Anhelaba que fuera un sueño

Estaba solo, trabajando frente a la computadora. Era más de media noche y debía levantarme a las cinco de la mañana para llegar temprano a mi trabajo. Por suerte ya casi acababa, sólo faltaba añadir el toque final para poder irme a dormir. Todo andaba bien, hasta que pude captar bastantes errores en mi escrito, y no entendía por qué. Había hecho un gran trabajo, lo había leído y releído varias veces, en serio era un buen trabajo. Me pregunté cómo era aquello posible. Supuse que fue un virus el que me había cambiado las frases. O quizá estaba soñando. Molesto, en ese momento pensé que eso era lo peor que me había pasado en la vida, entonces golpeé el escritorio con fuerza (en vez de a la computadora) y me alejé del cuarto.

Todavía tuve que subir unas largas escaleras, pero valía la pena, porque después algo de café calmaría ese sueño del demonio. Al fin logré subir, caminé descalzo por los pasillos; todo estaba oscuro, y vi el reflejo de mi miedo en la oscuridad. «Las puertas de los pasillos… ¿acaso piensan abrirse? ¡Tonterías, estás paranoico! Ve rápido por esa maldita taza de café y acabemos con esto», pensé.

Ya daban la 1:20 y estaba tranquilamente sentado en la mesa de la cocina. Nada me impediría descansar un rato, pero apenas volteé mis ojos hacia el reloj, la ansiedad volvió. Entonces bebí el café lo más rápido que pude (el ardor fue atroz) y dirigí mis ojos hacia lo profundo de los pasillos. «Hace rato no eran tan largos… ¿Qué? Espera, ésta no es mi casa».

«No… tranquilo, estás delirando, claro que es tu casa; sólo es que ves los pasillos largos por culpa del cansancio. Ahora debes ponerte de pie, sólo debes levantarte, bajar las escaleras y seguir con tu trabajo».

Inmediatamente me puse de pie, y avancé rápido, lo más rápido que podía. Mis pisotones despertaron más mi miedo y las escaleras resonaban. Me detuve. Ahora la distancia entre yo y mi cuarto era un poco más alargada, todo estaba en un oscuro silencio, y pude ver que las luces de mi cuarto también estaban apagadas. Y pude ver cómo la oscuridad se intensificaba.

Adentro se escuchaba un tipo de suspiro… No había voz, quizá sólo era el aire. Luego el suspiro aumentó su fuerza, creí que el aire estaba demasiado pesado.

«¡Tonterías, paranoico!».

Pero al momento en que me decidí a entrar, no pude… Algo gruñó ahí dentro, ¡dentro de mi cuarto!, ¡de mi maldito cuarto!

Debía estar peor que loco, pero dudé de mi locura, y me volví sin pensarlo hacia la cocina. Allí tomaría un cuchillo y mataría al maldito intruso que osó meterse en mi casa. Pero, al voltear los ojos al pasillo, vi que algo se desprendió de la obscuridad. Ni siquiera supe si me observaba o no. Aquella era una figura desnuda que creí humana, pero tenía un cuerpo monstruosamente flaco y alto. También vi que carecía de cabello y tenía una cabeza muy extraña, como con forma de una pasa; era más negra que la oscuridad misma.

Por ver eso, sentí que me desmayaba, y de pronto me di cuenta de que sólo estaba mareado. Al darme cuenta, el cuchillo estaba en el suelo; no pude sujetarlo por miedo. Mis manos temblaban, las emociones formaban un nudo en mi garganta y sudaba… Veía todo tan borroso, no podía creer que aquello fuera real; pero en ese caso, yo ya habría despertado de mi sueño.

De pronto quise esperar al amanecer, pero el asunto ya estaba yendo demasiado lejos: ¡no sólo lo escuché, lo vi! Ya no podía más, debía hacer algo al respecto. Un mundo de fuerzas me invadió, sentí el instinto de luchar por mi vida, sea lo que fuere, sea lo que sea. Acabaría con dicha locura, si es que era una alucinación, o con el maldito psicópata que intentaba joderme.

Entonces me dirigí al pasillo y presioné el interruptor, pero no llegaba la maldita luz, no encendía el condenado foco. Agarré la linterna que guardo siempre en la despensa y, superando un poco mi miedo, caminé a paso lento entre los oscuros pasillos, en donde la cosa, u hombre, me acechaba.

Busqué entre los rincones más oscuros, y no vi nada. Me dirigí a las escaleras, bajé el primer escalón, pero no llegué al segundo; alguien gruñó a mis espaldas. Grité, dando la vuelta, y no había nadie. Me encaminé al otro lado del pasillo, que estaba conectado a la sala, y alcancé a sentir el silencio total, oscuridad total. Pero créanme, he visto qué es más negro que la noche. Pude encender el interruptor esta vez, y vi cómo la figura de un hombre, de espaldas a mí, murmuraba en silencio. «Maldito seas, ¿quién eres? ¿Qué haces en mi casa?», fue lo primero que articulé, pero la cosa sentada en mi sofá no emitió palabra alguna. Tuve el atrevimiento de acercarme, y aunque tembloroso, le vi la maldita cara. He dicho, ¡le vi la maldita cara!

Debí haberlo previsto, la cosa no podía ser un humano. No podía estar un demente metido en mi casa. «La cosa» no hablaba, pero sí que su boca era demasiado alargada. Lo vi… lo vi los ojos… eran enormes, y pareciese que miraban al vacío, hacia un lugar muy lejano, como si estuviera reflexionando (¡¿pero reflexionando qué?!). El sujeto aguardaba ahora con una sonrisa, y parecía reír en silencio, sin voz. Pero luego vi algo que me sacó más de quicio: la cosa se andaba desmayando, y cayó al suelo como si fuera de trapo. Sí, parecía un muñeco de trapo. Ni siquiera escuché la caída.

Sorprendido, lo acosté en mi sofá. No pude dormir en lo que quedaba de la madrugada. Eran las cinco de la mañana y no asistí al trabajo. Me la pasé velando al sujeto sentado en el sofá de enfrente; no podía dejar de observarlo. Y si se movía… no lo iba a dejar libre. Tenía que despertar, y me daría explicaciones de lo ocurrido anoche. ¡No me importaba que esa cosa no hablara! ¡Me diría lo que tenía que decir!

De pronto quise despertarlo, pero no me atreví a tocarlo. Parecía un cadáver de lo tan flaco que estaba; me daba miedo. Yo estaba aterrado.

Eran cerca de las diez de la mañana, estaba bebiendo una taza de café, cuando el sujeto despertó.

Estaba frente a él, recargado en la pared a un metro de distancia. Y el sujeto abrió los ojos, se sentó y pareció merodear la sala entera con la mirada. Sus ojos grises y saltones estaban dispersos, parecía embobado mirando al techo, cuando clavó su mirada inexpresiva en mí. Sus ojos parecían acuchillarme, pero esta vez no sonrió. En eso, el sujeto abrió la boca y murmuró algo, pero no lo entendí. Le hice señas para que volviese a decirlo.

«¿Qué te pasa, que no puedes hablar?», le dije. Parecía que intentaba hacerlo, pero no le salía la voz.

Las cosas cambiaron cuando me di cuenta de que estaba a punto de vomitar. Y vomitó… salió un líquido negro y espeso de su boca. Yo quería llorar del pánico. En ese momento, les juro que no me lo creía… no me lo esperaba. «¿Qué era eso?».

«¿Qu… qué es eso?», le dije. Al parecer la cosa no me escuchó.

Alguien tocó el timbre, y me apresuré a abrirle, pero al abrir la puerta no había nadie. Extrañado, vi que en el suelo reposaba una carta. La abrí con cuidado, y leí:

Hola. Entiendo que hoy no hayas podido venir al trabajo. No, no es necesario que vengas ni que me llames.

¿Ya está en tu casa? ¿Ya te saludó? ¿Ya te dijo su nombre? Bueno, Phil, espero que no te alarmes. Supuse que eres quien él buscaba. La verdad que es un sujeto demasiado extraño hasta lo que pude ver, espero que no me odies por habértelo traído a tu casa. No quise avisarte, creí que estabas dormido… Como sea, creo que debes ser amable con él, me dijo que era tu pariente y que no tenía a dónde ir. Espero que te la pases muy bien con él. ¡Suerte!

Atentamente,

tu preciado Jefe.

Creación propia

Lucía Med

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