Alimentar al Cerdo

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Abrí los ojos lentamente. Un dolor sobrio envolvía mi garganta y tenía sed. Eso fue lo primero que noté. Me lamí los labios secos mientras mis alrededores se enfocaban. Mi cuerpo dolía y me di cuenta de que era porque estaba sujeto con firmeza a una silla de metal en medio de un cuarto vacío. Los muros de hormigón estaban manchados y sucios, y el suelo bajo mis pies desnudos estaba frío y un tanto húmedo.

Una bombilla solitaria iluminaba el cuarto, colgando del techo por una cuerda. Delineaba sombras en movimiento. Una puerta abierta yacía adelante mío, pero no podía ver nada más que la pared de un pasillo.

Traté de aclarar mi mente, de recordar cómo llegué ahí. Fruncí mis ojos e hice un esfuerzo por no entrar en pánico. Respiré aún más hondo y concentré mis pensamientos, tratando ansiosamente de invocar alguna memoria del porqué estaba ahí.

No podía recordar nada.

Abrí mis ojos y exhalé; mi garganta seca palpitaba. Podía oír la conmoción de ecos a través de las paredes del pasillo más allá de la puerta. Gritos, estruendos y aullidos efervescentes en la distancia, pero nada que ayudara a calmar mis nervios.

—¡¿Hol… —me desesperé, pero la palabra se volvió añicos en su asenso por mis cuerdas vocales. Sentí que mi pecho se encogió de dolor.

Aclaré mi garganta y lo intenté de nuevo:

—¡¿Hay alguien ahí?! ¡¿Hola?!

El pasillo oscuro permaneció silencioso, excepto por los ecos constantes. Cerré mi boca y traté de zafarme de mis ataduras, pero la cuerda estaba ajustada con demasiada fuerza. Luché contra mi imaginación en tanto mi mente se inundaba de escenarios horripilantes, confecciones de lo que estaba por venir. ¡Si tan solo pudiera recordar!

De repente, pasos estallaron afuera de la puerta —un patrón rápido de pies pequeños—. Mis esperanzas crecieron y lancé mi atención en la puerta, rezando por que fuera auxiliado.

Un niño corrió dentro del cuarto vestido con un mameluco rojo de pies acolchados. A lo largo de su cara había una máscara de plástico del Diablo. Los agujeros en los ojos dejaban ver unos ojos azules que me recibieron con curiosidad. Abrí mi boca para hablar, pero ahí fue cuando me di cuenta de que algo estaba mal. Sus ojos eran enormes, imposiblemente redondos y de órbitas hinchadas. Arrojó un escalofrío de malestar por mi espina dorsal, pero lo ignoré. Ese niño podría ser capaz de liberarme.

—¡Oye! —siseé, apremiante—. ¡Oye, niño! ¿Puedes sacarme de aquí?

El niño dio un paso adelante, ladeando su cabeza, pero manteniéndose en silencio.

Sacudí las ataduras en mis brazos contra la silla.

—Libérame, por favor. No debería estar aquí, ¡esto es un tipo de error!

El niño me miró detrás de su máscara extraña y se paró directamente frente a mí. Se inclinó y su voz murmurante fue como seda mojada:

—Hiciste algo malo…

Confundido, sacudí mi cabeza.

—¡No! ¡Esto es un error! ¡No hice nada!

De repente, los enormes ojos azules del niño se llenaron de tristeza.

—Oh, hiciste algo muy, pero muy malo…

Sacudí mi cabeza otra vez, ahora con violencia.

—¡No! ¡Lo siento! ¡No lo recuerdo! ¡Por favor, solo sácame de esta silla!

Antes de que cualquiera de los dos pudiera hablar de nuevo, un hombre irrumpió en la habitación. Era obseso y estaba vestido con un sobretodo; su rostro canoso se veía deformado por una ira hirviente. Estaba sosteniendo una escopeta en sus brazos.

—¡No hice nada! —chillé, en un tono agudo, mientras él avanzaba hacia nosotros—. ¡No debo estar aquí!

El gran hombre me ignoró y, en su lugar, tomó al niño y lo presionó contra la pared. El niño gruñó cuando su espalda golpeó el concreto y sus ojos se levantaron para encontrase con los del hombre canoso.

Sin emitir palabra, este sujeto alzó su escopeta, la empujó contra la frente del niño y le voló los sesos. Manchas de sangre salpicaron la pared a un mismo tiempo que la sorpresa me golpeó en el estómago como un puño de acero. Mis oídos resonaron y el tiempo pareció ralentizarse a medida que el niño sin cabeza se desplomaba sobre el suelo.

La respiración volvió a mis pulmones y el tiempo pareció reajustarse.

—¡Dios santo, JODER! —grité forcejeando contra las cuerdas; mis ojos estaban inflamados por la impresión horrífica—. ¡¿QUÉ MIERDA?!

El hombre ignoró mis gritos. Se agachó y recogió al niño. Se colgó el cadáver ruinoso en su hombro y salió por la puerta.

De inmediato, el pasillo se llenó de risas maliciosas, un coro de voces aullando de alegría. Cerré mis ojos; ese sonido me ensordecía conforme el terror absoluto llenaba cada uno de mis poros.

Luego de unos momentos, la risa desapareció y abrí los ojos con cuidado, sin dar crédito a lo que había visto.

—Hola.

Me sobresalté cuando me di cuenta de que había otro hombre delante de mí. Estaba vestido con una camisa blanca de botones y un jean. Parecía estar en sus treintas. Sus ojos verdes eran opacos y sin vida, su cabello era marrón y corto, sus labios rellenos se inclinaban por las esquinas.

—¡¿Qué está pasando?! ¡¿Dónde estoy?! —exclamé, y un nuevo temor se acumulaba en mi estómago como si fuese sangre caliente.

El hombre cruzó sus brazos.

—Así que tú eres el nuevo, ¿eh? —Sacudió su cabeza—. Ustedes me dan asco.

Las preguntas borbotearon de mis labios, pero él me silenció con un movimiento rápido de su mano, cortando el aire y demandando mi sosiego.

Repasó la lengua por sus dientes con desdén.

—Parece que ya has visto parte de los horrores que residen en este lugar, ¿eh? Sí, puedo notarlo en tus ojos. Estás aterrorizado. Lo demás no te parece tan malo ahora, ¿o sí? ¿En retrospectiva? Has estado aquí por cinco minutos y ya te estás cagando en los pantalones.

—¿Dónde estoy? —jadeé sin poder contenerme por más tiempo—. ¿Qué es lo que quieren ustedes?

El hombre cruzó los brazos detrás de su espalda.

—Apuesto que quieres irte de aquí. Apuesto que te gustaría volver a tu hogar, con tu familia, todo.

—Por favor —lo interrumpí—. Sea lo que sea que les haya hecho… lo siento, en verdad lo siento, ¡pero no lo recuerdo!

El hombre rodó los ojos.

—No me hiciste nada a mí. Te lo hiciste a ti mismo. ¿En serio no recuerdas nada?

Sacudí mi cabeza y sentí cómo las lágrimas me llenaban los ojos; miedo líquido.

El hombre me miró irritado:

—Esperaste a que tu esposa se fuera a trabajar, y luego fuiste al cobertizo y te colgaste. Estás muerto.

El recuerdo se elevó en mi mente como un monstruo de pantano. Mis ojos se ampliaron. Por más que me hubiera gustado negarlo… tenía razón. Me había suicidado. El incidente penetró mi mente como un tren bala y me dejó tambaleándome.

—Soy Danny, por cierto —dijo el hombre, ignorando mi estupefacción—. Y soy el segundo al mando aquí. Dirijo el proceso de orientación. Me gusta hacer esto rápido, porque estoy cansado de repetirle la misma mierda a ustedes, suicidas patéticos. Te doy una pregunta antes de que empiece.

Me observó y luché por organizar mis pensamientos en algo cohesivo. Todo esto era horripilante. ¿Por qué me había suicidado? Repelí la niebla y el pánico, y la bruma de confusión empezó a disiparse lentamente. Había perdido mi trabajo. Sí… ese era el inicio. Presioné los ojos y forcé más recuerdos a emerger. Había perdido mi trabajo y estaba a punto de perder la casa. Mi esposa… Tess… lo descubrió e iba a dejarme. No tenía ninguna salida, no tenía ninguna opción. Mi despido había salido de la nada y no tenía muchos ahorros. Estaba en bancarrota, casi sin casa, y mi esposa me odiaba por eso. Había algo más… Sí…, es cierto. Me había estado engañando. Había visto mensajes en su teléfono mientras ella dormía y confirmé mis sospechas. Mi vida había sido degradada a mierda y me había agotado las opciones. Humillado y avergonzado, decidí que la muerte era mi única salida.

—Oye, idiota, ¿tienes una pregunta o no? —dijo Danny chasqueando sus dedos en mi cara.

Fui absorbido de nuevo por la realidad e hice la única pregunta que importaba.

—¿Esto es el Infierno?

—Eso es lo que siempre preguntan —Empezó a caminar de un lado a otro frente a mí—. No. Esto no es el Infierno. Tampoco es el Cielo. Esta es la Granja Negra. Y no, yo no le puse ese nombre. Aquí es donde Dios envía las almas que acabaron con sus propias vidas. Suicidas. Verás, él no sabe realmente qué hacer con ustedes… y el Diablo tampoco lo sabe. Hay gente genuinamente buena que se suicida. Parece cruel enviarlos al Infierno por toda la eternidad debido a un momento de debilidad, ¿cierto? Personalmente, creo que Dios y el Diablo se cansaron de discutirlo. Así que los envían aquí, a la Granja Negra.

—Entonces Dios… ¿creó este lugar? —pregunté, sintiéndome más y más confundido.

Danny escupió en el suelo, riéndose.

—Sí, en algún momento. Pero perdió el control cuando puso al Cerdo a cargo.

—¿Qué es El Cerdo? —pregunté, inseguro de si quería saber la respuesta.

Danny levantó una mano, molesto.

—Carajo, ¿me dejas terminar? Dios creó este lugar hace eones, puso al Cerdo a cargo y lo hizo a un lado por un tiempo. Y bien, mientras tenía la guardia baja, El Cerdo decidió usar sus nuevos poderes para tratar de crear su propio mundo. Este desastre que ves a tu alrededor son los restos fracturados de aquel experimento. La Granja Negra solía ser mucho mejor, pero El Cerdo quería que las cosas fueran diferentes. Quería crear su propia visión. Estas personas que ves, ¿los monstruos? Ellos son los intentos del Cerdo por crear vida. En vez de copiar la Tierra de Dios, estas creaciones horribles y con mutaciones están llenas de odio y pecado. Proliferan aquí, desvergonzados. Este lugar es caos. La Granja Negra es un circo de fenómenos y monstruos. Y es tu eternidad.

El miedo hirvió en mis entrañas como aceite espeso. No. Este no podía ser mi fin. No creía en cosas así. ¡Esto no era real! ¡Me despertaría pronto y me daría cuenta de que solo estaba teniendo una pesadilla! ¡Eso tenía que ser!

Danny se paró frente a mí y me dio una cachetada suave.

—¡Oye, oye! No te me pongas histérico. Aún no he terminado.

Alcé mis ojos llorosos para ver los suyos.

Danny sonrió:

—Pero igual puedes Alimentar al Cerdo.

Mi respiración se empujó desde mis pulmones como vapor ardiente.

—¿Q… Qué significa eso?

Danny abrió sus manos, aún sonriendo.

—Es tan simple como eso. Alimenta al Cerdo. Si lo haces, existe la posibilidad de que te envíe de regreso a tu vida.

—¿Y… Y q… qué pasa si no lo hace? —tartamudeé.

—Serás enviado al Infierno. Así que lanza una moneda si tienes una. Quédate aquí con nosotros o Alimenta al Cerdo. Si decides quedarte, te dejaré ir… Te dejaré ir ahí afuera —mencionó, señalando la puerta—. Pero déjame asegurarte… lo que te espera al final del pasillo… Bueno, digamos que el Infierno no es muy diferente.

Tragué con dificultad, haciendo mi mejor esfuerzo por digerirlo todo. ¿Y por qué no me atrevería a Alimentar al Cerdo? Sea lo que sea que eso significara. Si había incluso un hilo de esperanza, entonces lo tomaría. Una eternidad en este lugar, la Granja Negra, ser enviado al Infierno o… o Alimentar al Cerdo? Haría lo que fuera por una oportunidad para volver. Esta pesadilla hacía que mis problemas se vieran insignificantes.

Danny levantó una mano antes de que yo pudiera hablar:

—Te dejaré reflexionar un rato. Volveré luego.

—¡Quiero Alimentar al Cerdo! —lloré, no queriendo pasar un segundo más en ese cuarto horrible. Podía escuchar una mujer gimoteando pasillo abajo, sus llantos aumentaban a medida que algo carnoso la embestía. Mi respiración fue dominada por jadeos breves y mi garganta ardía. Danny notó el ruido y sonrió.

—Suena muy mal, ¿no? —dijo suavemente mientras la voz de la mujer se quebraba por la agonía. Algo seguía arremetiendo contra ella; el sonido de la carne maltratada avivaba mi imaginación con horrores.

—Por favor —boqueé, sin aliento—. Solo… Solo déjame Alimentar al Cerdo. No quiero estar aquí por más tiempo.

Danny se alejó.

—Volveré luego. Disfruta tu tiempo a solas. Piensa seriamente sobre tu situación. Compara tus opciones. Y recuerda… tú mismo te hiciste esto.

Y así de simple, se había ido, dejándome en el cuarto oscuro.

Las lágrimas cayeron por mi cara.

La mujer no dejó de gritar por horas.

En algún punto, caí en un sueño semipleno. La oscuridad en el cuarto parecía oprimirme y mantuve mis párpados bien cerrados. Mi cuerpo dolía y mi garganta se sentía como un aro de fuego. La sed rastrillaba mi tráquea como si fuese vidrio afilado. Mis labios se sentían como papel arrugado. Mi cabeza retumbaba como un tambor. La habitación se sumergía dentro y fuera de mi atención y mi mente navegaba en la procedencia de los terribles sonidos que nunca acababan.

Estaba perdido en una neblina, ignorante de que algo se estaba deslizando por la habitación, hasta que sentí un pinchazo afilado en mi dedo pulgar del pie. Sacudí mi aturdimiento conforme el dolor se encendía en mi pie desnudo. Grité y traté de moverme, pero mis ataduras me mantuvieron quieto.

Recuperé el enfoque de la habitación mientras sentía la sangre fluir sobre mis dedos. Miré a la fuente del dolor y sentí un grito escalar por mi garganta.

Había un hombre sin brazos mirándome. Se escurría por el suelo como un gusano; su cabeza calva estaba sucia y tapizada en costras. Sus piernas habían sido amarradas con alambre de púas, obligándolo a serpentear su cuerpo para moverse. Sus ojos no tenían párpados y eran grandes, dos orbes blancas inyectadas de sangre fijadas en mí con una intensidad hambrienta. Sus dientes habían sido removidos y reemplazados por tornillos largos, los cuales sobresalían de sus encías como una formación rocosa deteriorada.

Alrededor de su cuello tenía una correa de cadena, que seguí por el piso y hacia la puerta abierta. El extremo de la correa era sostenido por un hombre alto y desnudo. Su cuerpo era flácido y lampiño, recubierto en costras similares a las de su mascota. Se había puesto una bolsa de tela mugrienta sobre su cabeza, escondiendo la mayoría de sus rasgos a excepción de un ojo rojo que se asomaba por una abertura.

Se me quedó viendo; su respiración era pesada y dificultosa. Mientras el hombre sin brazos se arrastraba hacia mí de nuevo, su amo comenzó a tocarse.

Grité cuando la boca armada con tornillos me volvió a morder:

—¡Aléjate de mí! ¡Basta! —le grité, horrorizado. Traté de patear al hombre, esforzándome por evitar sus dientes de metal filoso. Azoté su cabeza con mi talón y él se quejó cuando su cabeza rebotó contra el suelo.

Al sujeto con la bolsa se le escapó un gemido, y aparté mi rostro cuando miré que una sustancia negra se rociaba en el suelo. Las cadenas repiquetearon y me giré, viendo cómo los dos se iban; el hombre sin brazos fue arrastrado desde su cuello. Observé lo que el sujeto con la bolsa había expulsado, y vi un charco de hormigas muertas. Vomité sobre mí mismo, una cortina espesa y semisólida de bilis y baba.

—¡SÁQUENME DE AQUÍ! —vociferé mientras algunos hilos de vómito se colaban por mi mentón—. ¡NO PERTENEZCO AQUÍ!

Escuché a los dos hombres retirarse por el pasillo, el claqueteo era acompañado por el sonido rasposo de la carne siendo deslizada en el concreto. Grité de nuevo, pero sabía que nadie iba a ayudarme. Escupí flema y bilis en el piso frunciendo la boca por su amargura. Me obligué a calmarme. No fue fácil.

Luego de un tiempo, escuché a alguien más acercarse. Me encontraba en un estado de calma miserable, pero el ruido me despertó de mi trance. Los músculos en mis brazos ardían por haber estado atados tanto tiempo, y los estimulé desesperadamente intentando prepararme para fuese cual fuese el horror que entraría por la puerta.

Los pasos se acercaron más y una mujer llegó a la habitación. Se detuvo en el marco de la puerta y me miró. Uno de sus ojos no estaba, no era más que un agujero en su cráneo. Su cabello lucía andrajoso y salvaje, una maleza de color castaño asemejándose a un nido olvidado. Su piel, pálida y sucia, estaba vestida en harapos. No pude adivinar cuántos años tenía, pero se percibía madurez en su único ojo bueno.

—¿Sigues pensando? —preguntó. Su voz era frágil.

—¿Qué?

Dio un paso adelante.

—¿Sigues tratando de decidir si vas a Alimentar al Cerdo o no?

La miré con cautela.

—Sí… así es. ¿Quién eres? ¿Qué quieres?

—Alguna vez estuve en donde tú estás ahora —dijo—. Tratando de decidir mi destino. No podía creer que esto era lo que pasaba… lo que pasaba luego de nuestra muerte. No era lo que me habían enseñado… la religión no me advirtió sobre este lugar.

Probé mis ataduras de nuevo antes de hacer la pregunta:

—¿También te suicidaste? ¿Eres una persona como yo? ¿No eres una de esas… de esas creaciones?

Ella resopló.

—Aunque me rompe el corazón que tengas que preguntar —palpó el agujero en donde su ojo debería estar—, puedo entender tu recelo. Sí, soy una Suicida. He estado aquí por un largo, largo tiempo. Pero esa fue mi decisión. Decidí aventurarme aquí.

Hice una seña con mi cabeza hacia la puerta.

—¿Qué hay ahí? ¿Qué es todo esto?

Ella exhaló con dificultad y se inclinó contra la pared.

—Ni siquiera puedo empezar a describir este lugar. No es como nada que hayas visto antes. Caminas por ese pasillo y le das la cara a… eso… y…

Tragó saliva:

—Tendrías que verlo para comprender.

—¿Qué tan malo es? ¿Por qué todas estas personas deformes están matándose entre sí y lastimándose?

Dejó que el reverso de su cabeza se reclinara en la pared.

—Te tomaría años poder entender este lugar en su totalidad. Años que no tienes. Ahora mismo, debes hacer una elección. Quedarte o Alimentar al Cerdo. Me dicen que el Infierno es peor que aquí, pero no podría decirte que le lleva mucha ventaja. Los monstruos y los Suicidas merodean la Granja Negra… matando, violando, brutalizando… y luego te despiertas y te preguntas cuánto tiempo podrás sobrevivir antes de que algo más te mate. Es un ciclo eterno.

—¿Entonces por qué te quedaste? —insistí—. ¿Por qué no optaste por Alimentar al Cerdo? Ni siquiera sé lo que eso significa, pero yo haría cualquier cosa para regresar. No me puedo quedar aquí. ¡En… En verdad no puedo!

Sonrió con tristeza, mirándome.

—¿Por qué? ¿Por qué elegí esto? Es simple, en realidad. Soy una cobarde. Fui una cobarde mientras estaba viva y soy una cobarde en la muerte. Cuando llegó, cuando el momento se presentó, decidí quedarme aquí. No sabía qué me esperaba afuera. Se redujo a una simple elección alimentada por mi propio miedo.

—¿Qué es El Cerdo? ¿Qué te hace? —continué.

De repente, se volteó para irse.

—Me temo que tendrás que averiguarlo por ti mismo. Pero déjame advertirte. Piénsalo bien antes de tomar una decisión. A veces, sufrir tu miedo es mejor que sufrir por la eternidad. Sé valiente.

—¡¿Qué hago?! —exclamé, sacudiendo mi silla mientras ella se iba de la habitación.

Hizo una pausa y lanzó una última mirada sobre su hombro. Su ojo recorrió el cuarto y su voz descendió a un murmullo:

—Alimenta al Cerdo.

Y con eso, se fue.

Me senté en silencio una vez más. Mi mente daba vueltas, considerando mis opciones desesperadamente. Aún no podía entender del todo la situación en la que me encontraba. Era demasiado, muy ensordecedor. El otro lado de la muerte no tenía que haber sido así. No sé qué era lo que había esperado, pero no había sido esta pesadilla. Las preguntas inundaban mi mente como olas frías en torno a un barco hundiéndose. ¿Cómo se supone que iba a tomar una decisión cuando no estaba al tanto de las consecuencias de mis acciones?

Este lugar, la Granja Negra… no podía quedarme aquí. ¿Pero y si me enviaban al Infierno? ¿Si no regresaba a casa? Me sacarían de la sartén para ser arrojado al fuego. Mi existencia estaría condenada por siempre a una desdicha sin fin. Pero aquí… aquí había personas como yo. Suicidas. No todo era monstruos y asesinos mutilados. Quizá podría ocultarme con ellas, tratar de crear juntos una existencia pasable. ¡Eso sin duda sería mucho mejor que ser enviado al Infierno!

No. No iba a ser así como pasaría mi eternidad. Me negaba a que lo fuera. Si había tan siquiera la más fina hebra de esperanza, la usaría. No quería vivir cuestionándome sobre lo que pudo haber sido. No quería ser atormentado por la duda. Iba a Alimentar al Cerdo y aceptaría cualquier cosa que el destino eligiera. Cuando saqué mis conclusiones, esa era la única opción aceptable.

Iba a Alimentar al Cerdo.

—¡Oye! ¡¿Hola?! ¡Danny! —llamé, retorciéndome en mi silla—. ¡He tomado mi decisión! ¡Danny!

Luego de un par de segundos, escuché pisadas en el pasillo.

Danny caminó por la puerta con una expresión de fastidio en su cara.

—Ya lo decidí —dije—. Voy a Alimentar al Cerdo.

—Suena a que en serio lo pensaste desde que te dejé —comentó sarcásticamente.

Lamí mis labios.

—Tú harías lo mismo si estuvieras en mi lugar.

—Estuve en tu lugar. Mi elección fue otra. —Mis ojos se ampliaron y Danny envolvió mi cabeza con una tira de tela delgada, cegándome. Tomé tanto aire como pude, pero cada pulmón se sintió vacío.

Sentí que Danny me liberó de la silla y mi cuerpo se alivió conforme mis músculos entumecidos se deshacían de la presión. Cavé mis dedos en mi espalda y me masajeé oyendo mis huesos crujir.

—Mantén tu vendaje puesto y sígueme —dijo Danny, levantándome.

Mis piernas temblaron cuando sostuvieron mi peso; mis muslos se estremecieron luego de perturbar su posición esculpida. Estiré mis manos a tientas frente a mí y encontré el hombro de Danny. Posé mi mano en él mientras caminábamos afuera del cuarto.

A medida que entrábamos al pasillo, fui recibido súbitamente por sonidos que no había advertido antes. El metal tintineando, un sonido duradero de carne desgarrándose, algo vomitando… estos sonidos cobraron vida en mis oídos, pintando la oscuridad ante mis ojos con escenas imaginarias de depravación. Me aferré al hombro de Danny, trastabillando detrás de él con mi corazón atronando.

Oí que algo nos seguía el paso, pero Danny no parecía darse cuenta. O, si lo hizo, no le importaba. La carne abofeteaba el concreto a meros centímetros detrás de mí, y, de repente, sentí un aliento caliente en mi nuca y el clic de una lengua húmeda saboreando las encías.

—Va’ a alimenta’ al cerdito, ¿no e’ cierto? —fue el susurro de algo en mi oído. Sentí que una forma se presionaba contra el reverso de mi cabeza y traté de no pensar en lo que podría ser. Estaba mojado y viscoso y oí a esa cosa reírse.

—Él e’ un cerdito habriento. Asegúrrese de que quede satizfecho, ¿ta bien? —susurró la cosa otra vez. Su voz grave y como nada que había oído antes. Era como una serie de gruñidos y gemidos que desembocaban en un tono de voz roto.

Por suerte, escuché cómo la cosa retrocedió y continué siguiendo a Danny. Él permaneció silencioso mientras caminábamos y podía sentir fluctuaciones en el aire. El calor espeso dio paso a una temperatura más fresca, casi placentera, pero luego siguió decayendo hasta que me dejó temblando violentamente en contra del frío. No podía ver nada, pero sentí una brisa en mi cara, como si estuviéramos afuera. No oí que Danny abriera ninguna puerta, pero nada en ese lugar transcurría de modo natural. Más bien, te daba la impresión de que la realidad se tornó borrosa y se diluyó sobre sí misma, como rollos de películas mezclándose entre sí.

Mis dientes chasquearon hasta que fui azotado por un calor intenso y jadeé. Me tropecé en mis propios pies mientras el terreno cambiaba y ahora parecía estar caminando sobre acero cálido. Mis oídos se colmaron del quejido de calderas abrasadoras y los engranajes de maquinaria en funcionamiento. No podía verlo, pero sentí que me encontraba en medio de una extensión vasta. Olí cenizas y saboreé la inmundicia en mi lengua; el sudor no tardó en formarse por mi columna.

De pronto, choqué con Danny porque se detuvo. Retrocedí unos pasos y susurré mis disculpas. Pude sentir movimiento frente a nosotros, el rugido de cadenas y un estallido inusual contra el suelo metálico. Y otra cosa… Un… bufido.

Entonces el cuarto se infestó con el chillido ensordecedor de un cerdo inmenso. Tapé mis oídos; mi cabeza era taladrada por el gemido agudo. Apreté los dientes mientras el sonido hizo eco contra el metal y se fundió en una sucesión de bufidos y gruñidos.

Sonaba absolutamente descomunal.

—He traído otro —anunció Danny, y pude distinguir un tinte ligero de respeto en su voz—. Quiere Alimentar al Cerdo.

Esperé, aguardando una respuesta; la venda sobre mis ojos aún confinaba mi vista a la oscuridad. Me di cuenta de que mis rodillas estaban temblando y mi espalda se había empapado de sudor. Mi pánico era tangible.

—Si eso es lo que deseas —dijo Danny y sentí con mi mano que hizo una reverencia. Aparentemente, una especie de conversación había acontecido, y Danny tomó mi muñeca y me empujó hacia adelante.

—El Cerdo te necesita más cerca —indicó.

Mi cuerpo completo tembló y mis rodillas se plantaron en su lugar. Despojado de mi visión, levanté mis manos para poder orientarme, sacudiéndome el mareo que el calor y las cenizas me provocaban. Sentí que iba a vomitar, mi estómago se ondeaba como un mar muerto. No sabía en dónde estaba o qué horror me deparaba. Me sentía perdido y diminuto, embarrando la tela con la salpicadura fresca de mis lágrimas.

—P… Por favor —supliqué—. Déjame ver lo que está pasando.

Danny se había colocado detrás de mí, empujándome. Guio mis manos hasta algo mientras caminábamos al unísono. Incluso con la venda en mis ojos, podía ver una masa gigante de oscuridad ante mí. Era un punto de negro en un lienzo ya oscurecido.

Caminando, fui asaltado por un olor espantoso y me atraganté, girándome. El agarre de Danny se hizo más fuerte y me obligó a continuar. Podía sentir algo justo frente a mí, una masa viva de carne. El olor se agravó a un nivel despreciable y me atraganté por segunda vez. Pronto, el aire caliente comenzó a embestir mi cara, una explosión de calor que llegaba en ráfagas breves.

Y luego El Cerdo chilló directamente frente a mí.

Esa era la fuente de la oscuridad en mi visión dificultosa; una criatura gorda y titánica que llenaba mis sentidos con cada respiro que liberaba sobre mi cara.

Danny levantó mis manos y ahora yo estaba tocando el hocico de la bestia. Me eché hacia atrás de inmediato, pero Danny empujó mis manos de vuelta. Su pelaje era rígido y quebradizo, y, mientras mis manos temblorosas exploraban su nariz, el tamaño del animal se me hizo evidente.

Era gigantesco y tuvo que haber pesado más de una tonelada. Su carne se contoneó bajo mis manos sudorosas y abrió su hocico un poco. Mis dedos se enroscaron en los dientes del tamaño de cuchillos de cocina, y me di cuenta de que su boca era absolutamente cavernosa.

El Cerdo chilló de nuevo y escuché a sus pezuñas pisotear el suelo. Sonaba como truenos desencadenándose en un campo abierto a la mitad del verano.

—Quítame esta venda, por favor —supliqué; mis piernas se volvieron gelatina.

Danny había retrocedido un poco y oí reverencia en su voz:

—No te conviene que haga eso.

Salté cuando El Cerdo me dio un empujón con su nariz, sintiendo ese círculo húmedo de carne aplastarse contra la totalidad de mi cara.

—Alimenta al Cerdo —me ordenó Danny, y su voz ahora se oía como metal frío—. Tomaste tu decisión. Ahora afróntala. Es la única oportunidad que tienes para volver. O quizá El Cerdo odiará tu sabor y te enviará al Infierno. Solo hay una forma de descubrirlo.

Mis ojos se abrieron de par en par bajo la tela.

—¡¿O… Odiará… mi sabor?!

—Métete en su boca.

—N… No…

La voz de Danny se fortaleció:

—Métete en su boca y no pares hasta que haya terminado contigo.

—Por favor —supliqué, volteándome hacia la voz de Danny, palpando ciegamente mi rededor—. Tiene que haber otra manera… ¡No me hagas hacer esto!

Me había convertido en una maraña de mocos y lágrimas. Mis palabras borboteaban con la inexperiencia de la de un niño.

Danny dio unos pasos adelante y me hizo postrarme ante el animal.

—¡HAZLO! ¡Esto fue lo que decidiste! ¡Todo acabará pronto! ¡Es tu única OPORTUNIDAD!

El Cerdo respiraba contra mi cara, su hocico estaba a centímetros de mí. El olor y el calor que emitía me hizo querer vomitar de nuevo, pero lo contuve. Esto era una locura, no podía estar pasando. Mi mente se retorció en el caos y miedo. Tenía que haber otra manera. No podía hacer esto, ¡NO PODÍA hacer esto!

Las palabras de la mujer me llegaron en medio de un lapso de calma: «A veces, sufrir tu miedo es mejor que sufrir por toda la eternidad. Sé valiente».

Esta era mi única oportunidad para volver al mundo de los vivos. Había cometido un grave error al suicidarme. Si podía volver y cambiar mi vida, no tendría que pasar una eternidad aquí. Podría cambiar mis decisiones, asegurarme un puesto en algún otro lugar. Un lugar épicamente alejado del Cerdo.

—Dios, por favor —susurré, dando un paso adelante—. Si puedes escucharme… por favor… apiádate de mí.

Mis manos temblorosas se aferraron de su pelaje. Lo sentí inclinar su cabeza y abrir la boca. Estaba esperándome. Su aliento espeso y caliente me rociaba las fosas nasales. Era ahora o nunca. No había vuelta atrás.

Lentamente, tomé sus colmillos y trepé en su boca. Apretando mis dientes, empujé mi cuerpo hacia dentro más allá de mis rodillas. El Cerdo levantó su cabeza y caí sobre mi estómago, pudiendo sentir su lengua aplicar presión en mi cuerpo.

Había saliva y moco que goteaban a mi alrededor, y el calor era tan penetrante que casi me desmayé. Mis rodillas se frotaron en sus dientes frontales conforme recuperaba mi postura. Llorando, aterrorizado, me estiré y encontré más dientes. Todo mi cuerpo estaba empapado en viscosidad y sollocé en mi camino por su dentadura, expectante.

Pero el primer mordisco se precipitó sobre mí con una ligereza casi mecánica.

Grité bajo una pena demoledora mientras mi cuerpo fue comprimido entre sus dientes masivos. Escuché a una de mis piernas quebrarse al instante y sentí un hueso mojado salir a través de mi piel. Temblé violentamente, conteniendo los espasmos del trauma. Su lengua me empujó y me perforó el hombro: un pilar caliente me había masticado la clavícula. Mis ojos sobresalieron de sus cuencas y vomité agresivamente, habiendo perdido el control sobre mí mismo.

Seguí arrastrándome.

Gritando, con mis ojos sanguinolentos proyectándose hacia cada rincón, me eché adelante y busqué soporte con mi brazo sano. Apreté mis dientes, delineados con sangre, mientras mis dedos envolvían algo sólido.

El Cerdo me mordió de nuevo; su lengua giró mi cuerpo para que sus molares pudieran tronar mis rodillas. Presioné mis dientes con tanto vigor que se agrietaron. Aun cuando el dolor ennegreció por completo mi mirada, mis alaridos me forzaron a mantener abiertos los ojos.

—¡VAMOS, HIJO DE PUTA! ¡VAMOS! —supliqué. Mi cabeza parecía que iba a estallar y El Cerdo me mordió una vez más.

La sangre explotó desde mi boca con un jadeo enérgico. Me había atravesado el estómago, moliendo mis entrañas en la forma de fideos inflamados. La oscuridad me consumió y el trauma de mi cuerpo se había generalizado tanto que no pude hacer otro sonido.

En mis últimos momentos de lucidez, hizo temblar su lengua hasta que me deslizó por su garganta.

Oscuridad. Cayendo… sofocándome. Quería gritar. Calor. Un calor tan intenso que pensé que podría derretirme. Estruendos. Algo estaba martillando el metal. Colores e imágenes navegando tan rápido que ni siquiera podía distinguir formas. La sangre se coló por mis ojos.

Sentí que podía estar cayendo por siempre.

De repente, mis ojos se abrieron y caí; mi aliento volvió a mis pulmones tras un respiro de pureza. Mi cara rebotó contra el piso de madera y lloré cuando sentí a mi nariz romperse. Saboreé sangre y vi estrellas.

Había dejado de caer.

Tenía un aro de escozor alrededor de mi garganta y me sentía imposiblemente sediento.

Estaba acostado en el suelo.

Abrí mis ojos con lentitud y la oscuridad empezó a desaparecer como la niebla de la mañana bajo un sol caliente. Los colores se mezclaron y las formas se enfocaron.

Estaba en mi cobertizo.

Alcancé mi garganta y palpé la fuente del dolor. Era la cuerda con la que me había ahorcado, pero estaba cortada, liberándome de la muerte.

El alivio me llegó con ondas sobrecogedoras de agradecimiento. Me encogí en el suelo y las lágrimas cayeron de mis ojos en la madera sucia. Mi cuerpo tembló, intacto, mientras sollozaba.

Había sido perdonado. Estaba vivo otra vez.

Desde mi lugar en el suelo, miré hacia arriba. Mi voz se quebró: «Gracias, Dios. Oh… gracias. Te prometo que arreglaré las cosas, lo arreglaré todo».

Me sumí en otro período de llanto incontrolable. No sé cuánto transcurrió hasta que me levanté. El tiempo pareció estirarse por una eternidad. Mi mente se rehusaba a reconstruirse, los horrores de lo que había visto aún me aplastaban.

Pero sabía que haría todo lo que pudiera para sacarle el mayor provecho a mi vida. Iba a vivir cada día al máximo. Me entregaría a ayudar a otros durante sus momentos más oscuros. Me acercaría a tantos Suicidas como pudiera para salvarlos de lo que les espera al otro lado.

No quería que nadie más presenciara los horrores del suicidio.

No quería que nadie más tuviera que Alimentar al Cerdo.

La traducción al español (y edición ligera) pertenece a esta página. Fue escrito en inglés por Elias Witherow:
https://facebook.com/Elias-Witherow-831476890331162/

Creepypastas

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