Cuando nuestra mente ataca

No tenía tiempo de sentir culpa, no había momento para remordimientos. Lo hecho, hecho estaba. Y lo cierto es que de volver a tenerlo en frente, le volvería a matar.

Lanzó el ensangrentado cuchillo al fondo del mismo lago donde empujó el cadáver y huyó velozmente. Era menester que le vieran en el bar con el resto de los empleados de la compañía. Hacía ya 45 minutos que había dicho iba a entrar al baño y ya los demás debían estar preocupados por su salud, o haciendo todo tipo de chistes y burlas; pero no le importaba, ya estaba hecho y lo único que necesitaba era mantener su coartada. Se escabulló con diligencia por el agujero de la ventana, y salió por la puerta del baño simulando acomodarse el cinturón. Se enjuagó la cara y se secó un poco el sudor que salía de su frente. Caminó hacia sus demás compañeros con una mano en el estómago, se incorporó a la conversación del grupo y la noche terminó como había sido planeada.

Era casi media noche cuando por fin todos decidieron terminar la juerga. Algunos pocos rezagados trataban de mantenerse en pie y se balanceaban abrazados tratando de mantener el equilibrio. Se despidió de sus amigos y se dirigió hacia su casa. Esa noche durmió tranquilamente, como no o había hecho en meses.

Un llamado de la puerta le despertó al ser las 9 de la mañana, y delante de ella, un oficial de la policía preguntaba por su nombre. Respondió numerosas preguntas referentes a su odioso vecino, y le recordó al oficial a las muchas quejas que le había hecho personalmente sobre los constantes ruidos provenientes de su casa. Le indicaron que no saliera de la ciudad mientras la investigación continuara, debido a que el sr Thompson había aparecido tirado cerca del lago y se encontraba muy delicado en el hospital. Se despidió amablemente del oficial y una vez este se retiró, el pánico se apoderó de su mente. Se encontraba muy delicado en el hospital!!! Ese hijo de puta no había muerto, y si hablaba, no había coartada capaz de demostrar su inocencia.

La única solución que su perturbada mente encontró, fue terminar lo que había comenzado, si Thompson hablaba, él se hundía. Se vistió rápidamente y se encaminó hacia el hospital. Aprovechando que una tía suya estaba internada, pidió visita y una vez dentro, se desvió al pabellón de cuidados intensivos. No tardó mucho tiempo en dar con su vecino, pero un nuevo inconveniente saltó a la vista: al frente de su puerta, un oficial de policía le custodiaba, así que bajó la cabeza y pasó rápidamente para evitar ser reconocido. Necesitaba idear un nuevo plan para terminar con él, o de lo contrario pasaría el resto de sus días pudriéndose en una asquerosa celda de la cárcel de la ciudad.

Caminó un par de metros más y aprovechando un descuido del oficial, le clavó un afilado cuchillo por la espalda. Corrió a toda prisa hacia la cama de su vecino y sin mirar atrás clavó el cuchillo tantas veces como sus fuerzas le permitieron. Salió corriendo del cuarto pero justo cuando cruzaba la puerta el policía le tomo de la pierna y le hizo tropezar, provocándole un profundo corte en su brazo con el arma homicida mientras emprendía su huida perdiendo sangre considerablemente; cruzó la calle sin mirar atrás y justo cuando pensó que lo había logrado, fue arrollado y destrozado por un camión que transportaba cilindros de gas.

Abrió los ojos segundos después, y muy aturdido y llorando, trató de unir las dos mitades de su cuerpo antes de morir desangrado abrazando sus piernas.

La policía nunca entendió porque aquel des adaptado la emprendió contra la señora López que se encontraba en recuperación luego de una cirugía a corazón abierto, y aunque su hijo, que era policía, trató de detener al agresor, la puñalada en la espalda le impidió hacer mayor cosa. Horas después apareció el señor Thompson flotando en el centro del lago, y al no encontrar el arma homicida ni un móvil para el asesinato, el caso se archivó, dejando a una comunidad consternada por las dos muertes en la misma calle: El viejo amable y solidario de la hermosa casa donde se reunían los ancianos de la iglesia local, asesinado mientras daba de comer a los patos por algún cobarde, probablemente para robarle; y el joven solitario que se levantó un domingo en la mañana luego de una noche de copas, tomó su cuchillo y asesinó a sangre fría a una paciente del hospital.

Invención propia

Forgius

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