Todo esto ocurrió un sábado por la noche. Sinceramente, no sé qué me ha llevado a contarlo por este medio, pero siento que si se lo cuento a un desconocido (o varios) puede disminuir mi propia carga.
Como dije, sábado por la noche, cuando regresé a casa después de un partido de soccer con unos amigos. Venía cansado y un poco mareado por las cervezas que había tomado para celebrar, así que decidí darme un baño e ir a dormir, después de todo el reloj de la cocina marcaba las doce y cuarto, y el clima frío anunciaba lluvia. Además no tenía nada que hacer estando solo, como era desde que me había mudado.
Me tiré a la cama, con las luces apagadas y sin secarme el pelo, e intenté dormir. Nada. A pesar de sentirme cansado parecía que mi sueño se había ido por el desagüe. Intenté ponerme en varias posturas, pero no, definitivamente no podía dormir, lo único que conseguí fue terminar con las sábanas enredadas en las piernas.
Mi cama estaba en una esquina de la habitación, y los ‘pies’ de ésta daban a la mesa donde estaba la computadora; de lado izquierdo había una ventana y, a la derecha, la puerta, por lo que, la única luz provenía de los faroles de la calle y solo iluminaba la parte baja de mis piernas. Me senté un minuto y luego me tiré de bruces poniendo una almohada bajo mi mentón. Miré la computadora, la pantalla gris me veía como un ojo de ciego, giré la cabeza e intenté ver a través del cristal.
En frente de la ventana había un árbol, un gran y negro macizo de hojas al que la tenue luz solo hacía ver más oscuro. Agucé mi vista, jugando a delinear las ramas e inevitablemente lo vi.
Un par de incandescentes ojos me miraban fijamente, estaban (según creo) pegados casi al tronco del árbol y no se movían en absoluto. Un terrible escalofrío recorrió mi espalda e instintivamente enterré la cara en la almohada.
Sin embargo, aun con los ojos fuertemente cerrados, era capaz de ver la luminiscencia grabada en mis retinas.
‘Es un gato’ me convencí, sin siquiera tratar de moverme ni volver a abrir las pestañas.
A la mañana siguiente desperté con la intención de no acordarme de nada, pero al parecer, mi cuerpo no opinaba lo mismo, pues lo primero que hice fue pararme frente a la ventana y abrirla completamente.
En el árbol no había absolutamente nada extraño, así que quise ver si en la parte de abajo (un pequeño patio/pasillo cubierto de gravilla roja) podía descubrir algo, pero al bajar la vista lo primero que vi fueron arañazos; justo en la madera debajo de la ventana una serie de marcados arañazos levantaba la pintura.
Eran unos cortes profundos, como si un animal de garras enormes hubiera tratado de deslizar el cristal hacia arriba.
Un sudor frío apareció en mi frente y volví a mirar el árbol para confirmar algo completamente evidente para mí: no había ninguna rama que estuviera, siquiera, apuntando hacia mi ventana. Al menos no a la altura en que se veían las marcas, ni abajo ni arriba.
Con manos un poco temblorosas, y mirando todavía hacia afuera, bajé el cristal.
Al ser domingo no tenía a donde ir, así que me senté en la cocina e intenté pensar en que podía haber pasado. Por supuesto, la idea del gato fue lo primero que borré de mi sistema, un animal del tamaño de un gato no haría cortes así de profundos. Y si fuera muy grande le sería difícil moverse por las ramas, que por si fuera poco, no había en ese lugar. Así que ¿Cómo podían arañar mi casa sin que yo escuchara siquiera un ruido? ¡Y en el segundo piso! Que era sobrecogedoramente peor para mí mente.
A pesar de pensar en posibilidades ‘coherentes’, e incluso varias más completamente incoherentes, lo cierto es que no llegué a ningún lado. Es más: Me convencí de que no era nada grave, quizá las marcas ya hubieran estado ahí sin yo darme cuenta.
Quise ignorar el hecho y resté importancia a muchas cosas que me siguieron haciendo estremecer días después, cosas como olores nauseabundos que no venían de ningún lado, heces en el patio, e incluso algunos animales pequeños que parecían haber sido molidos contra el piso. Eso e incontables manchas de color enfermizo que aparecían en las paredes me hacían sentirme acosado e inseguro en mi propia casa.
Intenté ir a terapias que supuestamente me ayudaron, pero no podía olvidar nada. Cada vez que el miedo irracional parecía haber desaparecido completamente de mi vida, un nuevo incidente lo traía de vuelta, un nuevo olor, una nueva mancha. Me estaba volviendo una persona antisocial y paranoica.
Pensé que si me encerraba en casa y solo salía cuando había luz podía alejarme del peligro. Abandoné muchas cosas y me metí en muchas otras.
Sin embargo ahora todo está empeorando. Hace rato escuché ruidos en el tejado, algo pesado que se arrastra y trepa. Una respiración cortada, como si en lugar del techo ahora estuviera en los ductos del aire acondicionado. Incluso algunos chillidos extraños.
He estado a punto de llamar a la policía o algún otro centro de atención a emergencias, pero ¿Qué demonios se supone que les diga? Cosas como que un monstruo me acosa, que siento que mi vida corre peligro en cualquier lugar, o que estoy casi seguro que está por entrar en la casa harían reír a cualquiera.
En verdad no sé qué hacer, el frío sudor baja por mi nuca al tiempo que escucho como se rompe la ventana de la sala. Sigo temblando mientras tecleo lo que pienso son mis últimas palabras. Mi boca se siente seca y mi corazón late sin parar como si estuviera a punto de tener una taquicardia.
Las cosas del piso de abajo se estrellan contra las paredes, se siente como si un grupo de locos hubiera entrado a destruirlo todo. Pero sé que es esa cosa de ojos brillantes.
Creo que lo único que me mantiene consciente es el deseo, la emoción que me causa el saber que pronto descubriré qué es lo que avanza escaleras arriba ahora que estoy por subir esto a la red.
2 comentarios
Muy bueno! 😀 Sigue asi, me encanto n.n
Me recordó al juego «boogeyman»