Solía hablar con el mobiliario

Crecí en un área en la que las propiedades eran tan grandes, y las familias eran tan adineradas, que construían mansiones y paredes recluyéndose en sus propios paraísos privados —nunca interactuando con sus vecinos, con la excepción de alguna coincidencia extraña—. Fui educado en casa hasta la edad de los siete años, momento en el cual esta historia termina.

Pero primero, comenzó a mis cuatro años, cuando puedo recordar por primera vez cómo fue mi infancia. Cuando era un infante, pensé que permanecer aislados en nuestra propiedad familiar era lo que todos los niños pequeños hacían. Siempre que uno de mis padres iba a salir, les pedía que me dejaran ir con ellos, pero negaban con la cabeza explicándome que solo los adultos salían de las casas, y que solo lo hacían durante emergencias muy, muy urgentes. Además de eso, nunca tuve el deseo de juguetes o de realizar actividades, y desarrollé lo que mis padres describieron como una imaginación alocada. Comencé a crear vínculos con nuestro mobiliario doméstico, pasando los días conversando con ellos y apodando a todos y cada uno de ellos.

Mis padres parecieron alentar mi imaginación más y más, incrementando la cantidad de mobiliario en la casa drásticamente. Mi padre siempre se consideró competente para las labores de mantenimiento, y me explicaba con frecuencia su amor para construir cosas y cómo había creado a mano algunas piezas.

Así que tres años resultaron en relaciones emocionales profundas que mantuve con el mobiliario en mi casa. Arnold era el sillón en la sala de estar que parecía moverse de arriba para abajo cuando me reclinaba en él para leer mis libros. Sophia era mi cama, que se mecía muy ligeramente de atrás hacia adelante mientras me quedaba dormido. Theodore, una silla un tanto pequeña, era particularmente receptiva hacia mí, haciendo ruidos de zumbido y vibraciones extrañas incluso de forma espontánea. Pero, por encima de todo, amaba a Gladys, el sofá más grande y suave en la casa. Todo el mobiliario se sentía tan cómodo, tan cálido y tan animado para mí.

Es extraño cuán rápido pueden cambiar las cosas. Era un lunes, mi séptimo cumpleaños, y mis padres estaban en el cobertizo construyendo una nueva pieza de mobiliario a manera de regalo. Una mujer se había perdido mientras conducía por la ciudad, y, a pesar de que nuestras puertas estaban cerradas, se las había ingeniado para lograr entrar. Tocó nuestra puerta y yo me sobresalté, pues nunca antes había escuchado a nadie acercándose a la casa. Cuando abrí la puerta, su expresión se tornó en una de terror. Luego me recogió y comenzó a correr.

El día de mañana cumplo veintisiete años y he estado regurgitando el pensamiento de si debería estar sentado en la galería mientras mis padres son ejecutados. Los titulares han sido popularizados como «Peor que Karl Brandt», habiendo reconfigurado a 167 personas hasta mi séptimo cumpleaños. Nunca fueron etiquetados como asesinos, porque no murió nadie en ningún momento, pero fue mucho peor que eso. Ciento sesenta y siete personas para constituir 71 piezas de mobiliario; eso es 664 miembros reensamblados en formas que ninguna mente debería evocar. A veces, las personas creen que soy budista… porque mi apartamento no alberga ningún mueble o decoración.

Mis padres eran cirujanos y yo solía hablar con el mobiliario de la casa.

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La traducción al español (y edición ligera) pertenece a esta página. Fue escrito en inglés por invictus1988:
https://reddit.com/user/invictus1988/submitted/?sort=top&t=all

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