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Federikitho
La lluvia caía torrencialmente. La ciudad entera se iba hundiendo cada vez mas rápido, en lo que parecía ser una futura Atlantis. Las personas escapaban desorbitadas del diluvio apocalíptico. Casas, edificios; no se estaba seguro en ningún lugar.
Los carteles de los teatros se derrumbaban violentamente sobre el ensordecido tráfico, en una ciudad a punto de hundirse. Las aguas del rio han llegado a tapar a todos los edificios. Y en la penumbra, despierto.
Hace días que vengo teniendo sueños apocalípticos. La ciudad bajo el agua, buenos aires devastada por el terror y la angustia. Realmente son sueños extraños. Deben ser los programas que la televisión emite en horario nocturno. Al no haber nada creativo mi cerebro reconstruye, como en una película, tramas completamente absurdas.
Tengo que sincerarme conmigo misma, y la verdad es que extraño a Sofía. El hecho de sentirla tan lejos me arruina por dentro. Me extraña que aun no haya soñado con ella.
Mañana tengo clases, pero al no tener nada de sueño voy a desvelarme un poquito. Hace una semana mi tío me regalo un libro acerca de los sueños, que fue escrito por el mismísimo «sigmund freud».lo que ocurre es que, cuando termine el secundario quiero estudiar psicología, y mi tío me alienta con bombos y platillos. Me interesa saber que es lo que hay dentro de nuestra mente, o por lo menos, saber por que actuó de determinada forma.
He cometido el grave error de contarles a mis padres acerca de mi situación. Soy lesbiana, y hace dos semanas que estoy saliendo con alguien. Ella, afortunadamente, es el único apoyo que tengo en todo el mundo. Comprende todas mis inquietudes y no me siento tan sola cuando ella esta a mi lado.
Y supongo que debe ser por eso, por el hecho de sentirme desviada, que decidí estudiar psicología. Ya me estoy nutriendo con grandes autores; como vigotsky, piaget, skinner, el mismísimo Freud, entre otros.
Miraba hacia ambos lados de la calle, cerciorándome de que ningún vehículo quiera estacionar. A mi lado esta Sofía, y la invito a sentarse junto al árbol, en el cordón de la vereda. Me siento a su lado y, delicadamente, la abrazo. Detrás nuestro hay un almacén de barrio, de donde las personas salen y entran con bolsas cargadas de mercadería. Lo que parecía una calle desierta se empezó a poblar de gente que viene y que va.
Entretanto, Sofía comienza a besarme el cuello, haciéndome una propuesta indecente al oído. Sonrojándome, le respondo que hay demasiada gente, que deberíamos ir a casa. Ella me calla con un beso en la boca. Sus labios comienzan a derretirse en los míos, y su lengua se transforma en un húmedo imán que se apodera de mis deseos. La gente, detrás nuestro, que viene y que va sin importarle nada.
Miro hacia ambos lados para cerciorarme de que no estacione ningún vehículo y procedo a quitarle la blusa. Su cuerpo comienza a transpirar, como si la temperatura a nuestro alrededor comenzara a aumentar. Y, de hecho, lo estaba haciendo.
Sus manos se perdieron por el cierre de mis jeans y, cuando quise reaccionar, éramos dos mujeres desnudas en el medio de la calle; compartiendo nuestro mas obscenos deseo.
Todas las personas que hacia un rato nos ignoraban, ahora tenían los ojos apoyados sobre nosotras dos. Era excitante saber que calentábamos a varios de los viejos verdes que se acercaban a mirar. Y la sensación, confieso, me estaba haciendo llegar al orgasmo.
Hasta que, entre toda la multitud, un muchacho rubio se le acerca a Sofía. De inmediato, ella intenta apartarme de su lado, desprendiéndome de su cuerpo desnudo y mojado rápidamente.
.»Lo siento, ya fue suficiente». Me dijo, vistiéndose velozmente.
Mi respiración había aumentado de una manera increíble. Hubiera jurado que el sueño era real. El cuerpo de Sofía se sentía tan real. Pero, ¿quien era ese chico? ¿Y por que soñé con ella?
Volver a dormir se me va a hacer difícil, pero aun faltan dos horas para ir al colegio. Mi tío dice que no hay mejor remedio para el insomnio que un vaso de leche y un buen libro. Así que, solo me faltaba saciar mi paladar con un vaso cargado de lactosa.
Baje a la cocina, cerciorándome de encender todas las luces de la sala, para husmear en la heladera. Al abrir la puerta, la luz incandescente que me alumbra desde los costados del aparato me ayuda a buscar entre la multitud de alimentos. Y allí estaba, justo en la esquina, al lado de las salchichas y el queso crema, el elixir lácteo que me mantendría despierta estas dos horas interminables.
Cargue mi vaso de leche y me enfrente, nuevamente, a presionar cada interruptor que decoraba las paredes de la cocina; dejándome a oscuras frente a la sala y a la escalera.
Al regresar a mi habitación, observe por el ventanal que da hacia la calle, y entendí que el sol aun no había hecho los honores. De entre las sabanas tome el libro de «Freud» y, alumbrada por un velador antiguo, trate de masticar las palabras indescifrables del genio; para ver si así podía comprender mis sueños.
Ahora me encuentro frente al espejo, vertiendo delicadamente el rímel por mis pestañas. A las diez de la noche Matías dará una increíble fiesta en su casa, como en los buenos tiempos. Y, como ya es costumbre, debo asegurarme de dar el visto bueno entre las chicas.
Continúe dándole color a mi rostro, como cual pintor corrige cada detalle en la pintura. Cuando, entre las melodías abstractas del vinilo de » dark side of the moon», suena el teléfono. Levanto el tubo y llego a escuchar una delicada voz conocida, saturada por interferencias telefónicas. Era Sofía, y llamaba para cuestionarme acerca de mi salida nocturna. Sus delicadas palabras brotaban desde el tubo y se perdían en mis tímpanos. Hablar con ella siempre era un placer.
Luego de una serie de cumplidos mutuos hacia nuestra belleza, le propuse si quería venir conmigo a la fiesta de Matías. Ella me respondió afirmativamente, como si hubiese estado esperando que se lo proponga.
Hasta ahora nunca la había presentado en público, dado que tenía tres años más que yo y ya era una universitaria.
Pero, de todos modos, lleve a mi diamante precioso a la fiesta para presumir un poco.
En la puerta estaba Matías esperándonos. Apoyado su cuerpo contra la esquina del portón, con una botella de vodka en una mano y un cigarrillo en la otra, nos invita cortésmente a pasar. Dentro de su enorme quinta estaban todos mis compañeros de la secundaria. Había algunos rostros lejanos, como borroneados, que no podía llegar a descifrar.
Entre los rostros vacios y borrosos, se volvía a pasear el chico rubio, inexplicablemente, como en el sueño anterior. Me asegure de alejar a Sofía de ese extraño sujeto, no podía llegar a imaginar las intenciones que el podría llegar a tener con mi amada reina.
Lejos de la entrada principal, ingresamos al enorme salón de la casona. Parecía haber más gente que en el patio, las maderas que cubrían las paredes daban la sensación de aumentar el tumulto de gente.
El «disc jockey» pasa por los altoparlantes una hermosa canción de los Beatles, y tomo de las caderas a Sofía para deslumbrar en la pista con su esplendorosa figura. La música yacía lenta, escurriéndose por nuestros cuerpos, dándonos la gracia divina en forma de leves movimientos.
En el estribillo de la canción, tomo a mi diosa por la nuca y la desarmo con un flamante beso. Tal vez eran el alcohol y las anfetaminas, o quizás el puro amor que sentía por ella. Pero el beso apasionado que con mis labios plasme en el rostro de mi amada fue sublime, casi espacial. Pero ella parecía no sentirlo. Y mientras yo me dedicaba a poner énfasis en mi pasión, ella miraba de reojo; con su mirada perdida hacia ningún lugar.
Lentamente comprendí, el sujeto que la perseguía estaba cerca de nosotras. Tome su mano, casi salvajemente, y nos fuimos rápidamente hacia la habitación de mi amigo.
Allí el ambiente era aun más denso de lo que parecía en los otros sectores de la casa. La música que venia del salón empezaba a sonar cada vez más lenta, como si el tiempo se fuese frenando.
Busque a mi amada a mi lado, pero allí no estaba. Volví al salón, enloquecida, pero parecía haber escapado. Y lo que mas me irritaba era saberla al lado de ese sujeto sin escrúpulos.
Volví a echar un vistazo a la habitación. Cada vez se hacia mas difícil cometer cualquier tipo de movimiento, el tiempo se iba congelando en mis manos. Cuando abrí la puerta allí estaba. Parecía estar feliz allí acostada en la cama, junto al bastardo rubio y toda esa muchedumbre revolcada a sus pies.
Se besaron, como nunca antes me había besado a mí. El placer de cada beso parecía dibujarse en su rostro, y en el mío caían las lagrimas de mi mas dolida perdida. Sofía me estaba engañando.