La respiración

Mi amiga Julia y yo éramos inseparables. Nos conocíamos cuando entramos a la escuela y descubrimos que a las dos nos gustaba escuchar The Beatles, desde entonces nos conocimos mejor y nos hicimos mejores amigas.  Pasábamos todas las horas de clase juntas, y una vez a la semana dormíamos juntas en mi casa. En esas noches nos dedicábamos a descubrir los rincones más inéditos de internet, buscando las cosas más raras que pudiéramos encontrar.

Mi habitación, además, podía ser bastante siniestra a oscuras, lo que nos daba el ambiente ideal. La vieja puerta de madera, adornada con un estilo casi barroco, gruesa, hacía mucho ruido al abrirse o cerrarse. Mi ventana era diminuta, apenas dejaba entrar el haz de luz de las farolas de la calle. Tenía pocos muebles, tan solo un armario de madera similar a la puerta, la cama, tapada con una  colcha gruesa que me protegía muy bien del frío, y el escritorio donde estaba la computadora.

Julia era la más valiente de las dos, siempre que veía una página con aspecto peligroso ella quería entrar y yo insistía en que no lo hiciera, por miedo. Siempre admiré su arrojo, aunque finalmente, fue eso lo que la mató, y fue mi cobardía lo que me salvó.

Esa noche nos encontrábamos navegando por páginas de vudú y brujería. Nos fascinaban esos temas, y más de una vez habíamos jugado a realizar rituales. Eran solamente los rituales sencillos, que no requerían muchos ingredientes, y cuyos objetivos eran simplemente traer mala suerte a alguien, imponerles una enfermedad suave como mucho. Era yo la que frenaba siempre a Julia, que quería probar rituales más graves. Por supuesto, nunca pasaba nada.

Pero esa noche yo andaba enojada con una chica de la escuela, que había estado tonteando con el chico que me gustaba. Habíamos encontrado una página que parecía bastante seria, sobre esoterismo. Uno de los hechizos propuestos servía para hacer desaparecer a alguien de la vida de uno, y decidimos probarlo a pesar de que requería ser sellado con nuestra propia sangre, aunque no creíamos que fuera a funcionar realmente.

Era relativamente sencillo de llevar a cabo. Pintamos un pentágono en el suelo, pusimos los símbolos correspondientes, unas gotas de nuestra sangre y recitamos el hechizo. La página decía que para sellar el trato y poseer el poder de hacer desaparecer, debíamos mirar a los ojos al demonio que  se invocaba con el ritual.

Al terminar de recitar el hechizo se hizo un silencio completo, y la oscuridad pareció crecer. Ya no se veía la débil luz de las farolas. Julia y yo nos mirábamos, asustadas. Después de un par de minutos así, entendimos que se había acabado todo, que no había pasado nada y nos relajamos.

Nada más tranquilizarnos, se escuchó el ascensor de mi edificio. Me dije que no pasaba nada, sería algún vecino volviendo a su casa. Unos segundos después, se escuchó la puerta de mi casa. Después, los pasos por el pasillo.

Julia estaba convencida de que eran mis padres, se la veía tranquila, pero yo estaba muy asustada y me escondí debajo de mi colcha. Desde ahí, pude escuchar la puerta de mi habitación abriéndose con ese ruido más siniestro, luego, pasos y una respiración cerca de nosotras. Julia no habló, y tampoco lo hizo la otra presencia, lo que me asustó todavía más. Hubo silencio durante mucho rato, el tiempo que tardé en caer desmayada por el miedo. Todo el rato escuché la respiración.

Cuando me desperté, mi madre me estaba hablando. –Despierta, dormilona. ¿Por qué no nos dijiste que Julia no se iba a quedar a dormir? Venga, quítate la colcha de encima y levanta.- Por detrás de la voz de mi madre, escuchaba respirar a la criatura. Estaba muerta de miedo, ¿qué le había pasado a Julia? ¿Se la había llevado ese ser? ¿Y por qué no se iba? No quería quitarme la colcha, porque me miraría a los ojos, y yo también desaparecería.

Ha pasado mucho tiempo después de eso, o eso creo. Han conseguido quitarme la colcha, pero llevo siempre los ojos vendados. Sigo escuchando la respiración, y me acompañará hasta mi muerte.

Creación propia

Amaranta

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