Ciudad Oscura ganó como la segunda mejor historia enviada en el mes de diciembre, 2015.
Recientemente, un grupo de amigos me invitó a una de esas casas del terror que suelen construirse en los días cercanos al Día de Muertos. A pesar de que siempre he disfrutado de llevarme un buen susto leyendo alguna novela o viendo una película de terror, realmente no suelen llamarme la atención esta clase de atracciones, sobre todo porque siempre utilizan el recurso barato de asustarte saltando desde la oscuridad, muy similar a lo que muchas películas recientes «de terror» han ido usando con más frecuencia. Sin embargo, dada la fecha y por la invitación de mis amigos, decidí acompañarlos.
El lugar se llamaba Ciudad Oscura, e, irónicamente, se encontraba en una zona despejada y casi rural en las afueras de la ciudad en donde vivo, que es donde suelen poner algunas de las atracciones durante los variados festejos anuales. Tenía la típica imagen de casa embrujada que se ve cada año en cada festividad: sonidos de gritos y risas macabras, anunciadores y personal disfrazados de forma acorde, aparatos rociando niebla falsa por doquier y una fila de decenas de personas curiosas por experimentar las emociones fuertes que prometía la atracción.
Una vez en la entrada, después de haber pasado un largo rato formados, un guía disfrazado de monje nos llevó a la entrada de la casa y nos explicó las reglas: no correr, no tocar a los empleados ni al mobiliario y recordar siempre que había salidas de emergencia en caso de requerirlas. Terminando su discurso, presionó un botón cerca de la puerta de acero y esta se abrió en par para dejarnos entrar en el primer cuarto. La puerta se cerró a mi espalda, ya que mis amigos, al darse cuenta de mi aparente valentía y falta de interés en los sustos que nos esperaban, decidieron que a mí me correspondía el lugar de honor hasta atrás, ahora que iríamos en fila.
La primera habitación parecía ser la réplica de un cuarto de hotel barato, con una alfombra sucia que quizá en algún momento había sido azul y una pequeña ventana que dejaba ver hacía afuera, a lo que podría suponerse que era aquella Ciudad Oscura de la que tomaba el nombre la atracción, pero no era más que una pintura poco convincente de una ciudad en llamas. Además de eso, en el cuarto solo había una pequeña cama, un sillón y un mueble con una televisión encima. La televisión estaba encendida, pero solo transmitía estática, como cuando se quedan sin señal; la cama estaba sin tender, pero no había nadie en ella; en el sillón, sin embargo, estaba tendido el cuerpo de un hombre que parecía tener algunos días muerto. Mientras avanzamos hacía la siguiente puerta, el cadáver se irguió, aún sentado y comenzó a gritarnos mientras dejábamos la habitación.
Los sonidos del cadáver quedaron atrás en cuanto entramos al siguiente cuarto, que ahora se asemejaba a una habitación de hospital; las paredes alguna vez blancas ahora estaban manchadas de una pintura roja. A la mitad de una de las paredes laterales había otra «ventana» mostrando la imagen de la misma ciudad en llamas, tan poco convincente como la de la habitación anterior. A ambos lados del pasillo que debíamos seguir para llegar a la siguiente puerta habían cuatro camillas, todas desocupadas, excepto la última a la izquierda, entre la puerta de salida y la ventana. Encima de ella había un cuerpo cubierto con una sábana sucia y raída. El actor que estaba tendido en la camilla parecía intentar mantenerse lo mas inmóvil posible conforme nos acercábamos. Fue hasta que estuvimos a poca distancia de él cuando comenzó a moverse y a mostrar una mano pintada del mismo rojo que las paredes por debajo de la sábana, riéndose en voz baja conforme salíamos de la habitación.
El tercer cuarto fue el más pequeño de todos y también el peor iluminado; la luz apenas y salía desde unos focos amarillos conectados en tres de las paredes de la cuadrada pieza. A nuestra derecha, de la pared más al fondo del cuarto, colgaba una gran cruz invertida. Delante de ella, en lo que parecía ser un marchito altar de madera, estaba arrodillada una mujer vestida de novia, sosteniendo la mano de un esqueleto tendido frente a ella, vestido con un traje negro de gala. Mientras avanzamos a la siguiente puerta, la mujer comenzó a sollozar, y dejando caer la mano huesuda, giró su cabeza hacia nosotros, gritando mientras dejábamos su capilla.
Llegamos entonces a un cementerio con vallas metálicas separándonos de unas cuantas lápidas de plástico y de un par de actores disfrazados como cadáveres, que simulaban intentar atraparnos. Al final del camino había dos puertas abiertas; la de la derecha iba hacía a un pasillo iluminado con una luz azulada y temblorosa y la de la izquierda parecía llevar a un cuarto completamente oscuro. En medio de ellas: una figura con una capa negra, con la cara y el cuerpo cubiertos, representando sin dudas a la muerte. En su mano izquierda sostenía una enorme y nada realista guadaña con la que apuntaba hacia una de las dos puertas conforme mis amigos iban llegando frente a ella. Uno a uno fue enviándolos hacia la derecha, hacia el pasillo con la luz titilante, a todos excepto a mí. Cuando llegué frente a la supuesta muerte, pude ver que movía su cabeza como meditando su decisión. Después de un instante de observar mi sonrisa confiada, apuntó hacia la izquierda.
El último de mis amigos en entrar al corredor alumbrado giró para verme cuando sintió que me separaba de él. Asintiendo con la cabeza al mirarlo, le hice saber que no había problema y que me reuniría con ellos en un momento. El lugar al que entré era oscuro como boca de lobo, incluso antes de que se cerrara la puerta a mis espaldas. La única luz que penetraba en el lugar provenía de las rendijas del marco tras de mí; parecía no haber nada enfrente. Dudé un momento sobre lo que se suponía que debía hacer a continuación, cuando noté que la temperatura comenzaba a bajar gradualmente; podía sentir el tibio vapor de mi aliento frente a mí al momento en que, a unos pasos adelante, comencé a notar el perfil de un rectángulo de luz. Avancé hacia la puerta y esta se abrió en cuanto a estuve a un palmo de ella, para dejarme entrar entonces en el mismo cementerio del que acababa de salir…
La figura encapuchada ya no estaba, al igual que los actores que antes rondaban por el lugar. La iluminación era distinta, proveniente de lamparas grisáceas apenas visibles; bajo esta luz, las lápidas parecían distintas, más realistas. De no ser por la simpleza de la atracción hasta el momento, podría llegar a creer que se trataba de mármol real. A mi izquierda, tapiada con varias láminas de metal, estaba la puerta por donde habían entrado mis amigos hacía solo un minuto. Mientras examinaba las láminas buscando un paso para entrar, del lado opuesto de la habitación se encendió la luz de la puerta que llevaba hacia la capilla. Ciertamente emocionado por el giro que había tomado la atracción, comencé a caminar hacia la puerta escuchando la gravilla moverse bajo mis pies con cada paso que daba. Justo antes de llegar a mi destino, noté a mi derecha que uno de los sepulcros estaba ligeramente abierto; el leve siseo que provenía del interior me hizo avanzar un poco más de prisa involuntariamente.
Un sonido sordo y seco me recibió al entrar a la capilla, la cual también había sido iluminada de forma más simple, pero, a la vez, más macabra: un solo foco colgaba desde el techo justo al centro de la pieza. La fuente del sonido provenía de la enorme y marchita cruz invertida, donde la mujer vestida de novia golpeaba suavemente su frente, una y otra vez —casi con cierto ritmo— contra la pesada madera. El golpeteo fue aumentando su intensidad, añadiéndole un sonido húmedo, como si la frente de la mujer realmente estuviese sufriendo daño. Comencé a avanzar en silencio hacía la siguiente puerta, emocionado, pues la casa comenzaba a valer su precio de entrada, cuando el sonido dejó de retumbar en la pequeña habitación. Girando asustado la cabeza hacia la mujer, noté que seguía arrodillada en el mismo lugar, pero ahora miraba hacia donde yo estaba; sin embargo, no me veía, sus ojos blancos y tristes, sumidos en sus cuencas oscuras bañadas con hilos de sangre, parecían observar hacia una lejanía que se extendía tras de mí. Un instante después, giró su cabeza y continuó su castigo, como si nada hubiese pasado. Yo, por mi parte, con las manos metidas en el costado bajo las axilas, avancé hacia el hospital.
Cada una de las ocho camillas tenían ahora formas debajo de las manchadas sábanas. Algunas parecían tener más de un actor o maniquí sobre ellas, dándoles a las siluetas formas terribles y deformes. La luz era igualmente distinta que en las salas anteriores, pero el cambio más significativo estaba en la ventana del cuarto. Otrora disfrazada con una irreal pintura de una ciudad en llamas, ahora solo podía distinguirse la oscuridad del exterior, y a lo lejos, la silueta de mi ciudad menos iluminada que de costumbre. Lentamente, pasé entre dos camillas para poder tener una mejor visión de la ventana, intentando concentrar mi mirada para distinguir en la oscuridad. Frente a mis ojos, a unos cuantos metros, pude ver una figura corriendo desde mi izquierda y hacia la oscuridad frente a mí. Unos segundos después, otras cuantas figuras corrían siguiendo el mismo trayecto, gritando mientras lo hacían. Continué un instante intentando distinguir movimiento en la oscuridad, cuando varios sonidos a mis espaldas me sacaron de mi trance; algo como un rasguño sobre el metal provenía de una de las camillas, otras comenzaban a moverse levemente, mientras que unas más dejaban caer plastas de piel ensangrentada y uno que otro miembro grotescamente convincente. Caminé rápido hacia la puerta de salida, cuando, desde la última camilla a mi izquierda, una figura se erguía velozmente. Solo pude ver de reojo al cadáver putrefacto que se había levantado para despedirme del hospital con el corazón cabalgando en mi pecho y la presión golpeándome las sienes. Entré a la que debía ser la última habitación.
Entrando al cuarto de hotel mi terror aumentó a niveles que no conocía hasta la fecha; a pesar de que la pieza era idéntica a la primera vez, se diferenciaba por el cuerpo colgando sin vida desde una de las vigas centrales, amarrado del cuello. El ver el cadáver me hizo soltar un grito sonoro, que hizo eco en la pequeña habitación. Con el corazón intentando salir por mi garganta, miré hacia la ventana, apartando la vista del terrible espectáculo que el suicidio otorgaba. A lo lejos, en la oscuridad, podía observar una vez más la silueta de mi ciudad, ahora iluminada en varias partes con lo que parecían ser incendios sin control. De la televisión anteriormente en estática, provenía una imagen de una joven mujer, claramente asustada, reportando desde lo que parecía una terrible zona de guerra. Intentando mirar siempre de reojo al cuerpo atado tras de mí, puse atención a la transmisión, subiendo un poco el volumen:
«Nos siguen llegado reportes de ataques en las mayores ciudades del mundo —narraba la mujer con un semblante de terror en el rostro—. Se recomienda a la población buscar asilo, evitar los saqueos y el desorden en las calles. Se desconoce aún el origen del virus o su forma de contagio. No se cuenta aún con información de una posible cura».
Una luz a mis espaldas se encendió débilmente, mostrándome la ruta de salida mientras el televisor aumentaba su volumen junto a mí:
«Les recordamos que el toque de queda se vuelve efectivo a las dieciséis horas. El gobierno ha dictado que cualquier persona que sea sorprendida en vía pública pasada esa hora será detenida en el acto…».
Una explosión estalló justo detrás de la reportera y la cámara vaciló un momento antes de volver a su situación habitual. La mujer miró hacia donde debía estar su camarógrafo con una mueca terrible de horror.
«Tenemos que irnos, ya están aq…».
Un grito de mujer. Gruñidos cada vez más fuertes. La cámara cayendo. Oscuridad total. Silencio.
Sentía el sudor frío resbalar por mi frente y mis sienes. Rápidamente, avancé hacia la salida sin poder evitar mirar hacia el cuerpo colgante mientras pasaba, intentando convencerme de que no lo había visto mover una de sus manos.
Salir fue reconfortante, sentir el calor y la seguridad en el exterior me hizo recobrar la compostura antes de que mis amigos llegaran a recibirme. Les conté de la forma más tranquila posible mi aventura posterior a alejarme de ellos y solo se rieron de mi historia, poniéndose de acuerdo en que no hubieran sido capaces de soportar tal susto, puesto que a ellos la primera parte del recorrido les había resultado aterrador.
Antes de irnos, me acerqué al guía disfrazado de monje que nos había acercado a la entrada de la atracción unos minutos atrás para hacerle una sugerencia:
—Deberían dejar entrar a más personas a la segunda parte del recorrido —le dije—. Es bastante increíble.
—Me alegra que les haya gustado —respondió, pero pude notar en su rostro que parecía no entender lo que le acababa de decir.
Un mes después de la visita a la Ciudad Oscura, aún sigo sorprendiéndome al recordar lo increíble que fue el recorrido. Evito en lo posible estar en la oscuridad o inclusive he llegado a tener alguna pesadilla al respecto, despertando bañado en sudor a medianoche. Lo más desconcertante de todo es quizá la fecha que aparecía en la transmisión de aquella reportera, transmitiendo, según la pantalla, el día 01 de enero de 2017.
5 comentarios
El final a lo Bart Muere pudo estar de más, pero todo lo que lo antecede es oro. La idea me fascina, y me inspiró una historia. Por si fuera poco, la redacción es nítida. Felicidades por tu lugar en el Salón de la Fama. Si no hubiese ido contra ¿Qué hace a un monstruo un monstruo? fácilmente habría ganado.
Me gustó mucho, sobre todo el desarrollo. La disyuntiva entre los dos caminos es mi parte favorita.
Mereces estar en el salón de la fama:)
Asombrosa historia, pena que no paso xd
ENCANTADORA HISTORIA.