Huésped

Ya van, aproximadamente, unos cuatro meses transcurridos desde aquél fatídico día en donde comenzó a desatarse el infierno en mi vida. Créanme, sé que puedo y tiendo a exagerar un poco las cosas pero el vocabulario humano no ha encontrado ninguna otra palabra que describa mi horrenda situación. Lo que me pasó hace dos meses atrás será una prueba irrefutable de que, hay cosas que ni las altas ciencias o las más extraordinarios filosofías puedan describir y saber acertadamente.

Mi casa está a veinte kilómetros afuera de la ciudad. Se encontraba perdida entre un mar de árboles; un bosque lúgubre y desolado que no hacia nada más que perder a los desafortunados que llegaban y no sabían marcharse. Compré esa casa humilde porque, tenía que conseguir un lugar en dónde vivir, que sea económico (y que no haya tenido que invertir mucho dinero en remodelaciones) y que puedo trasladarme teniendo una vista hermosa. Obviamente, conseguí esa casa.

La casa era increíblemente hermosa. Una casa de tres pisos con una fachada de miles de tejas compiladas entre sí. Color blanco; aunque muy desgastado con una cochera enorme que parecía más o menos un camino de cincuenta metros y un patio increíblemente grande con árboles enormes y arbustos hacia los lados. Tenía también un taller de herramientas al lado izquierdo y un rió más allá del patio que, más o menos, a unos cuántos kilómetros se perdía para encontrarse con el mar de Portugal. Por dentro, después de la puerta se encontraba, del lado derecho, la sala; con una chimenea grande que se perdía hacia la cocina. Del lado izquierda se encontraba la oficina principal, en donde podía hacer mi trabajo de escritor sin ser interrumpido. En el frente estaban las escaleras. Me dí un pequeño susto cuando al subir por las escaleras se escuchaba un crujido lúgubre que me hacía pensar que las escaleras no habían sido usadas en mucho tiempo; después de todo, pensé que terminarían rompiéndose y yo cayese para romperme un brazo o una pierna. En la parte de arriba eran 6 habitaciones, todas con un sentido de la madera un muy excesivo. Caminando por las escaleras más arriba me encontré con el ático, muy oscuro y tenebroso para mi gusto. Quien era experto, hubiese podido decir que la casa era del siglo XVII, pero se confundía también con el siglo IX.

Los propietarios anteriores no habían mencionado el terrible suceso que se apoderó de esa casa, cuatro años atrás. Un terrible asesinato en donde una secta satánica había masacrado, sí, masacrado a seis de sus miembros, cortándoles las manos y los pies y obligándolos a comérselos como viles caníbales. Ellos murieron desangrados. Como un completo escéptico y viniendo del seno de una familia generalizada al partido comunista y por obvias razones atea, pensé que no habría ninguna consecuencia en esto. Siempre fui un escéptico ante los hechos paranormales, infernales y teologales; de hecho, siempre rechacé toda idea de esta índole.

La mudanza fue un complejo suceso, ya que yo venía de la ciudad y, técnicamente vivíamos al otro lado de donde habíamos comprado la casa. Así que tuvimos que conseguir camiones extras para llevar toda la inmobiliaria hacia la nueva propiedad. Recuerdo que gasté más de lo que había planeado gastar esa tarde y nos tomó, cuatro o seis horas de camino, más o menos.

Una vez que ordené las cosas a mi gusto, en donde deseaba colocarlas, decidí ir hacia la tienda más cercana para comprar algo de mi cena. Nada codicioso si es que recordamos que no deseaba gastar más dinero del que yo tenía. Subí por las escaleras para apagar las luces de los cuartos que había prendido para hacerme compañía, y después bajé rodeando un poco algunas cajas que no había abierto todavía.

Encendí mi auto y manejé colina abajo para encontrar una tienda que se llamaba «Mark’s Shop». Compré mi cena: unos panes, queso, lechuga, tomates y cebolla para prepararme unos deliciosos sándwiches. Encendí de nuevo mi auto y manejé de regreso a mi casa. Hubiese sido un transcurso normal de no ser porque cuando estacioné mi auto frente a mi casa, noté una fuente de luz muy tenue dentro de la casa. Después de colocar las llaves en la puerta y abrirla, me percaté de que todas las luces estaban encendidas; sin embargo, parecía que hubiesen estado encendidas por 3 días, ya que su luz no iluminaba muy bien.

Lejos de asustarme, estaba confundido. Según yo, había apagado todas las luces pero no estaba consiente de lo que estaba siendo. Creí, por un momento, que las había apagado pero, como ya dije antes, pude haberme equivocado y dejarlas prendidas. Digo, no había muchas personas alrededor y un signo de luz en aquella casa podía ser señal de que un nuevo inquilino poseía la casa; podía hacer amigos y tener vecinos de los que yo pensaba tener, así que no le di mucha importancia al asunto y me dirigí a preparar mi cena.

Después de cenar, apagué todas las luces de la parte baja de la casa. Subí las escaleras y me dirigí al baño para lavarme los dientes. Cuando terminé, abrí el agua fría del lavabo y coloqué mis manos en ella, para después colocar rápidamente el agua fría en mi rostro. Después de cerrar los ojos y abrirlos, noté a través del espejo que daba reflejo a mi cuarto, y éste a la sala, noté algo muy peculiar: las luces de la parte baja de la casa estaban completamente encendidas. Sentí un golpe de pánico y confusión golpear mi corazón y adrenalina siendo expulsada de mi cuerpo a cada momento en que mi mente pensaba: “yo estoy seguro que apagué las luces.” Lejos de pensar que era un fantasma, en realidad pensé que era un ladrón; digo, acababa de mudarme y todavía la puerta y la casa necesitaban un tipo de seguridad extra, así que era fácilmente entrar.

Me quedé inmóvil por unos momentos. Sentía perfectamente que algo o alguien estaba dentro de la casa. Esperé el tiempo que creí necesario para salir del baño hacia mi cuarto y agarrar un bate de béisbol para salir del cuarto e investigar. Me dirigí hacia abajo recorriendo la sala; corriendo la oficina, la cocina, el patio, las cinco demás habitaciones sólo para saber que no había absolutamente nadie en la casa. Algo me dijo, una intuición que está demás contar que algo se encontraba en el ático; sin embargo, no tenía el valor o las agallas para subir allá arriba a altas horas de la noche, así que simplemente dejé ir el pensamiento y me dirigí a mi dormitorio para dormir.

* * * * * *

Me desperté la mañana siguiente un poco cansado y con un frío penetrante; podía hasta inhalar aire para luego exhalarlo y ver el aliento congelándose. Supuse pues, que como era una casa vieja y necesitaba remodelaciones, no tenía un sistema de calefacción; cosa que terminé descartando cuando vi en mi oficina una pequeña puerto que conducía al sótano. La abrí y vi hacia dentro. Podía ver como la oscuridad se aliaba con el olor putrefacto de las cañerías y el olor nauseabundo y mohoso de las paredes. Con mi carente sentido de imaginación, supuse que fue, anteriormente, un laboratorio. En efecto, se podía ver cristales y botellas rotas, así que, decidí que cualquier cosa que llegase a necesitar después de un tiempo (como el árbol de Navidad [no era cristiano, era ateo pero eso no me impedía decorar mi casa con algunos objetos, ¿no?], pelotas y cosas que, bien podía poner en la casa pero me harían quitar mucho espacio) podía colocarlos allí temporalmente.

Recuerdo ese día como una labor sin fines, colocando cuadros por aquí, sillas y mesas por acá, escritorios acullá. Lo que más se me complicó fue colocar el piano en la oficina; sin embargo, quedaría perfecto si añadiese mi Biblioteca Personal, con la cual contaba más de 7,000 libros que mi padre había heredado de su padre y yo del mío. Me enorgullecía poder llamarme un bibliófilo junto con mi padre que, ambos ejercíamos la profesión de escritor. En Nueva York soñaba con ser escritor como mi padre; sin embargo, tenía que estar pensando diariamente con la interminable preguntar del millón: “¿y cómo subsistiré?”

Terminé de arreglar toda la casa y, las cosas que iban a ser objeto de celebraciones por año, las coloqué en el sótano. Hubiese podido comenzar a trabajar con algún libro, ya que tenía múltiples ideas de cómo comenzar; mi primera idea sería: una historia de romance. Sin embargo, algo no satisfacía mis órdenes y me sentía incómodo con el simple hecho de que, sólo había visto una sola vez el ático y tenía esa enorme e incorruptible curiosidad de qué es lo que había allí arriba.

Me dirigí pues, arriba al ático para saber el por qué de mi curiosidad. Llevé conmigo mismo el bate de béisbol que había portado ayer por la noche porque pensé que, si alguien había entrado ayer por la noche, debía de estar allí. Un vagabundo, quizá. Coloqué la llave en el picaporte mientras mi corazón iba latiendo a mil por hora y mi cuerpo expulsaba adrenalina cada vez que iba abriendo lentamente la puerta. Llegó un momento de fortalecimiento y abrí al puerta de un solo golpe para, lo que fuese que estaba esperándome allí dentro se llevara un buen susto. Sin embargo, mis nervios fueron en vano al solo ver unas sillas, mesas, botellas de licor que, vagamente identifiqué como Whiskey y una estantería vieja. Dejé exhalar una risita nerviosa como diciendo: “¡Ay, qué loco estaba, sólo esto!”, además era comprensible porque ayer fue de noche y no podía ver más de lo que mis ojos ofrecían; después sentí en mi rostro una corriente de aire muy fría que me hizo arrugar la cara para protegerme del frío que sentí en ese momento.

Me alejé, hundido en mis pensamientos y una sonrisa un poco sarcástica, cerrando la puerta. Bajé por las escaleras y de repente, pude jurar que escuché una risa gutural en la oficina. Rápidamente bajé, a toda prisa, para encontrarme cara a cara con el intruso. Entré a la oficina con la adrenalina al límite y mi bate de béisbol preparado para el ataque, pero no encontré a nadie allí. Observé por todos lados pero no pude encontrar el origen de aquella risa. Después, escuché un ruido como de golpe en la cocina; corrí rápidamente hacia ella sólo para encontrarme que la ventana estaba abierta, chocando una contra otra. Supuse que, quien quiera que fuera, habría salido corriendo por la ventana y no se había molestado en cerrarla; quizá para que yo no sospechara que no había entrado nadie.

“Tranquilo, no pasa nada —me decía a mí mismo—. Te estás volviendo paranoico, no es nada.” Sin embargo, no podía dejar de mirar el patio, tuve la mirada puesta en un solo objeto, pero estaba hundido en mis pensamientos, tratando de tranquilizarme a cada momento; pero no dejaba de pensar que estaba mal.

Calló la tarde, como de costumbre me encontraba yo en mi oficina, escribiendo un poco sobre una novela juvenil que titulé: “Punto de encuentro: el cielo”. Había estado pensando en algunas buenas ideas como: la historia de un chico que trataba de encontrar su propósito en la vida y se daba cuenta, a través de múltiples experiencias con el amor y la amistad que, no importaba qué es lo que tenías, sino a quiénes tienes en tu vida; y que cuando moría, encontraría  todas esas personas que tanto amó en la vida, en el cielo. Eran, aproximadamente, como las 4:37 p.m. cuando mi estómago gruñó. Decidí que era hora como almorzar así que me dirigí a la cocina para prepararme una sopa de lentejas, una torta y pedir algo de comida china. Después de una espera un poco razonable, el buen hombre llegó entregándome el paquete. Le di 10€, preparé mi comida a mi gusto y me dirigí a mi oficina para seguir con mi historia comiendo. Mi hambre se desvaneció cuando pude leer en el papel, escrito con tinta roja que después pude identificar como sangre… Sí, ¡sangre! Por el color rojo ennegrecido las palabras: «In nomine dei nostri Sathanas Luceri excelsi».

* * * * * *

Fui a la Biblioteca Nacional de Portugal la mañana siguiente para llevarme prestados algunos libros. Me encontraba un poco confuso e intrigado por aquella rara nota. Al parecer estaba escrita en latín con tinta sangrienta. Hasta este punto, no sabía en qué confiar: si en mis creencias o en lo que yo pensaba que podía ser creíble si alguien quisiera asustarme, pero ¿quién?

Me llevé algunos libros de ocultismo, esoterismo, satanismo y magia / negra y blanca. Me llevé libros de autores reconocidos como Paracelso, Tritemius, IlermesTrismegisto, Boreilus y Papus. Conduje de vuelta a casa con más de treinta libros en manos, así que, planeando un poco mi vida, pensé que sería bueno retrasarme un poco en mi novela para ponerme investigar qué clase de broma juvenil podía ser descubierta o qué clase de brujería me estaban haciendo; fuese lo que fuese, la novela podía esperar.

Hasta este momento, no sabía qué pensar. Si mis creencias de que, Dios y el Diablo no existían era cierto, o que la magia blanca y negra, Dios y el Diablo, los ángeles y los demonios sí existían. Me gustaba creer en lo primero, pero más vale prevenir que lamentar.

Llegué a mi casa y lo primero que hice fue: prepararme un café y abrir el primer libro que, supuse, me iba a dar pistas sobre el mensaje que había encontrado en los papeles. El primer libro que cogí se llamaba «Bajo los cimientos del infierno: Todo sobre el satanismo y la demonología» de un tal Aleister Crowley. Había escuchado hablar de él alguna vez en mi juventud. Tal sería el caso del satanista más grande en la historia de la humanidad; sin embargo, sus libros como «El Libro de la Ley» y «Tratado de la Magia» suponían un lenguaje para iniciados en las artes esotéricas, cosa que yo en realidad no era, no sabía y ni deseaba saberlo.

No encontré nada interesante ni servible cuando terminé la primera parte, que se llamaba “Satanismo”. Todo era acerca de la historia del satanismo y su gran importancia en el mundo; sin embargo, todo cobró sentido cuando llegué a la parte número dos que se titulaba “Demonología”. Un repaso de los demonios según algunas religiones, e inclusive, mencionaba los setenta y dos demonios según Salomón. Allí encontré muchísimo al respecto, y leí con mucha determinación.

“Los demonios tienen el poder de poseer objetos y personas. Sin embargo, cuando hay un suceso extremadamente violento o una invocación (o tal es el caso de una evocación), los demonios pueden quedarse donde suelen ser llamados como presencias en vez de objetos poseídos.

En este caso, si una persona llama a un demonio por medio de un rito, sea de invocación o de evocación, la energía negativo quedará para siempre en ese lugar; también si se han hechos asesinatos. El lugar puede, únicamente, ser “limpiado” por un sacerdote o un pastor, evocando el nombre del Señor Jesucristo.

Tales lugares suelen tener más actividad al presentarse en épocas donde el demonio (o la legión de demonios) fueron designados. Cada demonio —y su legión— tienen su propio mes para mostrar actividad. Mientras se está en el mes designado para mostrar caos, destrucción y persuasión, quien esté en el lugar adecuado, encontrará signos de actividad demoníaca.

Suelen presentarse como manifestaciones corporales (que el demonio se presente en un cuerpo) o en espíritu. Ruidos extraños, agitaciones, mensajes, voces, inclusive presencias en sueños y conversaciones en éstas.

Son llamados por medio de rituales. El más clásico es dibujar un pentagrama invertido y colocar velas negras en cada una de las puntas (que son cinco puntas = cinco velas) y decir las palabras: In nomine dei nostri Sathanas Luceri excelsi […]”

¡Bingo! Parecía que había encontrado el eslabón perdido. No sé qué es lo que me pasó, pero en esos momentos, sentía en mi corazón ser un fiel creyente de que los demonios, en realidad sí existen. Sin embargo, no quería creerlo.

Ojeé el libro en búsqueda de una solución, a la cual, encontré que la mejor solución para una persona no experta en los ámbitos ocultistas (porque también había soluciones con hechizos y magia) era trayendo a un Sacerdote para bendecir la cosa en nombre de Dios. Sin embargo, eso representaba algunos retos un poco difíciles porque 1) no era creyente 2) era comunista también 3) mi hogar quedaba en medio de la nada y 4) no sabía en dónde había una iglesia.

Parecía que el destino estaba en mí contra ese día porque, tenía sólo tres días cuando sentía que algo, una presencia completamente conflictiva podía no sólo hacerme daño sino arruinar mi vida. Además,  mi sentido común cada vez me decía que era un tonto por creer que esto era verdad. Sin embargo, ¿qué podía perder? Si esto era producto de mi mente, podía cesar cuando yo deseaba. Y si esto era cierto, con esto terminaría para siempre y podría regresar a mi vida normal. Además, si esto terminaba con el sacerdote, podía creer como que esto nunca sucedió y olvidarme del tema lo más rápido posible para sentir vergüenza de mi mismo. Rápidamente pensé: “¿Y si no cesa, qué haré?” Había gastado todo mi dinero y mis ahorros en esta casa. No podía salirme como si nada y creer que, un toque de buena suerte resolvería mis problemas en un santiamén. Eso no era posible. Aunque fuese un optimista y tuviese un gran don para la esperanza, no creería eso… Realmente, no lo creería.

Después de pensarlo por un momento, llegué a la desafortunada decisión de que, era hora de llamar a un experto. Así que, preparé mis cosas para partir en la mañana hacia mi directorio telefónico más cercano y resolver el problema de raíz.

A la mañana siguiente, como a las 12:30 p.m. salí de mi casa para ir en búsqueda de alguna iglesia. No me importaba si era católica o cristiana, sólo deseaba encontrar respuestas a mis incógnitas. Planeaba estar en esa casa mucho tiempo… Mucho tiempo, y no iba a dejar que un espíritu fanfarrón iba a estropearlo. Además, no era como si en realidad creyese en eso. Para mí, todo en este mundo tenía una explicación; un poco de mi filosofía de vida. Podía ser un problema psicológico que yo tenía, ya que también había tenido una infancia un poco dura, o en realidad era lo que me temía que podía llegar a ser. Pero, si hay algo que aprendí en mis clases de filosofía en la Universidad era que, todo era posible.

Encontré una iglesia católica. Entré para encontrarme boquiabierto al ver cuán precioso era la estructura. Yo era ateo hasta los huesos; sin embargo, el acomodo religioso me había asombrado. Era una cantidad enorme de pilares que en todas ellas había un santo. En el altar, se podía observar el Cristo crucificado de más de cinco metros de alto y tres de ancho. A Dios Padre arriba de Cristo crucificado, con las manos abiertas expulsando un tipo de rayos solares (algo que identifiqué como: luz divina) y el Espíritu Santo entre los dos. Me quedé sentado por unos minutos hasta que un hombre viejo, delgado con una camisa de franela roja pasó en medio del altar, arrodillándose para posteriormente limpiar la mesa donde estaba la Santa Biblia. Fui con él para preguntarle si podía ver al padre.

—Claro jovencito —dijo el señor muy amablemente—. Él está dentro —hizo una señal hacia una puerta que conducía a un tipo de oficina con sillas de espera—. Ve hacía allí y espéralo. Él saldrá de su labor en pocos minutos y podrás verle.

—Muchas gracias, señor —Dije yo, estrechándole la mano para entrar a la puerta.

Me dirigí hacia la puerta, pasé la puerta y fui todo derecho hacia las sillas y me senté para esperar al sacerdote. Después de unos ocho o nueve minutos, salió el en una camisa de vestir con mangas cortas, fajado, pantalones de vestir, negros y me dijo que pasara a su oficina con una sonrisa muy sincera.

—Soy el Sacerdote: Christian Roberspierre—dijo él con un tono extranjero. Tuve la ligera idea de que venía de Francia; eso y porque había una figura de la Torre Eiffel en miniatura en su escritorio—. En qué puedo ayudarte, señor.

—Mi nombre es John Volton, mucho gusto —dije, estrechándole mi mano al sacerdote como una expresión de educación—. Verá, he tenido una especie de problemas, anteriormente. Me mudé de casa a una que está dentro del bosque, por la carretera. Todo iba bien hasta que empecé a notar un poco de situaciones horrendas. Obviamente, usted debe de saber esto mejor que nadie cuando me refiero a ‘situaciones horrendas’ —hice énfasis en esas últimas palabras—. Risas macabras, he sentido que alguien me observa; inclusive, encontré una nota escrita con sangre que decía «In nomine deinostriSathanasLuceriexcelsi»

El sacerdote se me quedó viendo con un rostro de asombro. Un rostro de indiferencia y de temor a la vez. Algo me dijo, muy dentro de mí mismo, que algo no andaba bien. Simplemente, decidí terminar con un “—realmente no sé qué hacer.”

Él puso sus manos en su barbilla y dejó escapar una exhalación; un suspiro y luego me dijo.

—Mire, estos temas deben de ser tratado con extrema cautela. Estos seres [los demonios] son extremadamente peligrosos y no hay lugar para negociar… ¿Si me entiende? Déjeme ver qué es lo que puedo hacer. Pero antes debo decirle que no tiente al demonio, con esto me refiero a que: no intente hablar con él, no lo atraiga más a usted: no juegue a la Ouija, deshágase de todos los libros de satanismo, ocultismo o esoterismo que usted posea y espere mi respuesta. Yo le llamaré mañana.

Su respuesta me dejó tranquilo, porque sabía que había puesto la situación en manos de un experto. Una vez terminada la conversación, me paré para estrecharle la mano y él también lo hizo. Me dijo que me acompañaba hasta la puerta de salida pero algo no estaba bien en ese momento, lo sabía porque lo sentía. De pronto sentí un enorme dolor en el estómago; un dolor tan agudo que me hizo gritar. Sentía un líquido emanar de mi estómago que estaba yéndose hacia mi esófago y salir por mi boca… Había vomitado sangre. El sacerdote preocupado por mi estado, gritó al hombre de franela para llamar a una ambulancia. Mientras llamaban, el sacerdote se quedó conmigo diciéndome que esperara, que ya venía la ayuda en camino; sin embargo, yo sólo podía ver mis ojos entrecerrándose y dejándome ir. Escuché una voz que me decía furiosa: «Cometiste un grave error»; estaba demasiado “inconsciente” como para escuchar algo más. Al final, me desmayé.

* * * * * *

Desperté en el hospital, a altas horas de la noche. Mi querido amigo Tom estaba en una de las sillas al lado de mi cama. Tom fue mi amigo desde la Secundaria hasta la Universidad y él me había ayudado a mudarme de casa. Tom era el típico chico que tu madre nunca aprobaría en una amistad, y mucho menos como una relación amorosa. Fue el mariscal de campo de la Universidad, fuerte y fornido pero con un gran sentido del humor, extrovertido y carismática; siempre siendo un caballero. Tenía pelo corto negro, cejas increíblemente notables como a kilómetros de distancia. Siempre vestido de una sudadera de «Pull & Bear» negra y pantalones azul marino con tenis «Nike». Tom me dijo que había tenido un derrame interno, un efecto de estar estresado y furioso por mucho tiempo. Pero algo me dijo que no fue así, sentí que fue esa cosa lo que me había provocado vomitar sangre; aún así, calmé mis estados de ánimo agresivos para cuando el sacerdote fuese a bendecir mi casa.

Entró el doctor, interrumpiendo nuestra charla, diciéndome que, dentro de unas horas podían darme de alta, ya que el derrame no fue demasiado maligno como para recurrir a una operación. Me dijeron que estaba sano ahora. Tom insistió en quedarse hasta que me dieran de alta, aunque yo le dije que no era necesario, él insistió.

Cuando estábamos saliendo del hospital, le pedí a Tom si podía quedarse conmigo esta noche. Él pensó que era una buena idea, ya que era de noche y su casa quedaba, más o menos, a dos horas de camino; sin embargo, el real motivo de mi súplica fue porque no quería estar solo… No en esa casa en la noche… No con “él”.

Llegamos a casa como a las 3:15 a.m. y dejé pasar a Tom a mi humilde morada. Él dijo que estaba muy bien pero que le hacían falta unos toques y estilo: “el John style”, dijo. Después de unos momentos, ofrecí darle mi cama y yo dormir debajo con un sleepingbag. Él me dijo que no era necesario ya que había otras cinco habitaciones disponibles pero yo insistí. Ante mis grandes súplicas, él accedió. “Eso sí, primero un baño y tú también báñate, que hueles a hospital” —dijo él en tono burlón.

Tom me dijo que me bañara primero, ya que yo era el propietario de la casa. Discutimos sobre quién debía bañarse primero pero Tom ganó y tuve que bañarme primero. Me dirigí hacia el baño de mi cuarto. Cuando entré, me quité los pantalones, la camisa, los calzoncillos y los calcetines y miré mi rostro en el espejo. Di un tremendo susto, gritando con todo mi pulso cuando vi a alguien al lado mío. Una figura oscura y repulsiva. No podía ver sus facciones como su rostro, pero pude notar su nariz. Noté que parecía de una compostura delgada… Demasiado delgada como para ser humano, en realidad, parecía ser más esqueleto que ser humano. Me di la vuelta con el corazón latiendo a mil por segundo; expulsando adrenalina en cada rincón de mi cuerpo sólo para observar que no había nadie. Rápidamente me alejé del baño para colocarme en el rincón de éste, coloqué mis manos en una cruz, cerrándome también los ojos y mis orejas gritando en mi mente: «¡La, La, La, La, La!» para no escuchar nada ni ver nada. Sentía una explosión de adrenalina siendo expulsada de mi cuerpo, un miedo paralizante, un terror que hacía corromper mi cordura; me di cuenta que estaba sudando por el miedo y tuve unas ganas incontrolables de vomitar. Estuve así hasta que pude notar que no había nadie en el baño, después de cerciorarme de que todo estaba bien, abrí la llave del grifo y me temí a bañar… Eso sí, jamás perdiendo de vista cada detalle del baño.

Cerré mis ojos para colocarme el shampoo en mi cabello. Pensé, o más bien, creí que había llegado al climax de mi situación. Pensé que aquella horrorosa figura iba a aparecerse conmigo en el baño para asustarme (o hacerme algo más). Sólo pude cerrar los ojos, fruncir el ceño como con una expresión de lloriqueo y rezar algo de lo que mi tío, que sí era creyente, me había enseñado. A este punto, ya era un creyente al cien por ciento. Afortunadamente, eso no pasó; sin embargo, escuché un golpe suave en la puerta de la casa y posteriormente, escuché a Tom conversar con alguien.

Cuando terminé de bañarme, me sequé mi cabello y todo mi cuerpo, me coloqué mi toalla alrededor de mi cadera para proteger mis partes íntimas de ser vistas por Tom y provocar una “reacción anti-natural entre los gustos de mi amigo”. Subió Tom las escaleras y entró a mi habitación diciéndome que “ya había llegado el de mantenimiento para revisar la caldera” y que ya lo había hecho pasar. La cara de Tom pasó de indiferencia y sorpresa cuando me escuchó decir que nunca había llamado a alguien de mantenimiento para revisar la caldera. Nos vimos nuestros rostros en cuestión de segundos y rápidamente bajamos corriendo las escaleras para ir al sótano.

Nos dimos un tremendo susto, no porque no encontramos a nadie en el sótano, sino porque había escrito un mensaje con lo que parecía ser sangre junto con un pentagrama invertido. Nos asombramos y nos vimos las caras cuando leímos que el mensaje decía: «No estarán a salvo».

* * * * * *

Tom comenzó a llorar desesperadamente. Me decía constantemente que se tenía que ir. Pero yo simplemente le repetía el mensaje y le decía: “¡Está hablando en plural, tú también estás implicado!”. Él simplemente lloriqueaba y sollozaba, pidiendo clemencia, repitiendo «Oh, Dios» una y otra vez.

—No te preocupes, llamaré al sacerdote Christian. Él sabrá qué hacer, no te preocupes —le dije a Tom, pero él seguía aturdido—. Sé que te parecerá extraño pero, quise que estuvieses conmigo esta noche porque hay una presencia que me está hostigando —Traté de decírselo de la mejor manera posible. En serio, traté.

—¡Qué bueno que me lo dices ahora!—Me dijo Tom con un tono sarcástico expresándose en sus labios.

—Si te lo decía antes, no ibas a querer acompañarme —dije yo, claramente tratando de aligerar el ambiente.

—¡Exacto! —dijo Tom. Después, yo fruncí el ceño.

Todo fue un alivio cuando el sacerdote respondió mi llamada al tercer tono. Rápidamente le expliqué mi situación y él me dijo que rezara todo lo que podía saberme. Me dijo que él iba en camino y me preguntó en donde vivía. Le dí mi dirección y terminé colgando el teléfono. Le dije a Tom lo que teníamos que hacer y comenzamos nuestra tarea. Comenzamos a rezar.

El ambiente había cambiado a un frío penetrante, increíblemente frío. Escuchamos pasos arriba de nosotros y después, la puerta que conducía al sótano abrirse y cerrarse con una furia y una ira increíblemente descriptibles. Nos asustamos muchísimo. No sabíamos qué hacer, así que simplemente salimos corriendo como pudimos hacia la oficina. Él, obviamente iba delante de mí y yo atrás de él porque yo iba en toalla. Recuerdo que, me hubiese orinado del miedo en ese momento si no fuese porque tenía que tener una mano en la toalla para que no se cayera, y porque hubiese mojado mi toalla, cosa que no quería hacer porque habría de secarme más adelante con esa misma toalla.

Nos quedamos allí, unos minutos. Todo parecía tan calmado ahora, tan silencioso… Tan cómodamente silencioso que hasta podía decir que estábamos en un cementerio aquella noche. El silencio se vio cortado cuando un clacksonse oyó delante de nosotros: había llegado el sacerdote Christian.

Salimos para recibir al sacerdote Christian, quien ni corto ni perezoso comenzó a reírse porque yo sólo estaba en toalla. Me reí sarcásticamente hasta que él rompió el hielo.

—¿Me trajiste aquí por una broma o era en serio tu llamada? —Dijo él, ahora con una cara un tanto enojada porque no sabía si era una broma, o era en serio.

Yo sólo le expliqué lo que había pasado. Se me quedó mirando de una manera un poco extraña e incómoda. Pasaron unos minutos de silencio hasta que nos dijo que entráramos. Cuando entramos me dijo que me vistiera y que no me preocupara, que todo estaría bien y que ahora contaba con las bendiciones de Dios.

Me cambié y después bajé con Tom; obviamente no iba a subir allá arriba solo. Nos sentamos en el sofá de la sala y comenzó a hablar el sacerdote diciéndonos que, desde que entró a la casa, ha sentido una presencia muy furiosa, muy negativa, muy peligrosa. Ninguna de sus palabras nos asustó, ya que sabíamos que no era nada amigable. Nos dijo que tenía que llamar a una colega suya; su nombre era Nancy y era vidente. Me pidió mi teléfono, presionó algunos números y llamó a la vidente. Tom y yo permanecimos en silencio.

Después de una hora, más o menos, había llegado la vidente. Era Nancy. Salimos para recibirla. Nancy era una señora ya anciana con anteojos enormes en sus ojos. Cabello chino blanco, con piel arrugada, un sweater verde desgastado y unos dientes amarillos. Saludamos y el sacerdote le explicó todo lo que nosotros le habíamos comentado (y yo anteriormente) a Nancy. Ella, nos miró muy amigablemente y dijo cuando el sacerdote terminó de hablar: “Bueno, ¿y si entramos ahora, hijitos?”

Ella cuando entró, se quedó parada un momento, inhaló y exhaló profundamente y nos dijo que había una presencia muy fuerte en esta casa. Nos dijo que era extremadamente peligrosa, muy oscuras y está furioso. No nos sorprendió a Tom y a mí, ya que sabíamos lo que nos había hecho —en especial a mí—. Nuestros pelos se erizaron; un miedo y un frío nos recorrieron el cuerpo a mí y a Tom cuando Nancy nos dijo que el nombre del demonio era «Belcebú»… “¿Dónde había escuchado o visto ese nombre?” —pensé yo—. Tarde que temprano, recordé que lo había visto en el libro de AleisterCrowley, que se me había olvidado devolver cuanto antes, según las indicaciones del sacerdote Christian.

Cuando Nancy dijo el nombre del demonio, escuchamos pasos en las escaleras que estaban oscuras por la falta de luz. Estábamos los cuatro individuos en la sala que estaba con luz. Fuimos a revisar qué era… El bate de béisbol que estaba seguro que lo había dejado en mi habitación se encontraba tirado en el primer escalón de las escaleras. Se escuchó una risa macabra, gutural y lúgubre provenir de mi habitación, después se escuchó cómo mi puerta se azotaba violentamente; pensando yo que se iba a romper.

El miedo se incrementó cuando las luces de toda la casa, menos de la parte de arriba (porque no estaban prendidas) comenzaron a tintinear. Sentía, de nuevo, la expulsión de adrenalina, pero esta vez yendo hasta el límite. Sentí mareos que me hacían perder el equilibrio… Quería llorar, en serio, quería hacerlo. Comencé a gritar cuando las luces estallaron, dejándonos a nosotros cuatro en la oscuras. Mis bellos se erizaron completamente cuando se escuchó un grito… Tom había gritado tan fuerte que pensé que sus cuerdas vocales se habían desgarrado. Gritó al lado mío de una manera que sólo pude colocar mis manos en mis oídos para aligerar los gritos que retumbaban en mi mente. El sacerdote iluminó la sala con una linterna que él tenía; justamente faltaba Tom. Pegué un enorme grito cuando encontramos el cuerpo de Tom tirado a un lado de nosotros, ensangrentado con la cabeza irreconocible porque estaba completamente abierta, dejando al descubierto el cerebro, los ojos y la nariz. Moscas salían de su cabeza, miles de moscas salían.

Comencé a llorar, a gritar y a suplicar a Dios. Me acompañaban Nancy y el sacerdote Christian conmigo en mis súplicas. Por un momento sentí que Dios nos había abandonado. El sacerdote dijo que ahora su alma estaba con Dios, pero yo estaba furioso porque esa cosa había asesinado a mi mejor amigo, a mi compañero… A mi hermano y Dios no había impedido eso. Pero ahora, no había nada qué hacer.

Nancy dijo que teníamos que salir de la casa, antes de que algo malo ocurriese. Era una buena idea; sin embargo, la conversación se vio interrumpida porque escuchamos unos pasos en las escaleras, como si alguien estuviese bajando por ellas. Rápidamente nos dirigimos a la puerta trasera para salir al patio y después rodeamos la casa.

Fuimos al auto, abrimos las puertas y encendimos el auto para salir de aquella maldita casa. Como el camino para salir de la cochera hacia el bosque era de unos cincuenta metros, pensé que acelerar era una buena idea. El sacerdote aceleró de una manera tan brusca y rápida que pensé que él había leído mis pensamientos. Nos fuimos de allí pero, más adelante vimos una figura con cuernos y ojos de fuego, rodeamos su figura para ganar más tiempo pero el auto se volcó. En una facción de segundos, vi como Nancy era despegada del asiento de pasajero y su cuerpo salía volando rompiendo la ventana. Sabía que habíamos perdido a otro compañero más; otro compañero víctima de aquella cosa. El sacerdote Christian y yo salimos corriendo lo más que pudimos, pero estábamos aturdidos. Nuestro corazón, en vez de bombear sangre, bombeaba adrenalina que nuestro cuerpo expulsaba más tarde; víctimas del miedo, corrimos lo más que pudimos a través de la maleza de la Madre Naturaleza. Estaba oscuro y no podía ver nada ni a nadie. Sólo éramos el sacerdote y yo.

Los dos nos detuvimos en un río que estaba cerca de allí. Tomamos aire ya que habíamos corrido sin saber orientarnos. Corrimos dejando que el miedo nos guiara hacia nuestro destino pero parece que nos había traicionado, porque no sabíamos en dónde estábamos. A este punto, yo estaba exhausto, sudando, con adrenalina dentro y fuera de mi cuerpo; además estaba sangrando. Me había descalabrado. El sacerdote Christian tampoco se veía bien. Tenía un pedazo de vidrio en su pierna derecha, pero parecía que la adrenalina estaba jugando el papel de anestesia, ya que no sentía nada.

Mirando hacia los lados en búsqueda de algún auto o de personal pero no vimos nada.

—Parece que estamos perdidos —dijo el sacerdote—. Afortunadamente, siempre llevo un… ¡No puede ser, el mapa se quedó en el auto!

Era caso perdido…

El sacerdote me explicó que lo más razonable era dividirnos. Al principio dije que no pero después me dijo que estaba amaneciendo y que, uno de los dos habría de encontrar el camino a casa, y que después que estuviésemos —alguno de los dos— a salvo, mandara ayuda para rescatar al otro. Parecía razonable. Además, por la claridad del cielo, debían de ser las 6:30 a.m., así que el plan no me sonó malo después de todo.

Nos turnamos. El sacerdote fue hacia el frente y yo hacia atrás. Antes de partir, le dije al sacerdote: «Si usted se salva, rece mucho por mí, por favor». Él soltó una sonrisa. Sus ojos parecían tener una pisca de esperanza, humildad y alegría. Rió un poco, no para demostrar sarcasmo, sino para demostrar que, la esperanza era todo lo que él tenía en ese momento. «Y si tú te salvas, haz lo mismo por mí» dijo él. Sonreí. Asentí con la cabeza y comencé a caminar hacia mi destino.

Caminé, aproximadamente, unos seis metros cuando escuché un grito desgarrador. El grito era del sacerdote. Rápidamente, la adrenalina reemplazó la sangre de mi cuerpo y comenzó a expulsarla, dominado por el miedo. Comencé a correr. Lo que se me hizo extraño es que no estaba cansando. Ni el más mínimo. Estaba sudando tanto, que tenía que quitarme el sudor. Sentía que alguien iba detrás de mí, sentía que esa cosa, ese demonio estaba respirándome en el cuello; y mientras más sentía eso, más rápido iba, a pesar de que estaba seguro de que ese era mi límite.

Mi corazón estalló de alegría cuando llegué a la tienda de «Mark’s Shop». Entré por la puerta. Mi ropa estaba completamente rota, llena de espinas, yo estaba sangrando. La reacción de la que estaba atendiendo fue de sorpresa. Le pedí que me prestara su teléfono, ella me dijo que no tenía, pero que afuera había una de monedas. Agarré mis monedas y las metí para llamar a la policía. Cuando llamé, dije que dos personas habían muerto: una en mi casa, otra en el bosque y una tercera estaba extraviada. Me dijeron que iban en camino.

* * * * * *

Llegó la policía y les expliqué todo. Me dieron una manta y me compraron un chocolate caliente mientras me decían que harían lo que fuese para encontrar al sacerdote. Me preguntaron qué había pasado, no pude decir que un demonio había asesinado a dos personas y raptado a una tercera, porque no me iban a creer; sin embargo, dije que un asesino había matado a dos personas y secuestrado a una tercera, el sacerdote Christian. Que estábamos en mi casa y fui a fumar un cigarrillo afuera y cuando entré, vi el cuerpo de Tom, corrí junto con Nancy pero ella tropezó y fue tomada por el asesino. Afortunadamente, yo escapé. La policía se quedó boquiabierta; al principio pensé que no me habían creído. Y de hecho, así fue.

Un policía, bastante joven, que su placa decía: Mike Robbinson. Llegó con una cara de confusión, subiéndose el sombrero y rascándose el cabello como una expresión de “no entiendo nada”. Se me puse enfrente y me preguntó:

—¿Asesinaron a alguien dentro de tu casa y otra en el bosque? —Asentí con la cabeza—. No encontraron ningún cuerpo dentro de tu casa, ni mucho menos en el bosque.

Mi cara fue de horror absoluto. Había visto a mi mejor amigo Tom muerto, con su rostro desgarrado y sus sesos de fuera. Vi a Nancy volar por la ventana.

—¿Cómo? —pregunté yo, con asombro, confusión y sin entendimiento—. ¿No encontraron nada? ¿Están seguros? ¿Ya revisaron por toda la casa?

El oficial asintió con la cabeza. Después me preguntó que si estaba seguro de lo que había visto y yo dije que sí, después me dijo que no había nada de qué preocuparse, encontrarían al «maldito» asesino.

Me dijeron que me llamarían para informarme si encontraron al asesino o al sacerdote. Sin embargo, ya van cuatro meses sin ninguna llamada. Sin saber nada de los cuerpos, sin saber nada del sacerdote Christian, de Nancy, la vidente o de mi mejor amigo Tom. Inclusive, sin encontrar, seguramente, el auto del sacerdote.

¿Qué hay de mí? Pues me mudé de nuevo a la casa de mis padres. Después de las noticias que les dí, no volví a entrar a esa casa ni acércame al bosque. Sé que hay algo muy oscuro y peligroso allí; y respeto su lugar. Algo me dice que, todo lo que el demonio provocó, lo llevó al infierno. Probablemente, se haya llevado al sacerdote Christian, a Nancy y a Tom al infierno, porque no se encontraron sus cuerpos. Ni siquiera han encontrado al sacerdote y ya van cuatro meses sin encontrarlo. Ahora, supongo que yacen en el infierno para siempre. La casa puede ser un portal hacia el infierno, y así lo creo ahora. De mí, no hay mucho qué decir, sólo que después de mi trauma en esa casa, he vuelto a mi oficio, ser escritor… Pero ahora no escribo sobre novelas románticas, ahora tengo algo sobre qué escribir… Y ahora he escrito sobre mi experiencia… Sobre mi verdadero encuentro con el más allá… Sobre mis demonios… Sobre… Mi huésped.

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2 comentarios

La historia es buena, no obstante, hay múltiples errores ortográficos en ella que desechan la seriedad de la misma.

Le recomiendo –sin ánimos de ofenderle– que revise la naturaleza de un personaje antes de escribir sobre él. Por ejemplo, el hecho de que el sacerdote haya buscado a una vidente antes de siquiera echar una gota de agua bendita, o siquiera bendecir la casa; sin contar el hecho de que no tiene coherencia que la figura religiosa que ordeno a John tirar los libros relacionados con el ocultismo, haya considerado como primera opción llamar a un vidente.

Saludos.

Buena imaginación, mala redacción. Errores ortográficos y tipográficos y tenes algo con los tiempos, o vas muy lento o te apresuras demasiado… se puede mejorar. Espero que sea constructivo para tus próximos relatos.

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