El Sr. T

Era una noche lúgubre, con una espesa niebla que sugería tranquilidad. No había una sola estrella y la luna brillante se reflejaba en el mar.

El vuelo había comenzado como cualquier otro, despegaron a las 9:00 pm exactas, ni un minuto más y ni uno menos. Todo debía ser perfecto, tal como le gustaba al Sr. T.

El Sr. T era un hombre maduro de 53 años, alto, delgado, un poco encorvado y con escasa cabellera. A cualquier lugar llevaba sus anteojos, aunque no necesitara, ya que proyectaba mayor seriedad e intelecto. Su empresa Aerolite era su prioridad.

Se recorrió al asiento del pasillo y con solo un chasquido de sus dedos, dos azafatas caminaron rápidamente hacia él.

– ¡Enciendan los televisores! ¿Qué no ven que ésta pobre gente necesita entretenerse?

– Por supuesto señor, se tienen programadas en un par de minutos.

– ¡Quiero que las pongan ahora mismo!

– Como usted diga – Dijo la empleada, antes de retirarse.

El Sr. T regreso a su asiento de piel junto a la ventana, se reclinó y comenzó a observar la pantalla, esperando que la película pudiera ahogar sus pensamientos.

– Estimados pasajeros, queremos informarles que la hora de llegada a España va a retrasarse a la 1:00 am.

“España” fue lo único que el Sr. T. escuchó. Aquel lugar le traía una infinidad de recuerdos, como su primer beso, la primera novia, su boda… y su familia.

Años habían pasado desde la última visita a sus primogénitos. Si bien, debido a negocios como en esa ocasión, iba con mucha frecuencia a aquel país, jamás se había dado el tiempo para visitar a su esposa. Sin embargo, al parecer él tampoco les había hecho mucha falta, ya que durante 7 años nunca recibió llamada, carta o correo alguno.

A pesar de esto, cada mes les mandaba grandes ingresos, para que no les faltara nada y sentirse bien consigo mismo, un buen padre y esposo.

– ¡Que pasa con esas películas! – Gritó, causando las miradas del resto de los pasajeros.

En unos segundos, comenzaron a transmitirse. La primera clase del avión contaba con una pantalla y auriculares para cada pasajero, además, cada uno veía un filme distinto al de sus compañeros.

El Sr. T. tomó los auriculares y concentró su atención en la pantalla. Nada iba a lograr distraerlo.

A los pocos minutos, reconoció la película que estaban pasando. Se llamaba “Gritos en el Aire” y era la favorita de su esposa. Ella nunca se cansaba de verla. Trataba sobre una pareja que tomaba un vuelo a las Islas del Caribe, para pasar su luna de miel. Sin embargo, una falla en los motores provocó que el avión se estrellara en una isla, dejándolos a ellos dos como sobrevivientes, junto a otras 8 personas.

A pesar de que le gustaba mucho a él también, sabía que no era la mejor película para ver en su situación y mucho menos, en un avión.

Rápidamente creyó darse cuenta de lo que ocurría.

– Seguramente me han puesto esta película a propósito, solo para sacarme un susto por haberles gritado, pero seré más inteligente que ellos y no me quejaré, la veré completa.

Media película pasó en un abrir y cerrar de ojos. Había llegado a la parte en donde todos, a excepción de la pareja, comenzaban a alucinar e intentaban matarse entre ellos.

Los pensamientos volvieron a surgir. ¿Qué haría él si se encontrara en una situación como esa? ¿Hubiera logrado sobrevivir? Y si no, ¿Cuál sería la última imagen que se llevarían de él las personas?, quizás sus hijos lo recordarían como una persona sin sentimientos, malvado, al igual que su mujer, sus trabajadores… y todos los demás.

Al cabo de unos minutos entró en una profunda depresión. Sin embargo, su orgullo logró rescatarlo.

– ¿Qué es lo que he hecho con mi vida? – Se preguntaba una y otra vez.

Se aproximaban las 12:00 pm. Sabía que aún tenía un largo rato en los cielos a su disposición, para poder reflexionar tranquilo.

– Todo lo hice por ellos, me sacrifico trabajando día y noche para que nunca les falte nada. Que no pueda estar con ellos no quiere decir que no los ame – Sin embargo, había algo que ni el mismo podía creerse, ya que desperdició muchas oportunidades para estar junto a ellos – ¡Tengo que cambiar! ¡Voy a cambiar! – Al decir estas palabras, una calma invadió su cuerpo, como si se hubiera liberado de una horrible maldición. Por primera vez, sentía paz.

– Cuando llegue a España, descansaré unas cuantas horas y partiré directo a la casa de mi mujer. Pero… ¿Horas? ¡Mejor iré en cuanto aterricemos para darles la sorpresa!

Ni siquiera le importaba si iba a ser bien recibido, tan sólo se conformaría con verlos.

Sin embargo, en un instante la paz interna de la que disfrutaba se esfumó, dejando en su lugar un escalofrío que recorrió todo su cuerpo.

De repente, todo lo eléctrico se apagó, envolviendo el lugar una oscuridad realmente aterradora. Segundos más tarde, el avión comenzó a caer suavemente en dirección al mar, de una forma inclinada.

El Sr. T se levantó agitado de su asiento y mientras caminaba por el pasillo miraba hacia todas partes, en busca de ayuda. Sin embargo no escuchaba nada que no fueran sus acelerados latidos.

De la nada, una luz roja invadió todo el lugar. Todas las personas habían desaparecido y al final del pasillo, un hombre extremadamente alto y delgado, con un traje negro y un largo bigote extendía su mano hacia él.

– Ya es tarde para ti – Solo eso alcanzó a escuchar antes de que aquel ser lo tomara de la muñeca derecha. Sentía un fuego intenso que le llegaba hasta el hueso y lentamente se extendía por su cuerpo.

Al día siguiente, los restos de una avioneta fueron encontrados en lo profundo del bosque. El piloto estaba con una botella de alcohol en su mano izquierda y con los cables del circuito enrollados en su mano derecha. La avioneta pertenecía a la empresa Aerolite.       El nombre del trabajador era Terrence Wells

 

 

Trabajo de literatura

Fernando

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