Cállate! – dijo ella –Sabes que tengo razón – respondió ella misma en un margen de imagen imposible de ver – Ah! – Gritó deslizando tiernamente el cuchillo por su cuello.
Desde ese episodio empezó a cuestionarse ¿Qué fue lo que desencadenó el suceso? Piensa mientras que al frente, perplejo, su espejo la miraba apaciguado hasta que hallara el instante de hablar como aquella noche. El espejo empezó a replicarle, a decirle que no siguiera. En un intento de salvarla, el espejo le empezó a gritar para que retomara sus actividades, dándose cuenta así de lo que pasaba, mas ella siguió como si nada con su pregunta. ¿Qué fue lo que sucedió?
Su madre entró. Al verla tan preocupada tomó prudencia y se fue sin meter ruido. Ella la percibió de todos modos. Salió alocadamente a ver quien era, pensando que quizás su respuesta había tocado la puerta de su pieza o estaba afuera lejos de su alcance. Al percatarse que era su madre estalló en rabia desconsolada, abrumadora, llena de ira, remordimientos, pena, pero por sobre todo odio al ver que sus esfuerzos no servían, que necesitaba paciencia que no le sobraba.
Se empezó ha formar un leve discusión. Ésta empezó a agudizarse. Garabatos volaban por su atmósfera hostil e ingrata que habían formado madre e hija.
Su madre en un descontrol total agarró lo que primero encontró en su alcance, un masetero, se lo arrojó con una fuerza descomunal a su hija. Esta sin mejor idea que responderle, carcomida por el odio y la rabia hervida de sus sienes, le arrojó un papel algo inofensivo quizás, pero seguido de ese ataque buscó el cuchillo y se lo lanzó, mientras éste volaba y se dirigía hacia su madre, un dulce olor a sangre se dejo estar en la discusión. Después del cuchillo lanzó un encendedor que explotó en sus rodillas, hiriéndola de forma leve. Fueron eternos esos segundos de furia para la hija. Sin mayor intención está siguió lanzando sus artefactos, cajas de cigarros encendidos, botellas de alcohol, un sinfín de objetos que impactaron en su madre hasta que calló rendida. En un silencio, que irrespetuosamente decidió aparecer, dejó en claro algo… Ella no era la respuesta que buscaba la joven.
Ofuscada la joven por no conseguir ninguno de sus dos objetivos se retiró hacia la cocina en busca de algo, quería completar uno de los dos objetivos que se propuso en la noche, matarla o conseguir su respuesta. Cuando regreso de su casual viaje hacia la cocina su madre había abierto los ojos y al frente tenía a su hija, la dulce niña a la cual ella había torturado con sus “normas” y sus imposiciones de poder con una autoridad que ella misma se otorgó por parir. Sostenía un cuchillo que ocupaba la madre para cortar la carne cruda. para cocinar al almuerzo que más le gustaba a ella. Con una rabia e ira dejo caer el cuchillo por la espalda, desgarrando así su cuerpo de vieja amargada. Empuñó el cuchillo y se lo enterró hasta el último número que supiera en su espalda, los cuales penetraban hasta la cordillera ensangrentada de su cuerpo, pero como si fuera poco le dio la estocada más dulce que se le ocurrió. Levantando el mórbido cadáver, deforme por la pasión de su rabia la colocó detrás de ella, acariciando el cuchillo por su cuello, con el amor que una hija le tiene a su madre, y después le cortó la yugular para asegurarse de su muerte.
Vio el cadáver con ganas de quemarlo pero con el fin de que su tortura fuera mayor, o quizá menor, procuró echarle gasolina a toda la casa, al ambiente en el cual estaba y lo encendió. Gritando con el placer de su nombre en tortura. Suicidio.
La máquina de felicidad se destruyó.
1 comentario
La historia es aburrida, incoherente, y para mi gusto no se entiende nada.