In Ténebris.

El dulce sonido del ajetreo diario idiosincrásico de mi urbe natal ya parece lejano, el que fue mi único mundo quedó atrás, atrapado en su aislamiento por un complejo agorafóbico originado por el desconocimiento del exterior. Recuerdo sólo haber oído rumores de lo que habitaba más allá de los altos muros que circundaban la ciudad, rumores de grandes bestias y espectros humanoides sedientos de sangre. Ya he viajado por más de un mes, y no he encontrado más que oscuridad.

Aquí no hay sol ni luna, esas eran artimañas concebidas para mantenernos en las sombras, para imponernos un luminoso mundo ficticio. Aquí no hay luz, las tinieblas lo abarcan todo, lo cubren todo, y se cuelan por tus poros llenando tu corazón de una negrura intrigante, eliminando todo atisbo de felicidad.

Perdido en la penumbra, continué mi andar errático sin dirección aparente hasta que mi pié izquierdo se topó con un obstáculo que lo venció, y que me hizo caer estrepitosamente. Me levanté y al despegar mis párpados, los que mantenía cerrados desde que la visión se volvió inútil, vi una pequeña piedra que resplandecía con un llamativo color púrpura que me trajo a la mente el fugaz recuerdo de lo que llamamos alegría. Me es incomprensible el cómo es que aquél objeto inerte brillaba, pero su luz me hacía sentir orientado, borrando todo sentido de perdición.

Al levantar la mirada, vislumbré una incontable  cantidad de luces alineadas en lo que parecía el contorno de un sendero. Retomé mi caminar a través de él, y no tardé demasiado en notar en el horizonte un destello tenue que me indicaba que mi travesía estaba llegando a destino.

 Al costado del camino, comenzaron a emerger pequeñas flores de brillos multicolores que me observaban con sus pequeños ojos añiles que parecían atravesar mi piel y escrutar mi alma. El cielo se vio surcado por cadenas que parecían transportar lo que se me antojó como almas perdidas en busca de un destino, las cadenas siempre me han causado desconfianza por su  ambigüedad entre proporcionadoras de seguridad y de opresión, por ende, cuando una de ellas se detuvo ante mí con la intención de llevarme, retomé mi marcha mirándola de reojo.

Posteriormente, no tardé en vislumbrar a la distancia lo que se asemejaba a una metrópolis refulgente de intenso color rojo fuego y de edificaciones aparentemente móviles.  Aceleré fuertemente el paso para contemplar aquella extraña imagen más de cerca, y al llegar junto a ella, lo que vi me impactó.

En aquel lugar, no existían los objetos inertes, todo se desplazaba, todo vivía, todo me observaba. De los altos edificios surgían protuberancias en los sectores circundantes a las ventanas que se aproximaban a mí, pero sólo una se acercó lo suficiente como para contemplar su interior. Allí, un ser semejante a mí me devolvía la mirada con sus grandes ojos turquesa, era alto, fornido, idéntico a mí, pero con la diferencia de sus ojos y su ausencia de cavidad abdominal, que era reemplazada por un conjunto de gruesas arterias que conectaban sus dos mitades.

La ventana se abrió y el hombre emergió y se paró ante mí, y una extraña conexión pareció surgir entre nosotros, no estaba solo, existía alguien como yo. Una euforia como ninguna  se apoderó de mí, había encontrado mi lugar en el mundo, yo pertenecía a este lugar y aquí me quedaría para siempre. Estiré mi mano para tocar a aquel ser, y él me correspondió con el mismo gesto. Tocamos nuestros rostros a la vez.

Un estruendo desconocido se apoderó del ambiente, y al dirigir mi mirada al centro de mi otro yo, vi con horror cómo todas sus arterias se habían destruido, a excepción de una, que era la que lo mantenía unido. Sus ojos se apagaron, y se volvieron de un gris sin vida, me miró por última vez y cayó al suelo. Las construcciones se comenzaron a agitar dolorosamente, desesperadamente, y a caer devastadas por la pena, resquebrajándose en mil pedazos, al igual que mi alma se partía al admirar aquello. La ciudad se apagó con un agónico alarido que destruyo por completo mi espíritu, llevándose mis fuerzas y acabando con mi vida.

Creación propia.

franquito

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