El Burdel de las Parafilias: Pirofilias y un slasher [Capítulo 7]

Ver a Melina y Marcus siempre era un espectáculo curioso. Él, un expresidiario de un metro noventa y ocho de estatura y ciento quince kilogramos, de larga cabellera negra con los musculosos brazos repletos de tatuajes y rostro de pocos amigos. Y ella, una joven de dulce rostro y abundante melena castaña ondulada que medía cuarenta centímetros menos que él.

Liss los invitó a entrar a su oficina, y lo primero que observaron fue un enorme contenedor de vidrio con una chica en su interior que era rociada de un líquido corrosivo, el cual ya había destrozado parcialmente su piel, dejando expuestos algunos músculos e incluso huesos; el abdomen estaba tan deshecho que los intestinos colgaban fuera de su cuerpo.

—Bonita decoración —dijo Melina acercándose al cristal hipnotizada por aquella visión—. ¿No es la chica que usó una máscara de conejo en uno de tus shows?

—Sí —respondió Alyssa sin interés.

—¿Y qué hace encerrada aquí? Si se trata de un nuevo espectáculo, debería estar en algún lugar más transitado.

—Me gusta tenerla aquí, me recuerda los errores que no debo volver a cometer.

Habían colocado dos sillas frente al escritorio, sin embargo, una resultó inútil, pues Melina se sentó sobre las piernas de Marcus.

—¿Por qué han venido? Sé que es su aniversario, pero ustedes mutilan, matan y violan personas siempre que quieren…

—Claro, pero tenemos en mente algo un poco más complicado —respondió Marcus—. A mí me interesa…

—Una puta chilena que conoció en internet… —interrumpió Melina, molesta—. Por cierto, puedes guardar energía, no será necesario que la revivas.

—Me temo que no entiendes cómo funciona esto. Cuando nos piden a una persona viva que no pertenece a nuestro personal, lo único que hacemos es crear una copia. Por eso, aunque la asesines, la original estará a salvo en su hogar.

—¡Qué fastidio! ¿No puedes hacer una excepción?

—Sería un desperdicio de energía innecesario. La única vez que tuvimos a un original fue en una curiosa ocasión en la que un par de estudiantes se pidieron el uno al otro en su fantasía sin saberlo; matamos dos pájaros de un tiro, por decirlo de alguna forma. Eran una pareja extraña, como ustedes. Él era un hombre delgado al estilo Jim Morrison y ella una chica regordeta repleta de tatuajes. En fin… ¿qué más han pensado?

—Yo quiero a Jason Vorhees.

—¿El de las películas?

—¿Hay otro? Y, por supuesto, no me interesa un actor disfrazado, quiero el personaje, putrefacto, despiadado y con una fuerza bestial.

—En ese caso, debo asumir que como escenario quieres…

—El campamento Crystal Lake, claro.

El par de asesinos terminaron de indicarle a la europea los detalles de su fantasía slasher y, al terminar, ella los invitó a presenciar el espectáculo que se había planeado en su honor. Se instalaron en una mesa del centro y observaron el escenario; en él se encontraba un hombre vestido con un elegante esmoquin sosteniendo a un rechoncho bebé que no paraba de llorar. Tomó un taladro, lo encendió y penetró la cabeza del infante que, como por arte de magia, cesó sus lamentos; tras introducir la broca hasta el fondo, la extrajo y volvió a introducirla en el lado opuesto de aquel cráneo infantil. Cuando hubo terminado aquella tarea, levantó un mástil de violín, lo colocó entre los dos orificios y lo adhirió al cráneo con un par de tornillos. Tras esto, tomó un cuchillo y penetró en las suaves muñecas de la criatura dejando expuestas sus venas; jaló tres de cada extremidad y las ató hábilmente sobre el mástil. Se lo colocó sobre el hombro y comenzó a tocar una apasionante pieza de tango.

Marcus y Melina miraron al público, fácilmente podían distinguir a los clientes primerizos, nerviosos e impresionables, de los clientes frecuentes que simplemente disfrutaban del espectáculo e incluso ordenaban bebidas y platillos que solo podrían conseguir en aquel lugar, al menos legalmente. Candy, la criada, ofrecía shots de tequila con embriones humanos; al parecer, Liss se había puesto muy maternal en esta ocasión. Los asesinos pidieron un par y los tomaron de un trago mientras seguían disfrutando del espectáculo.

Habían aparecido en escena dos personajes, una joven que portaba un vestido de látex rojo que terminaba en puntas tan  ajustado que marcaba detalladamente su bien formada anatomía y que daba la impresión de que estaba cubierta tan solo una capa de sangre derramada; para acrecentar este efecto, unos rubíes colgaban de las puntas brillando como gotas del líquido vital. El segundo personaje se trataba de un hombre de largo cabello sujeto en una coleta, ataviado en una elegante vestimenta propia de los bailarines de tango.

Comenzaron con un sensual baile acorde a la melodía. Su mirada y sus movimientos expelían deseo y lujuria, además de una ferocidad excitante. Ella acercó su rostro al de su compañero y le arrancó un gran trozo de piel de un mordisco quedando parcialmente al descubierto su dentadura. Sin dejar en ningún momento los pasos de baile, él le arrancó la parte inferior de su vestido, llevándose con él largos tirones de la piel de sus piernas; la mujer hizo lo mismo con la camisa de él, mordisqueando enseguida su torso desnudo, arrancándole la piel del pectoral izquierdo incluyendo el pezón. Así prosiguió la feroz danza, con ambos destrozándose tanto el ropaje como la epidermis mientras la pista se llenaba de sangre y restos humanos sin dejar de mirarse con una lubricidad insaciable.

Cuando ambos se hubieron convertido en bultos rojizos antihumanos y la canción estaba por terminar, cada uno introdujo una mano en el destrozado pecho ajeno y llevó al exterior el corazón que este contenía, mirándose retadoramente hasta que se fundieron en un apasionado beso y ambos cayeron muertos.

El aplauso fue inminente, incluyendo a M+M, quienes, después de tal espectáculo, estaban ansiosos por comenzar con sus planes en aquel sitio. La criada les había entregado su llave con el número cuatrocientos cuatro, así que acudieron al cuarto piso velozmente.

Al entrar a la habitación, percibieron el frío y el suave aroma del bosque que se encontraba frente a ellos. El paisaje era idéntico al que habían vislumbrado tantas veces en las películas e incluso se encontraba el letrero amarillo que indicaba el nombre del lugar: «Welcome to Camp Crystal Lake». Melina, de inmediato, encontró un bate de aluminio entre los árboles y Marcus un cuchillo —según sus especificaciones, habría armas regadas por el bosque como hojas en otoño—. Al poco tiempo, escucharon un grito femenino que les indicaba que el juego había comenzado.

—Ya sabes las reglas, el primero en encontrar a la perra hace con ella lo que quiera. —Apenas Marcus asintió, su pequeña novia lo golpeó con el bate en la entrepierna y echó a correr hacia donde se escuchaba la voz; era mucho más veloz que él, sin embargo, un poco de ventaja extra no le haría daño.

No tardó en encontrar a la emisora de aquellas súplicas, Michelle, una rubia de desproporcionado trasero que le recordó a una famosa estrella porno. Llevaba unos jeans ajustados y una playera blanca de tirantes tan pequeña que sus pechos amenazaban con romperla. A pesar del terrible odio y los celos que sentía hacia aquel ser que había cautivado a su amado, ella deseaba complacerlo, así que únicamente quería hacerle un par de modificaciones.

Tras un ligero forcejeo, logró someterla. Extrajo una cuerda de su bolsa, le ató las muñecas con fuerza y la sujetó de la gruesa rama de un árbol; debía ser rápida, pues ya escuchaba los pasos de su sádico amante acercándose. Trabajosamente, le retiró sus pantalones, dejando al descubierto su descomunal trasero que apenas quedaba adornado por minúscula lencería morada, la cual, de igual forma, retiró de su cuerpo y le colocó un par de grilletes en los tobillos con una barra separadora que extrajo de su bolsa, y rebuscó de nuevo en ella hasta encontrar una aguja con hilo grueso.

Miró su vagina sin interés alguno, tomó sus labios con dos dedos e introdujo la aguja en ellos; cada puntada ocasionaba un quejido y un ligero sangrado que la complacían enormemente. Tan solo cosió la mitad de aquella abertura, pero lo hizo con fuerza para que resistiera las embestidas de su gigantesco amante. Apenas había terminado con aquella labor cuando apareció Marcus aún con una tenue mueca de dolor.

—Hiciste trampa.

—Nunca lo mencionamos entre las reglas, querido. Además, yo simplemente quería prepararla para ti, no pensaba arruinar tu regalo de aniversario.

El hombre de casi dos metros de altura sacó un cuchillo de sus botas militares y cortó la cuerda que sostenía a Michelle, dejándola caer. Melina hizo un puchero, ella había tenido que trepar al árbol cual ardilla para atar aquella cuerda y a él le había bastado con alzar uno de sus brazos.

La chica había caído boca abajo y el expresidiario decidió dejarla en aquella postura. Tomó la cuerda que mantenía unidas a sus muñecas y le hizo un nudo alrededor del cuello, para luego atarla a la parte baja del tronco del árbol. Miró el trabajo de su novia y quedó complacido.

—¿Qué más pensabas hacerle?

—Puedes usarla mientras continúo.

Obedientemente, se bajó la bragueta, liberando un falo estimulado por el espectáculo anterior y la oportunidad de follarse a aquella chilena que lo había calentado tantas veces con sus pláticas obscenas y sus eróticas video llamadas. Esta vez no había una computadora de por medio; esta vez la tenía frente a él, en carne y hueso. Su miembro palpitaba de excitación, pero quería disfrutar de aquel momento. Frotó la punta contra el clítoris de la chica, que, a pesar del dolor infringido previamente, no pudo evitar sentir placer ante ese roce. Luego, lo colocó en la pequeña entrada que había dejado Melina y comenzó a empujar hacia dentro; la sensación resultaba deliciosa, incluso el ligero roce del hilo contra su piel resultaba placentero. La chilena no paraba de aullar de dolor debido a que aquella penetración hacía que las costuras se separaran tirando de su piel genital. Marcus jaló su cabellera, ocasionando que la cuerda apretara más su cuello, y los aullidos cesaron.

Aquella postura resultaba perfecta para lo que planeaba Melina. Sonrió, satisfecha, al ver que la chica abría la boca intentando producir algún sonido. Tomó el bate de aluminio y lo estampó con toda la fuerza que pudo contra los dientes de Michelle, destrozando por completo dos y rompiendo parcialmente otros tres. La sádica y pequeña asesina estampó varias veces más el bate contra la mandíbula de la chilena; el movimiento convulsivo de dolor que realizaba no hacía más que excitar a Marcus, quien ya no sostenía su cabellera, sino que sujetaba sus pechos, usándolos como medio para mover el cuerpo de la chica con velocidad sobre su pene, y lo hacía con tal ardor que habían comenzado a ponerse morados; con la fuerza que poseía a Melina, no le sorprendió cuando terminó por arrancárselos rompiendo con su concentración.

Para aquel entonces, Melina había terminado de romperle los dientes a la chica, dejándole las encías tan solo con algunos diminutos trozos blancos y un montón de sangre brotando por doquier. Su amado miró aquella segunda adaptación con el mismo placer que la primera, frotó su falo contra aquellas suaves encías cubiertas de sangre mirando los ojos suplicantes y húmedos de la chica aumentando su placer. Sujetó la cabeza de la chica moviéndola rítmicamente, sintiendo cómo su pene golpeaba en su garganta y como la chica trataba de librarse de él ante la sensación de asfixia.

De pronto, la chilena comenzó a retorcerse y, a pesar de su creencia inicial de que se trataba de otro de sus intentos de liberarse, notó que se debía a que Melina le estaba introduciendo el bate por el ano sin piedad alguna. La miró enternecido, su mezcla de celos y sadismo le resultaba encantadora. No pudo más que excitarse aún más y empujó fuertemente su pene dentro de aquella garganta; los sonidos de asfixia lo entusiasmaban y seguía embistiendo su garganta con mayor furia hasta que, por fin, eyaculó en ella de tal forma que el semen incluso se resbaló por las fosas nasales de la rubia. Cuando extrajo su miembro de aquella chica, supo que había muerto, sin embargo, Melina continuaba retorciendo su bate, tratando de introducirlo tanto como pudiera.

—Ya está muerta.

—Ya sé, pero no por eso voy a dejar de odiarla. —Marcus sonrió, nunca dejaría de amar a aquella mujer demente, y era tiempo de que ella disfrutara su parte del plan, aunque él fuera quien tendría el ataque de celos esta vez.

Caminaron a través del bosque con dirección hacia el lago y, tras pocos metros, hallaron una tétrica lápida con el mítico nombre en ella: Jason Voorhees. Habían un par de palas a un lado; Melina tomó una y comenzó a cavar con entusiasmo, mientras que Marcus, por el contrario, se limitó a observarla, pues si bien Jason había sido el ídolo de su juventud, no le agradaba que fuera el objeto de los deseos sexuales de su compañera.

—Si me ayudaras esto sería infinitamente más rápido —pronunció Melina.

Con desdén, él tomó la otra pala y, tras cavar apenas medio metro, encontró un ataúd. Retiró la tierra suficiente para descubrir la gigantesca caja y le dejó a Melina la primicia de abrirla. Alegremente, ella bajó de un salto y levantó la tapa del féretro con una lentitud casi teatral.

Él resultaba idéntico al personaje que había visto numerosas veces en pantalla. Había esperado que reaccionara tan solo con liberarlo de su encierro, sin embargo, él continuaba inmóvil; aun así, su sola presencia le resultaba excitante, aquel monstruoso cuerpo de más de dos metros, las pútridas manos imponentes (la izquierda aun sosteniendo el enorme machete) y, por supuesto, la inconfundible máscara de hockey bajo la que se podía distinguir su deforme cabeza.

Su puso a gatas sobre él para examinarlo mejor: algunos gusanos se arrastraban bajo la máscara y un ligero aroma a putrefacción fluía de aquel cuerpo. Sacudió su enorme cuerpo tanto como pudo sin conseguir una reacción,  y Marcus apenas pudo contener la risa ante su frustración.

—¡Puta Alyssa! ¡Que lo quisiera putrefacto no significaba que lo quisiera muerto!

De cualquier forma, ese era Jason Voorhees, y no pensaba desaprovechar la oportunidad; al ser una necrófila consumada, aquello no representaba ningún problema.

Le abrió uno de los párpados y lo recorrió lascivamente con su lengua, percibiendo la viscosidad y la tenue acidez del globo ocular. Descubrió su pecho de tono verdoso, cubierto por numerosas cicatrices, y lo mordisqueó mientras desabotonaba sus pantalones exponiendo su putrefacto miembro inerte.

Retiró una pequeña larva de su glande y se introdujo aquel falo en la boca, sintió como este palpitaba y se endurecía bajo los movimientos de sus labios y su lengua que no paraba de mover alrededor de la uretra. Detuvo aquella tarea simplemente para quitarse su pequeña camiseta de Motörhead, mostrando sus redondeados pechos, y, cuando bajó la mirada para hacer lo mismo con sus shorts, sintió una poderosa mano sujetando su cuello y levantándola del suelo.

Alzó la mirada, encontrándose de frente con aquella característica máscara y los ojos dementes tras ella; aquello, y la presión en su tráquea, la excitó aún más. El enmascarado emergió de aquel hueco en la tierra sosteniendo a la chica y Marcus miraba hipnotizado cómo los pechos de su amada se bamboleaban mientras el legendario asesino acercaba su enorme machete a su torso para introducirlo bajo sus shorts y cortarlos de tajo junto con su ropa interior, dejando un corte sanguinolento en el muslo de Melina. Asimismo, se quedó inmóvil cuando aquel engendro soltó su machete y sujetó el trasero de la castaña con ambas manos colocándolo sobre la punta de su pene, para luego penetrarla brutalmente, generando un grito de placer y dolor de Melina.

A pesar de los terribles celos que sintió en aquel momento, la visión de ese cuerpo putrefacto penetrando salvajemente a la pequeña Melina que gemía y se retorcía de gozo le provocó una inminente erección así que se colocó detrás de la chica, mordió sus delicados hombros, extrajo su miembro de sus pantalones y se lo introdujo lentamente en el ano.

Melina desbordaba de placer ante ambas penetraciones igual de deliciosas que entrechocaban dentro de su cuerpo y que la llenaban como jamás en su vida; no tardó en alcanzar el clímax ruidosamente. Marcus, al notarlo, fue invadido por una nueva oleada de celos. Tomó el machete y sodomizó con él a Jason, retorciéndolo sin piedad, tras lo que introdujo su mano en la desgarrada cavidad y comenzó a jalar sus intestinos para luego ahorcarlo con ellos. Melina bajó con gracia al suelo cuando él perdió su erección y su gigantesco amante aplastó el rostro del asesino con sus enormes botas hasta que rompió la máscara y el cráneo del slasher.

La diminuta sanguinaria viró hacia Marcus, jaló la cadena que pendía de su cuello, haciéndolo agacharse, y lo besó pasionalmente al mismo tiempo que acariciaba su miembro antes de salir corriendo cual niña con dirección hacia una de las cabañas. Él la miró embelesado, desnuda con la abundante melena al viento y corriendo entre los árboles lucía como una hermosa ninfa y no pudo evitar correr hacia ella.

Su amada dejó la puerta entre abierta, así que bastó con un ligero empujón para entrar. La visión fue maravillosa, su ninfa recostada en una cama en forma de corazón, cubierta por cientos de lenguas recién arrancadas, y, en un buró junto a ella, había una botella de Jack Daniel’s y un Zippo.

Ella gateó hacia él con sensualidad felina y posó sus labios sobre el botón de sus pantalones, enroscó su lengua sobre él y lo retiró con facilidad; con los dientes tomó la cremallera y la deslizó hacia abajo. Contrario a aquella delicadeza, bajó sus pantalones y bóxers con rapidez, liberando su miembro completamente erecto que suplicaba por un poco de atención; sin embargo, Melina continuó con su dulce tortura, lamiendo sus muslos primero, acercándose poco a poco a sus genitales. Entonces, recorrió uno de sus testículos delicadamente con su lengua, para luego introducirlo en su boca masajeándolo con su lengua, y continuó con el otro. Tras esto, le dio pequeños mordiscos a lo largo del falo para regresar a la base y darle una larga lengüetada hasta llegar al glande, el cual ya se encontraba ligeramente humedecido, y, finalmente, metió aquel miembro en su boca, succionándolo hábilmente mientras acariciaba sus testículos humedecidos por la saliva.

Tras ese exquisito fellatio, lo recostó  sobre las lenguas…

 

Lenguas arrancadas… Alyssa detuvo la cinta un momento, estaba disfrutando de uno de sus mayores placeres: el voyerismo. Pero tuvo que hacer una pausa, pues aquello le había recordado su pequeña venganza.

Mientras seguía «muerta» con aquel disfraz de monja, pudo ver cómo Zaireth se acercaba a ella con un rosario entre las manos.

—¿Lo recuerdas? Pertenecía a Isabel. Le dije que le enviabas saludos antes de meterle una bala entre los ojos —dijo colocándolo sobre su cuerpo y fue a buscar su sotana.

—Las despedidas nunca fueron lo tuyo, ¿verdad? —dijo Liss que se había regenerado con facilidad.

—¡¿Qué carajo?! ¿Cómo…?

Ella le arrancó la lengua, no pensaba soportar sus balbuceos.

—No me interesa darte explicaciones. No sé por qué viniste y no me importa un carajo, pero fue una idiotez; fuera de aquí puedes ser tan poderoso como quieras, pero en este lugar yo soy Dios y tú no eres más que un maldito insecto.

Ante su sorpresa, los brazos de Zaireth se retrajeron y retorcieron, provocando que sus huesos atravesaran la piel de su espalda. Dos pares de costillas se abrieron hacia afuera, desgarrando la piel, y las piernas imitaron a las extremidades superiores haciéndolo caer, dándole la apariencia de un siniestro bicho que no paraba de sangrar y aullar de dolor. Liss se acercó a él sosteniendo el rosario, le propinó una fuerte patada haciéndolo caer de espaldas y sostuvo su flácido miembro.

—¿Isabel? ¡Odiaba a esa puta monja! Quédate con él —pronunció antes de clavar la cruz en su uretra con toda la fuerza que pudo.

Los gritos de dolor que resonaban por la parroquia la complacieron, pero no bastaron para calmar su ira, así que salió, tomó un hacha y masacró a Jennifer. Sí, había un castigo demasiado simple e impulsivo, pero bastó para tranquilizarla en el momento. Para cuando la chica apareció de nuevo en su oficina, ya tenía preparado el contenedor con ácido del cual no saldría en bastante tiempo. Se acercó a mirarlo y notó que se había regenerado casi por completo, pues ya estaba vociferando cosas que no podía escuchar debido al vidrio reforzado. Presionó un botón junto al contenedor y este dio la vuelta, dejándola de cabeza y ocasionando que el ácido volviera a caer lentamente lacerando su piel. Aquello le agradaba, la hacía pensar en un macabro reloj de arena.

Lo pensó mucho antes de enviarle una tarjeta a Zaireth, pero llegó a la conclusión de que no quería que pensara que sólo había sido un sueño, así que, cuando el hombre se despertó en una de sus mansiones con un hombro dislocado, la halló justo en el lugar que había ocupado la cruz del rosario horas antes. La leyó, con odio la arrugó y  la arrojó al suelo mientras buscaba su celular para contactar a su médico personal. Lo meditó… recogió la tarjeta y pensó que quizá le interesaría ver a su querida Liss de nuevo…

 

Tras ese exquisito felattio lo recostó  sobre las lenguas, se colocó sobre él y comenzó a mover su cadera lentamente en círculos mientras ese falo la penetraba cada vez más profundo. Su compañero se encontraba extasiado ante el roce de las lenguas húmedas en sus piernas, sus genitales y su cuello. La asesina tomó algunas y las frotó sobre su corpulento pecho, aumentando su excitación. Luego tomó la botella de Jack Daniel’s, le dio un largo trago, vertió otro en la boca de su amado y el resto lo derramó sobre sus cuerpos. Cuando supo que ambos estaban por alcanzar un colosal orgasmo, encendió el Zippo y lo acercó a su cuerpo; el fuego no tardó en cubrirlos, el ardor avivó el éxtasis y los gritos de dolor y placer se fundieron tal y como sus cuerpos en llamas se iban fundiendo en un solo ser.

 

Alyssa los odió: «¡Hijos de puta!», repitió varias veces. Sabían que no se tomaría la molestia de regenerarlos, para luego hacerlos pagar y revivirlos de nuevo; era un gasto de energía estúpido… Se habían salido con la suya, como siempre.

—Liss… te traje a… —dijo Candy preocupada por interrumpirla. Junto a ella estaba la criatura de diez años más hermosa que debía existir. Tenía largo cabello dorado que caía en rizos sobre su delicado cuerpo, enormes ojos ámbar rodeados de largas pestañas, una naricita respingada y unos labios demasiado sensuales para una niña de su edad pero que extrañamente armonizaban con el resto de su infantil rostro.

—¡Gabrielle! Hermosa Gabrielle, qué bueno que llegaste —dijo Liss procediendo a besar esos seductores labios; ella correspondió a su beso y le dirigió una sonrisa.

—¿Quién es ella? —preguntó la pequeña acercándose al contenedor con una encantadora vocecita curiosa.

—Una traidora, un ser de lo más bajo. Aprende de sus errores Gabrielle, nunca me traiciones.

 

Marcus y Melina despertaron en la habitación de hotel que ocupaban en esa época, asustados por el aroma a carne calcinada que percibieron. Sin embargo, se miraron mutuamente y solo encontraron una pequeña quemadura en uno de sus antebrazos. El asesino en serie se acercó a una mesita junto a la cama buscando un poco de Jack y se encontró con un paquete de M&M’s con una tarjeta del burdel adherida a él. Se la mostró a su amada. Sonrieron ampliamente, anotó la fecha en ella y la guardó junto a las demás.

Escrito por Fairuza. Índice de los capítulos:
https://creepypastas.com/el-burdel-de-las-parafilias.html

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100 comentarios

Liss se enojó porque Jennifer la había puesto dentro de una de las peticiones de los clientes, por eso Jennifer terminó en un contenedor con ácido como castigo hasta que se le pase la ira a Liss.

Maravilloso estoy completamente maravillada, soy una sádica sin remedio pero me da igual,
como me gustaría cumplir mi hermosa parafilia ojala eso sea pronto sera delicioso jajajajaka

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