El folio de la 27

Siendo sincero, nunca me he visto a mi mismo en el espejo. Ni en cualquier superficie reflectante.
Técnicamente si que me veía, era la luz que reflejaba mi cuerpo hacia el espejo, pero cuando me miraba a los ojos me devolvía la mirada. Podía estar eternamente mirándome a los ojos. Era hipnótico mirarte a ti mismo y «verte».
Ver dentro de mi algo que no pensaba que existía. Si me pasaba unos minutos mirando quizá me daba cuenta de una ligera mueca hecha con la boca, una especie de sonrisa irónica y superior. Si esos minutos se convertían en horas mi cuerpo ya no respondía, era una vasija vacía. No, más bien, era como una silla de torturas en la que te obligan a mirar lo que ocurre. Inherte mi cuerpo y mi mirada fija en mi…Sólo había vacío en los ojos de aquel hombre al que miraba. Me veía, asustado, haciendo muecas propias de psicópatas, esas sonrisas en las que, mientras miras tu serie policíaca preferida y piensas «ESE, es el asesino». Pero eso eran sólo las primeras horas, cuando él se percataba de mi «ausencia» y del terror que sufría al verme, se paseaba pavoneandose por voluntad propia en el mismo reflejo. Un reflejo, es lo único que era, y yo lo sabía, no puede ser nada más que la luz reflectada, pero cómo se mueve mientras estoy estupefacto e hipnotizado con mi propio reflejo?
La verdad es que no estaba realmente asustado, el corazón me latía aprisa, fuertemente y notaba una especie de ansiedad; lo mismo que sientes estando aterrado, pero sin tener esa sensación de que estás a punto de morir.
Aunque eso se me pasaba en el mismo instante en el que aquel yo perturbado cogía la cuchilla de afeitar.
En ese instante no se lo ocurría hacer movimientos bruscos, era grácil la desenvoltura con que dirigía la cuchilla por su cara, simulando que se afeitaba, con una expresión cómica muy desagradable. Después de un buen rasurado, cambiaba su expresión facial. Ahora no le verías más gestos que aún tablón de madera. Acto seguido dirigía la cuchilla hacia su cara y, desde la ceja izquierda hasta la comisura de la boca, se rajaba la cara. Después de éste, los cortes eran  menos profundos pero más rápidos; si la arena de la playa en un día de viento cortase, el resultado sería aproximadamente el mismo, salvo por el globo ocular blanco, partido y sangrando.
Después de esta exhibición grotesca, se reía a carcajadas muy sonoras y me ofrecía a mi la cuchilla.
Nunca llegué a aceptar la invitación a la autolaceración ofrecida por mi propio reflejo, a fin de cuentas, los doctores me han diagnosticado esquizofrenia, no creo que hacerme caso, aunque sólo sea mi reflejo, sea lo más prudente, a fin de cuentas no me funciona bien la cabeza.

Propio

Suso Hund

Nacido en 1996. Español. Sigo la página hace años y al final decidí publicar algo.

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