La Torre Gris – Parte 1

Sintió un leve mareo y se sentó al borde de la cama. Abrió lo ojos con la cara en sus manos, preguntándose porque. Medianoche y el Campaneo de la Torre Gris era aturdidor. La miró por la ventana, como siempre, curioso, pero angustiado por no poder salir de ahí, de su celda, de su prisión, para dar un paseo, para respirar. Eso era algo que no los oficiales y los jueces eran capaz de entender. Ellos sólo hacían su trabajo.

Hugo comenzó a hacer flexiones. Era lo único productivo que podía hacer mientras le atacaba el insomnio.

Los otros reclusos lloraban y se desesperaban en sus pequeñas y asquerosas celdas. La atención era mínima y la comida escaseaba, a propósito.  Sólo los más fuertes de mente y voluntad lograban seguir con vida, entre la humedad, el oxido y el musgo de las paredes, de una prisión olvidada, más horrible que el mismo castigo que los Jueces pudieran dictar.

Las latas y fierros sonaban a lo lejos, los gritos y las suplicas. Hugo llevaba dos días sin dormir, pero no caía en la desesperación. Miraba por la ventana hacia la Torre. Lo tranquilizaba, le daba esperanzas de algo que nunca vendría. Sabor a libertad.

Y el mareo otra vez.

Por fuera de la celda se paseaba Ana. La guardia consentida y la única en la que los reos cuerdos confiaban.

– ¿Otra vez mareado, Hugo?

– No tienes por qué preocuparte, Sheldon

Ana miraba la pequeña fotito que Hugo tenia pegada al costado de su cama. Aparecían una pequeña y una hermosa chica de aspecto joven.

–  …Sé que es difícil. Aun te quedan diez años y…

– No vuelvas a repetírmelo, carajo.

Hugo destrozó con la mirada a Ana, quien se sintió intimidada, aun protegida con la separación de acero que otorgaban los sucios barrotes.

Y otro mareo.

Dos semanas con los mismos mareos y los extraños dolores de cabeza. Sólo se calmaba al mirar la Torre Gris, con su campaneo exacto, hipnotico.

¿Que habría ahí? El sabor de la libertad ya lo había olvidado hace rato, pero había una cosa que lo mantenía con vida, casi cuerdo, casi al borde de la muerte, por aceptar su destino de pudrirse en prisión.

Mareo otra vez. Intenso. Trató de pedir ayuda, balbuceó un par de veces y vio llegar a Ana, quien trataba de abrir la puerta.

Pero esta vez lo superó. Hugo sentía la voz de Ana resonar con un Eco a lo lejos, estirando las manos inútilmente, tratando de encontrar algo que lo sacara de ese extraño Vortex.

Y de fondo, el campaneo incesante.

Despertó de pie, alerta y algo sofocado. Miró alrededor y su celda ya no era lo que era.

Una habitación Roja, decorada con imágenes manchadas de una niña rubia, Ojos verdes, hermosa.

Su Nombre era Nadia. Era su hija.

Corrió hacia uno de los muros y miraba llorando la foto de su hija. La sangre en las imágenes no le importaba, ni tampoco las altas temperaturas que hacían que su piel se quemara al contacto de la pared.  Era su hija, su pequeña.

– ¿Papá?

El llanto se detuvo en seco. Se alejó de la foto de su hija para voltear a ver… a su hija.

La Chica estaba en su vestidito Rosa, como la última vez que la vio antes de ser detenido por un crimen que no había cometido. Vagos y desagradables recuerdos se le venían a la cabeza, provocando dolor, tanto físico como sentimental. Mareos venian, mareos iban, ya estaba harto de los putos mareos. La situación se le escapaba de las manos. ¿Era un chiste o algo así? ¿Un castigo de Dios? Su mente se inundó de dudas y de dolor inimaginable.

Pero resistió.

Se acercó lento a la pequeña, sin dejar de ser cauteloso.

– Nadia… Pequeña…

Sorpresivamente, de los ojos de la pequeña, salían lágrimas grises, a medida que iba sonriendo. Cegado por los recuerdos, mandó a la mierda todo lo que había en su mente y corrió a abrazar a la pequeña, pero al momento del contacto, todo se fue a negro, tragado por una oscuridad abismante.

Un Grito de dolor adornó la dantesca escena.

Luz roja y brazos ensangrentados, heridos.

Y la pequeña, riendo diabólicamente, con lágrimas negras y manos manchadas con la sangre de su padre. Se quedó con los brazos abiertos, congelada en su lugar, esperando.

El contacto con su hija le producía quemaduras gravisimas. Un dolor inimaginable recorria el cuerpo de Hugo mientras veía pedazos de piel colgando a lo largo de las extremidades.

Respiró, se calmó, como pudo.

Pasaban los minutos y Hugo se mantenía en su lugar, sorprendido y casi sin respirar. Hasta creía sentirse más cómodo en la celda aquella que en ese lugar.

Golpeado con los recuerdos, rompía en llanto de nuevo, desesperado y sofocado con el calor del lugar.

Hasta que lo entendió.

Si quería salir de ahí, debía sufrir. Todos los años de cárcel lo habían hecho fuerte, mentalmente fuerte. No dejaba de ser extraño, ver la imagen de su pequeña, deformada con pura maldad, en un lugar que sólo Dios sabía que era…

Al Carajo. Con el dolor de su alma y de sus brazos quemados, abrazó con fuerzas a su pequeña, quien iba cambiando su semblante a medida que la piel en los brazos de Hugo se disolvía, por culpa de ese abrazo medio melancólico.

De pronto se fue a negro, con la imagen de la pequeña que tanto amaba, hermosa. Y de fondo, un campaneo que se le hacía familiar.

Despertó y se sentó al Borde de la cama. Dio una gran bocanada de aire y se percató de que estaba e su vieja y adorada celda. Extrañado, se puso de pie y miró con curiosidad la marca en sus brazos. Pensó que sólo había sido un sueño…

– Tú si que eres un dolor de cabeza, Hugo.

Hugo volteó agresivamente, par ver que Ana estaba sentada en la esquina oscura de la celda.

– Tú no deberías estar aquí…

– Tengo que estar atenta, Hugo. Tu desmayo me dejó preocupada.

– Los otros reos también son tu responsabilidad. Sólo soy uno más – Decía Hugo, dándole la espalda y mirando por la ventana.

Ana se levantó resignada con llaves en mano, salió de la celda y cerró firme la puerta de hierro.

– Al menos tú no estás loco, Hugo.

Iban dos días de mareos y malos recuerdos. De un asesinato, o mejor dicho, suicidio, que pasó en frente de sus ojos. De la imagen de su hija viendo a su madre tirada en el suelo y a su padre, con una arma en sus manos.

Pero él no había sido. Él no tenía la culpa.

Flashback constante y doloroso, que hacía contraste con el olor a Muerte que se respiraba en el lugar. Diariamente se retiraban cuerpos de algunas celdas. Algunos se suicidaban. Otros morían de hambre. Otros simplemente desaparecían.

Y otros se mantenían vivos. Como Hugo.

Aunque él  Iba sintiéndose progresivamente peor, vomitando, casi sin dormir ni comer.

Y en su cabeza, un incesante campaneo.

Pensaba en lo que había pasado, aturdido, casi con ganas de morir. Pero las ganas de recordar y de resolver las dudas era más fuerte.

Pero no más fuerte que los dolores de cabeza y que los mareos.Todo se volvía negro. Otra vez.

Despertó en un pasillo, totalmente a oscuras. Lamentos tristes y desesperados se oían a lo lejos. Si ese era el Infierno, pues la verdad no estaba tan mal, pensaba Hugo. Extrañamente no podía incorporarse, ni moverse. No podía ver bien en que condición estaba, como adormecido, anestesiado.  Una lucecita iluminó hacia el final de aquel lugar. Tomó una gran bocanada de aire y aguantó las ganas de gritar, al percatarse que al extremo del pasillo, había una chica de cabello castaño, hermosa, parecida a Nadia.

Era Luz, su mujer.

En su desesperación, trató de moverse, pero un dolor infernal invadió sus manos y sus pies.

Después de gritar y tragar saliva, miró con terror unas cadenas que lo sujetaban firme, penetrando la piel y la carne, pasando justo por sus tendones.

Un campaneo se oia a lo lejos. Hugo lloraba por el dolor y por la impotencia de no saber que era lo que pasaba. Miró de reojo como la sangre de deslizaba por sus antebrazos, y tambíen cómo la mujer de su vida se mantenia de pie, como inmutada, testigo de lo que pasaba con su marido.

…pero lo miraba con dulzura.

Una lamparita roja sobre él, una sobre ella. Hugo tomó aire nuevamente, resignado, ya sabía lo que debía hacer para llegar a su mujer, y encontrar respuestas.

Juntó fuerzas mientras trataba de no ahogarse. Miró su brazo derecho, que colgaba de la cadena, sosteniéndose por debajo de los tendones.

Cerró los ojos, pensando en su familia, y en los recuerdos de un hecho que lo condenó a la redención…

…y tiró.

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jose21

José Idiel Monsalve, nacido un 17 de Noviembre de 1989, se considera un fán acérrimo de la música, los video juegos, la escritura y el deporte. Actualmente como Vocalista de la Banda "Garage", Trabaja en su primera Novela, mientras divide su tiempo entre su trabajo y pasiones.

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23 comentarios

A cuento de todo el desmadre con el Josesito, me puse a leer esta historia, cuyo titulo no me intereso en su momento, pero bueh.

Esta primera parte la verdad es poco interesante, a simple vista parece algo relacionado con su mente, o sera que el lugar esta maldito, sabra Dios si Hugo formara parte del grupo de suicidas que hay en las otras celdas, tendre que leer la segunda parte.

PD: Los parrafos son muy cortos, y la primera parte de por si es corta, lo que lo hace menos atrapante aun, espero pasen mas cosas de aqui en mas.

Realmente leí esto por los comentarios en la creepy «Tripas», vi que tanto Lilith como tú defendían tu escritura a capa y espada, incluso presumiendo que tus escritos le gustaban a autores de diferentes países. No entiendo lo que defendían. Si, tus ideas son buenas y tu manera de describir las cosas me gustan mucho, pero tu defecto está en la gramática y puntuación, eso te tira por los suelos, francamente después de la primera conversación entre Ana y Hugo no quise seguir leyendo, corrige un poco la manera en la que redactas, separa las palabras que tienen que ser separadas, pon acento a palabras que lo necesitan y no lo pongas a palabras que no lo necesitan. Insisto: la idea es brillante y me encanta, pero dudo que esos escritores alaben lo que te critiqué. ¡Suerte!

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