La Cuenta Atrás.

-Oye Elena, ¿sabes jugar a la Cuenta Atrás?- preguntó Ana súbitamente.
Estábamos solas en su casa, pues sus padres estaban trabajando y su hermano en casa de un amigo. Hacía un tiempo pésimo, como mi estado de ánimo. Llovía a cántaros y el cielo plomizo no dejaba ver el sol.
-¿La Cuenta Atrás?- pregunté curiosa. Siempre me habían atraído los oscuros misterios.
-¡Sí! -repuso emocionada- Te vendas los ojos y te cuentas hasta 5. Cuando terminas dices: ¡Mro, devorador de mundos, me postro ante ti como tu sierva!
Mro… Eso me sonaba. Sí, definitivamente lo conocía. Mro, el dios de la locura y el sadismo.
-¿Y ser su sierva significa qué…? -dije temerosa.
-¡Significa qué nos vamos a sacrificar ante Mro! -chilló Ana emocionada.
Era una mala idea, lo sabía. Una sensación de temor me invadió. Ana me debió ver la expresión de temor porque dijo:
-No te preocupes, sólo son cuentos de niños. Vamos será divertido.
-Si, -repuse- yo me sacrifico ante dioses todos los días…
Ella rió mientras se levantaba del mullido sofá. Me cogió de la mano y fui con ella. Me llevó a la cocina y sacó un pequeño cuchillo del cajón.
-Ahora debes cortarme -indicó tranquila- Mira, aquí y a lo mejor aquí -comentó mientras se señalaba la parte posterior y superior de la mano.
-¡¿Quééé?! -grité soltando el cuchillo, que repiqueteó en las losas.
-Vamos Elena, ¡sólo es un cortecito pequeño!- suplicó.
Negué con la cabeza, temblando ligeramente. Ella me cogió las manos y me miró fijamente.
-¿Quieres jugar o no? -Me dijo muy seria- Si no me cortas tú lo haré yo, y no puedo prometer que me contenga -advirtió mientras se agachaba para recoger el cuchillo.
-¡No, vale lo hago! -grité casi en mi contra. Ella me miró sonriente.
-¡Sabía que lo harías!
Sin mirar coloqué el cuchillo sobre la palma de su mano y apreté suavemente. La sangré manó con facilidad, fluyendo como un río y salpicando las baldosas. Era una extraña visión.
-¿Ya estás contenta? -increpé a Ana
-!Sí! Muchas gracias Elena -me miró sonriente y me sorprendí mirándola temerosa. Se miraba las manos con una expresión extasiada.
Me guió hacia el salón don de se posicionó en el centro del mismo. La sangre le manchaba las manos y goteaba por su ropa. Se secó el sudor de la frente, dejando una marca de sangre qué le corría por la cara. Tenía miedo. Se puso la venda sobre los ojos y bramó:
¡CINCO!
¡CUATRO!
¡TRES!
¡DOS!
¡UNO!
Cogió aire, en una gran bocanada.
¡MRO, DEVORADOR DE MUNDOS, ME POSTRO ANTE TI COMO TU SIERVA!
Se quitó la venda bruscamente. Lágrimas de alegría descendían por su cara. La locura había florecido en sus ojos. Retrocedí al ver en lo que se había convertido mi amiga.
Retrocedí hasta la puerta, palpándola hasta dar con el pomo. Las luces parpadeaban. Pasé por la puerta ya abierta, tropezándome con mis propios pies. Caí hacia atrás, me golpeé con la pared. A través de la puerta abierta pude ver una visión sobrecogedora. Ana, mi Ana, gritaba una y otra vez:
¡MRO, DEVORADOR DE MUNDOS, ME POSTRO ANTE TI COMO TU SIERVA! ¡MRO, DEVORADOR DE MUNDOS, ME POSTRO ANTE TI COMO TU SIERVA!¡MRO, DEVORADOR DE MUNDOS, ME POSTRO ANTE TI COMO TU SIERVA!
Súbitamente la puerta se cerró, amortiguando los gritos. Salí de aquella casa de sangre y almas. respirando el aire de la noche. Corrí lo más lejos que pude de aquella pesadilla, tropezando y cayendo.
Los gritos habían cesado.

De mí.

Pablo

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