Abigail

Antes de leerlo, tengan claro que esto NO es un creepypasta, si no más bien un pequeño cuento de horror.

Pronto contraería nupcias con la hermosa Abigail, la mujer de cabello rojo anaranjado, como el fuego, de ojos profundos, azules como el mar, y como cielo cuando el sol se asomaba, de la que creía estar enamorado, y es que estaba completamente seguro de aquello, y es que, cada ver que miraba a sus ojos atentamente sentía un escalofrío de placer recorrer cada centímetro de mi cuerpo, y cada vez que acercaba sus labios a los míos me hacía estremecer de una manera inimaginable, y me hacía sentir que el fuego nos rodeaba y nos consumía lentamente durante lo que nuestros besos duraban… algo que solo un hombre completamente enamorado podría entender.

La angelical Geraldine, aquella niña de tan solo doce años que poseía una apariencia inocente, dueña de cada paso en los inmensos patios de aquella mansión rodeada de coloridas flores y animales, hija de mi gran amigo Nicholas, que en aquel entonces se hospedaba en mi mansión. Se perdió un día inesperado entre las colinas, y no volvió a regresar si no hasta que hubieron pasado tres años, justo el día en el que cumpliría quince años.

Llegó en un carruaje, azotando a un par de caballos negros, traía un vestido blanco que envolvía su hermoso cuerpo de mujercita, y sus risos rubios caían sobre su rostro resaltado el verde de sus grandes ojos y el color pálido de su piel. Luego de que hubo estado dentro de la mansión, en reunión con todos lo que la habitábamos, miró con ojos de odio a mi amada Abigail, y lanzó sobre su rostro un vaso con agua, que la hizo dar un grito de pánico de pronto haciéndome reaccionar con un salto inesperado.

Sus ojos inocentes me miraban ahora no con admiración, si no que, con amor, de la misma manera que lo hacían los hermosos ojos azules de Abigail, pero en mi no provocaban más que perturbación, y miedo. Aquella inocente niña que había conocido desde antes de que hubiera nacido, que ahora intentaba convencerme en cada momento de huir de aquel lugar y adentrarnos en los bosques para vivir nuestra aventura romántica.

La culpa comenzó a consumirme por completo, aquella inocente quinceañera, había logrado seducirme a mis treinta y cinco años, con su hermosa sonrisa, y su mirada amenazante, y a la vez seductora. Pero no era más que un amor dulce e inocente, no deseaba besarla, ni acariciarla, no deseaba tocar más que sus rubios cabellos y la piel de su rostro, no era un amor apasionado como el que sentía por Abigail, ahora mi esposa, y que a cada momento en que la veía frente a mi, el escalofrío de placer me envolvía por completo y me hacía desear poseer su cuerpo cada vez que pudiera.

Una horrible noticia me sacó del sueño en el que me encontraba, y que tanto me había costado conciliar, luego de que Abigail desapareciera durante dos días, y horribles pensamientos me impidieran dormir durante la noche, me la imaginé muerta, quizás asesinada, o devorada por insectos.

Las palabras de aquel hombre que abrió la puerta repentinamente interrumpiendo mis sueños apenas podían salir de su boca, o apenas podía escucharla, y entonces entendí, vagas palabras pude oír en mi momento de pánico, al temer encontrarme con una noticia de la que no quisiera enterarme. Algo de que Abigail, estaba muerta, y había sido degollada. Sentí que mi corazón explotaría de dolor, y amargas lágrimas comenzaron a recorrer mi rostro inconscientemente, y entonces aquel ángel se acercó a mí una vez más. Mi Geraldine.

Lamentando a cada momento la pérdida de mi Abigail, sus ojos demostraban amargura, y tristeza ajena, por mi. Y entonces la tristeza por tan dolorosa pérdida, me obligó a lanzarme a sus brazos, y entregarme a ella en cuerpo y alma, ganándonos así el odio de su padre, mi querido amigo, Nicholas.

Pero no fue más hasta unos meses después, que una horrible noticia sacudió mi cuerpo, con un escalofrío de horror. Aquel mismo hombre que había venido a interrumpir mis sueños informándome que Abigail había muerto asesinada, interrumpió mis sueños una vez más para informarme que la culpable de aquel horrible asesinato, la autora de aquel horrible, y profundo corte en su cuello, había sido nada más y nada menos que mi ahora amada Geraldine. Me negué rotundamente a aceptar tal horrible acusación, Geraldine, no era más que una inocente… no era más que una quinceañera.

Un día que observé las fotos de mi difunta Abigail, su cabello, su rostro, y sus ojos tan hermosos. Geraldine se había obsesionado con su cabello, y algún día deseaba traerlo igual que Abigail, y traté de convencerla de todas las formas existentes, de que su cabello la hacía ver aún más hermosa, sin necesitar uno como el de Abigail.

Amaba a Geraldine, ahora, tanto como antes había amado a Abigail. Pero su comportamiento caprichoso, y su mirada de odio, con la que espantaba a cada mujer que se me acercara, terminaron por consumir todo el amor que sentía por ella, además de las insistentes acusaciones de que Geraldine había asesinado a mi Abigail, de parte la gente que nos rodeaba, y un día inesperado terminé por despojarla de mi hogar, obligándola a volver a cual fuera el lugar en el que había estado durante tres años, cuando hubo desaparecido.

Sin embargo una noche volvió… y no pude resistirme a sus encantos, entregándome así a sus brazos, haciéndola mía completamente, y por la mañana siguiente una de las sirvientas que trabajaban para nuestro servicio, interrumpió nuestro profundo y encantador sueño después de tal noche de placer infinito. Las palabras que salieron entonces de su boca me hubieron horrorizado totalmente, dejándome al borde de la locura instantánea. La tumba de mi Abigail había sido profanada. Y entonces miré mis manos, que estaban cubiertas de sangre, al igual que mi ropa y las sabanas, dirigí mis ojos repentinamente hacia los de Geraldine, quien traía una peluca de cabello rojo anaranjado, totalmente opaco y enredado, sobre su cabeza, y que derramaba a través de su rostro, la sangre de Abigail.

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Lupus Demonae

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