo mis pies, escuchaba arañazos furiosos, que no cesaban.

Al abrirse la puerta, corrí con todas mis fuerzas mientras gritaba: «¡Auxilio! hay una cosa ahí, corran por sus vidas». Todos me miraban con rareza, hasta que desde la puerta del elevador, emergió la criatura.

Un soldado armado con un fusil, disparó contra la criatura. Sangró un fluido verde viscoso, gritó y saltó sobre el tipo. Le metió la mano a la altura del estómago y le empezó a sacar el intestino delgado lentamente, insatisfecho con el daño, le enrollo el órgano alrededor del cuello y lo ahogó. Le ayudó a morir mas rápidamente.

Mientras huía, agarró a otro hombre, a este le aplastó la cabeza con el pié, haciéndola picadillo y matándolo al instante, luego se la arrebató -recuerdo como la espina sobresalía de la cabeza arrancada- y la lanzó a un costado.

Así siguió cosechando la muerte, mientras me escapaba…

…La versión oficial de la historia dice que yo fui el que asesinó a aquella gente, que entré en un estado de demencia y envié a varios a otra vida. Lo intuyeron por las manchas en mi ropa.

Pobres infelices

 

De la mente de Axis

Leonel Perez

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