Mi ex no dejaba de mensajearme

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«Te extraño».

Pospuse conseguir un teléfono celular por tanto tiempo como fue posible. En realidad no tenía una buena razón, aparte del costo. Cuando apenas me estaba instalando por mi propia cuenta, no había manera de que pudiera pagar el plan mensual. Era la única de mis amigos que aún dependía de una línea fija, y eso los volvía locos a todos. Me las arreglé para esperar hasta mi cumpleaños número veinticinco, cuando al fin me sentí financieramente segura para justificar el comprarme uno. Todos mis amigos se rieron por mi cambio de mentalidad, pero podía notar que estaban aliviados. Para ser honesta, yo también estaba bastante satisfecha. Resultó ser que los celulares eran ridículamente convenientes (¿quién lo diría?).

No empecé a recibir los mensajes hasta un mes después de que había comprado el teléfono. Fue el primer mensaje de un número desconocido que había recibido, y simplemente decía «Te extraño».

Al principio, estaba confundida; ¿qué clase de texto introductorio era ese? Me parecía un tanto melodramático… Y fue entonces cuando hice la conexión. Alrededor de un año atrás, había sacado de mi vida a mi exnovio bueno para nada. En retrospectiva, definitivamente puedo decir que él era algo así como un niño adulto. Quería que yo cocinara, limpiara, calendarizara sus citas médicas y que le diera —sí, que le DIERA— la mitad de mis ganancias de cada mes, dado que no le parecía necesario conseguir un trabajo. No debí haberme quedado con él por tanto tiempo —maldigo su buen físico—, pero una vez que recuperé la razón, lo mandé a volar, como habían hecho antes todas sus demás víctimas. Mi suposición era que él había estado acosando mi perfil de Facebook u hostigando a mis amigos para que le dieran mi número. Después de todo, esa no sería la primera vez que intentaría contactarme, e imaginé que no sería la última.

Al final, decidí no responder. En primer lugar, sabía que nada más me iba a manipular si le daba la oportunidad, como era usual. En segundo lugar, me traería una satisfacción animosa si lo dejaba sintiéndose ignorado. Ahora, como regla, intento no actuar de esta manera, pero a veces una oportunidad tan perfecta es simplemente demasiado seductora.

El siguiente par de meses parecieron corroborar mi inferencia. Sus ataques no eran constantes, pero siempre eran súplicas vagas que parecían indicar que necesitaba un nuevo anfitrión del cual aprovecharse y no podía encontrar uno. No me sorprendía que tratara de ponerse en contacto conmigo, dado que había sido la más leal y duradera de todas sus novias… y la más ingenua. Era el blanco perfecto.

Los mensajes siempre iban en la misma línea, y se hicieron agotadores rápidamente.

«Te extraño».

«Desearía que pudiera verte…».

«Hoy pensé que te vi en una multitud, pero resultó ser que solo era un sueño».

Ugh. Patético.

Una noche, alrededor de ocho meses desde que había adquirido mi teléfono, metí la pata.

Tengo que admitir que había estado bebiendo. Comenzó con una cerveza para que me ayudara a relajarme después del trabajo, y rápidamente descendió a una fiesta de una sola chica. Estaba meticulosamente ebria cuando recibí un mensaje de texto mucho más largo de lo normal.

«Te extraño tanto. Sé que no lees estos, pero hoy de entre todos los días necesito que sepas cuánto te amo. Haría lo que sea para verte una vez más…».

«¿Hoy de entre todos los días?», me pregunté. Traté de movilizarme a través de la niebla brumosa de mi cerebro. El primer pensamiento que tuve, fue con el que me quedé. «Hoy debió haber sido nuestro aniversario». Claro, ¿por qué no? Sería la oportunidad perfecta para un poco de manipulación. Él era un patán, pero era inteligente.

Y luego tuve una idea.

«¿Quiere jugar estos juegos? Bien. Juguemos. Pero voy a cambiar las reglas». Puedo jurar que mis pensamientos se distorsionaban.

Comencé a escribir y mi autocorrector batalló para clarificarme en medio de mi borrachera.

«Si quieres verme, ¿entonces por qué no lo haces?». Luego, solo como precaución, le di a entender que sabía que me había estado investigando. «Ya sabes en dónde encontrarme».

Lo envié y, con eso, cambié el destino.

Cuando me desperté la mañana siguiente, tenía trece llamadas perdidas. Traté de recordar, entre las pulsaciones de mi cráneo, simplemente qué mamadas había estado haciendo la noche anterior. Gruñí cuando mi historial de mensajería respondió mi pregunta.

«Bueno, al menos no había contestado el teléfono», pensé. Recé en silencio para que no me fuera a mensajear o llamar de nuevo, pero temía que había tenido éxito en alentarlo.

Para mi gran alivio, dejó de mensajearme. Más o menos por una semana, mi teléfono estuvo dichosamente libre de sus ataques. Estaba satisfecha en secreto, felicitando a mi yo ebria por su sagacidad.

La semana siguiente, recibí un golpeteo en mi puerta. La abrí y revelé a un hombre de placa —su rostro solemne y de uniforme azul— parado sombríamente bajo el sol de la mañana. Su compañero estaba detrás de él, y su expresión era tan rígida como la piedra. Sentí un frío extraño inyectándose por mis venas mientras me observaban.

—Um… Buenos días, oficiales. ¿Sucede algo?

Con muy poca introducción, se invitaron a entrar por sí solos. Los dejé pasar, sin estar segura de qué era lo que estaban buscando, pero no me cabía duda de que no lo iban a encontrar. Supuse que habían cometido un error, y estuve aún más sorprendida cuando comenzaron a disparar preguntas.

—¿Conoce a alguien llamada Silence Madison?

Me quedé muda, completamente confundida.

—No puedo decir que sí. ¿Por qué?

—Encontramos una serie de mensajes de texto dirigidos a usted en el teléfono de ella. Solo encontramos una respuesta de usted. —El oficial más joven sacó una impresión de los mensajes de texto que había recibido, junto con mi única respuesta ebria.

La realidad comenzó a amanecer en mi mente tan pronto como el otro oficial preguntó:

—¿Recibió estos mensajes?

—Sí —contesté, y añadí, rápidamente—: Pero me estaban llegando de un número desconocido. Pensé que eran de mi exnovio.

—¿Y fue por eso que mandó esa respuesta?

Estaba sudando con nerviosismo.

—Pues… sí. Pensé que haría que se detuviera —No podía parar de hablar impulsivamente—. Estaba un poco borracha, así que tal vez no fue la mejor decisión…

El oficial más joven caminó hacia fuera mientras el otro suspiraba.

—Parece ser que ha ocurrido un accidente desafortunado.

—¿A qué se refiere?

Tomó un respiro hondo y abrió la boca…

Silence había tenido un primer año de universidad muy duro.

Las clases eran difíciles. No encajaba del todo. Su vida era un desorden de estrés y asignaciones. Y, justo cuando pensó que no podía empeorar, su mejor amiga desde la infancia, Raquel Wagner, falleció en un accidente vial. La muerte fue instantánea, pero el dolor de Silence no.

Se retrajo conforme el semestre transcurrió. Su familia y sus amigos lloraron la pérdida de Raquel, por supuesto, pero ellos siguieron con sus vidas, como es costumbre hacerlo. Silence, por el otro lado, no pudo forzarse a dejar a su amiga en el pasado.

Trató de lidiar con ello, en verdad lo hizo. Buscó salidas. Trató de poner una cara feliz cuando iba a clase. Pero se hundió lentamente en una oscuridad que se sentía inescapable.

Y cuando esa oscuridad en verdad era gruesa, sofocante, insufrible…, le mandaba mensajes de texto al número antiguo de Raquel. Un gesto inútil, pero que a veces le traía consuelo.

Y en el aniversario de la muerte de Raquel, cuando estaba en su punto más bajo, finalmente obtuvo una respuesta.

«Si quieres verme, ¿entonces por qué no lo haces? Ya sabes en dónde encontrarme».

Trató de llamar, pero ni siquiera pudo contactar el correo de voz —porque nunca lo programé—.

Así que hizo la única cosa lógica que podía hacer. Se acercó al corta cajas que había tomado de su trabajo y se abrió las venas ante la posibilidad del infinito.

Cometí un error terrible esa noche, un error que acabó con la vida de alguien que luchaba desesperadamente apenas por encima de la superficie.

Su padre me perdonó, pero sin importar cuántas veces me disculpara, su madre no tenía más que odio para mí. La comprendí. Para ella, yo había sido el último empujón que mató a su hija. La policía me dijo una y otra vez que Silence había acabado con su propia vida. Que yo no era responsable. Pero, dentro de mí, las semillas de la culpa se esparcieron a lo largo de mi corazón, creciendo como maleza que simplemente no podía arrancar.

Fue un año largo y difícil.

Me las ingenié para recuperarme y continué con mi vida, a pesar de que la muerte de Silence colgaba encima de mí como una sombra. Sin importar lo que hiciera, sencillamente no podía olvidarla, sin importar cuán distante pareciera el accidente.

Ayer fue su aniversario. Hice mi mejor esfuerzo para acabar con el día, pretendiendo que nunca había escuchado su nombre, que nunca había escuchado su historia.

Todo iba bien hasta alrededor de las diez de la noche, cuando recibí un mensaje de texto. Un mensaje de un número que había tratado de olvidar desesperadamente durante la totalidad del año pasado: «¡Gracias!».

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La traducción al español pertenece a esta página. Fue escrito en inglés por sleepyhollow_101:
https://reddit.com/user/sleepyhollow_101/submitted/?sort=top&t=all

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