La pequeña diferencia entre un actor y un mentiroso

Este era uno de los pocos días del año en los que Andy estaba en el trabajo.

Casualmente, roció agua sobre la base de los escalones de un centro comercial. Hizo su calentamiento y empezó con los ejercicios de respiración teatrales.

Actuar profesionalmente no había funcionado para Andy. Se había formado como actor en su colegio, y perpetuó su desarrollo artístico en la universidad hasta que el dinero de sus padres se agotó.

Su entrenamiento y talentos no se habían desperdiciado: Andy encontró una nueva forma de vida mucho más lucrativa y con jornadas mucho más cómodas que las de un actor en aprietos.

Andy era un artista de accidentes fraudulentos: una víctima profesional. Había aprendido a canalizar sus habilidades en convencer a jurados de heridas imaginarias.

Le tomó un tiempo levantarse de su pobreza. Al principio, Andy traía huesos de bolsillo a restaurantes solo para recibir comidas gratis. Pero no le tomó mucho tiempo producir una agenda impresionante de contactos de doctores que falsificaban registros y abogados que los defendían.

El primer éxito de Andy ocurrió cuando descubrió un negocio de helados con una escalera un poco más empinada de lo normal en el estacionamiento. Un estafador promedio habría solicitado una simple demanda por caída.

Pero Andy había sido entrenado clásicamente.

La inclusión de un bastón y una nota falsificada de un doctor se sumaron al efecto cuando Andy se cayó por esos escalones de concreto. La pincelada brillante fue su abogado, quien se había dado cuenta de que Andy podría demandar al dueño de la tienda no solo por la herida a su persona, sino también por no seguir las regulaciones impuestas por la ley. Eso había sido hace años y Andy aún recibía sus cheques de pagos mensuales.

A partir de entonces, las escenas en contextos públicos se convirtieron en la insignia de Andy.

Había chocado su Toyota contra un poste de luz a propósito, atribuyéndoselo a un acelerador defectuoso. Al jurado se le dijo que Andy nunca volvería a caminar.

Pero una vez que el pago fue efectuado, Andy se había curado milagrosamente.

Andy había sufrido heridas casi «fatales» por suplementos dietéticos, equipo de ejercicio y pastillas para la disfunción eréctil. Se había caído de más escalones y había sido golpeado por más carros que cualquier otra persona en todas las ciudades en las que residió.

Andy echó un último vistazo por las escaleras del centro comercial, asegurándose de que el camino estuviera despejado y hubiera suficientes testigos debajo.

Empezó a caminar enérgicamente hacia la cerámica mojada. Levantó sus pies y se aseguró de torcer su rostro en una máscara de miedo y sorpresa. Confinándose a una postura que absorbiese el impacto, Andy se tropezó inofensivamente por los escalones y hacia el suelo. Mantuvo su rostro contraído por el dolor y miró de reojo para evaluar la reacción del público.

Un hombre ya estaba corriendo hacia el punto de aterrizaje de Andy.

«¡Que alguien lo ayude!», gritó el hombre en tanto se arrodillaba a un lado de la posición incómoda de Andy.

Andy observó al buen samaritano y experimentó una oleada de familiaridad: un rostro preocupado detrás del mostrador de aquella tienda de helados; un testigo consternado en el estrado; una firma en sus pagos mensuales.

Quiso hablar, pero el hombre forzó su mano en la garganta de Andy. Con fuerza admirable, la otra mano del hombre torció la cabeza de Andy en una dirección antinatural.

El crujido del hueso y los gritos de Andy fueron acallados por el hombre gritando: «¡Por favor, que alguien llame al novecientos once! ¡Creo que su cuello está roto!».

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La traducción al español pertenece a esta página. Fue escrito en inglés por Lord_Bronte:
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