Camino al infierno.

Mi entrevistado insiste en vernos en un café justo en el centro de la ciudad, pues según él, no hay lugar más íntimo que aquel que está muy concurrido. La mesera me sirve café y le pido que traiga otro menú para cuando llegue mi acompañante, con una sonrisa se aleja para buscar lo que le pedí. Escucho la puerta abrirse y veo al oficial Toschi vestido de civil en su chaqueta de aviador y unos jeans; hace un gesto con su cabeza para saludarme.

—Buenos días, oficial—saludo con respeto mientras él se sienta— gracias por aceptar mi invitación.

—De nada, me temo que tengo el tiempo limitado— dice mientras mira su reloj—, le contare todo lo más rápido posible.

—No hay problema oficial. Por favor, siéntase en confianza de pedir lo que guste para desayunar.

—Sólo café por favor, no acostumbro a desayunar.

La mesera se acerca y le sirve café, mientras él lo endulza saco mi grabadora y mi cuaderno de notas.

—Fue hace tres años, yo trabajaba en el este del país en el condado de Madison, —explica— venía de ser policía de una ciudad más grande así que se imaginará que el cambio fue bastante significativo. Mi compañero era Jim Robinson, llevábamos ya más de dos años trabajando juntos, así que nos teníamos mucha confianza. —da un sorbo al café— Era octubre, unos días antes de Halloween, por esa temporada casi siempre atendíamos casos de gente bromista por las festividades, siempre fue todo relativamente tranquilo pues la gente jamás fue problemática. Esa noche nuestro sargento nos mandó a patrullar la interestatal setenta y seis la cual cruza todo el estado, habían asaltado una estación de gasolina unos días atrás cerca de nuestro territorio así que queríamos prevenir que se repitiera de nuevo, aunque lo más probable era que se tratara de algún viajero casual de alguna otra ciudad que se decidió a hacer el atraco justo en ese pequeño lugar… Bueno pues, él y yo paramos en esa misma estación a ver si todo estaba bien y a comprar café; —sonríe irónicamente— le parecerá un vicio pero me mantiene despierto y en este trabajo es lo mejor estar alerta. Subimos a la patrulla y comenzamos nuestro patrullaje en dirección de norte a sur, parando ocasionalmente en las gasolineras por un minuto o dos para cerciorarnos de que todo estuviera en orden; hablábamos de todo un poco intentando hacer el trabajo más ameno, ese Robinson sí que tenía sentido del humor—dice con nostalgia—. Después de unas horas en carretera nos disponíamos a regresar a la base, cuando lo vimos.

Era un tráiler de un solo remolque color blanco, pero gastado por el uso, tenía las letras grabadas WLC en la parte trasera, supimos de inmediato que pertenecía a la compañía West Logistic Company, era común ver vehículos de esa empresa por la zona debido a la ruta comercial que significaba la setenta y seis; tal vez se preguntará qué de raro tiene de ver un tráiler circulando en carretera, pero este era especial, iba a una velocidad tremendamente alta, muchísimo más para un vehículo de sus dimensiones, y sus luces parpadeaban todo el tiempo, delanteras y traseras, incluso en la patrulla era difícil seguirle el paso. Jim tomó la bocina y le indicó al chofer que parase lo más pronto posible; pero no hubo respuesta, en cambio el vehículo siguió su curso normal sin hacernos caso; después yo tomé la bocina y le dije que si estaba en problemas sintonizara la radio en la frecuencia que le di y podríamos hablar, ya sabe, la mayoría de ellos tienen una radio para comunicarse, fue ahí cuando escuchamos su voz por primera vez…

—Se llamaba Anthony Anderson, decía tener cincuenta años y ser trabajador de la empresa desde hacía veinte, su voz sonaba realmente aterrada; le preguntamos si necesitaba asistencia mecánica, pero él contestó que no, que su problema era muchísimo más grande que eso. Jim y yo pusimos cara de perplejidad, así que le pregunté por el radio que cuál era su problema, de pronto su voz cambio a una de desesperación; nos dijo que era un hombre serio, chapado a la antigua, que no creía en viejas supersticiones ni nada de eso, pero que desde hacía una media hora una mujer de blanco yacía sentada a su lado, justo en la ventana contraria a la de él y que no había tenido el valor de voltearla a ver al rostro. Al inicio pensamos que era un juego ridículo, que aquello simplemente era una alucinación u otra broma de Halloween. Le dije molesto que no nos gustaba que jugaran con nosotros, que siempre había otras emergencias que atender y no era muy maduro de su parte engañarnos así. De pronto el radio comenzó a emitir unos sonidos guturales, parecidos a una lengua extraña y realmente terroríficos, “Eso es lo único que escucho desde que se subió, me ha sido imposible controlar el tráiler desde entonces” dijo con voz temblorosa. Maldije, y le grité que eso no era ninguna prueba; de pronto, justo frente a nuestros ojos, desapareció, así nada más, delante nuestro sólo había un tramo largo de carretera oscura y vacía, además de un potente olor a azufre. Para nuestra sorpresa el radio emitió una voz que aun hoy me provoca pesadillas, era Anthony gritando por ayuda, decía que estaba en una carretera desconocida, entrando a un viejo pueblo polvoriento y solitario, nos dijo que la mujer lo veía fijamente, pero que él aún no se atrevía a mirarla, el hombre parecía estar temblando del miedo pues decía que el tráiler se movía solo, entrando lentamente por las calles vacías de ese pueblo fantasma, balbuceando como el demonio; sé que no podrá imaginárselo, o tal vez sí, pero le puedo asegurar que jamás en su vida ha escuchado a alguien en una situación similar, que no sabe si morirá o no, que duda si está vivo o es un sueño, no le se describir con exactitud, pero no le deseo que en algún momento viva una experiencia así…

La mesera se acerca y nos llena la taza de café, veo en la cara de Toschi una expresión de angustia por recordar aquella noche, pero en cuanto nota que lo miro, trata de serenarse.

—Nos describió el pueblo, parecía uno de esos de los cincuenta, con estructuras similares según decía, de pronto dijo que el tráiler se detuvo, justo en el medio del pueblo y él se calló, un silencio expectante y lleno de incertidumbre siguió durante un largo minuto, cuando él volvió a gritar: “¡Las luces se apagaron, no veo nada!”, comenzó a gritar de nuevo lleno de pánico… Después siguió el peor grito que le escuché esa noche, fue uno de terror profundo que te llegaba hasta los huesos, nos estremeció a Jim y a mí a tal grado que avente la radio; luego Anthony gritó “¡Estoy rodeado!, ¡no tienen ojos!, ¡ninguno tiene ojos!, ¡me quemo!, ¡AYUDA!” se escucharon cientos de voces y lamentos, lenguas extrañas, gritos de agonía y el sonido del fuego; ese maldito sonido me pone nervioso todavía… Eso fue lo último que dijo justo antes de que la conexión se perdiera.

Toschi me mira con inquietud, como esperando mi reacción ante sus declaraciones, me mantengo tranquilo, aunque su historia logró impresionarme.

— ¿Qué hicieron después? — pregunté.

—Pues buscamos todo lo que pudimos, a él o a su tráiler, pero nunca pudimos encontrarlo esa noche. Naturalmente en la estación nos creyeron locos y minimizaron el incidente como una broma o algo parecido, nos sentimos idiotas claro está, pero sabíamos perfectamente que no soñamos, que lo vivimos, pero jamás nos tomaron en serio hasta que la empresa levantó una denuncia por la desaparición de Anthony Anderson, sin embargo, el sargento insistió en que no contáramos esa historia disparatada o el departamento quedaría en ridículo, me sentí mal porque supe que tenía una familia esperándolo, pero jamás intenté contactarlos… Aun hoy me pregunto si hice lo correcto. Una semana después de eso, encontraron el tráiler de Anderson quemado en medio de la nada, ni siquiera había huellas de neumáticos alrededor suyo, como si el tráiler hubiera sido colocado ahí simplemente y por supuesto jamás encontraron el cuerpo de Anthony, ni ningún indicio de su paradero… Jim nunca volvió a ser el mismo y se retiró del departamento, hasta el día de hoy no sé que fue de él; yo pedí mi transferencia inmediatamente; si me pide una explicación al respecto, que sé que me la pedirá, simplemente no la sé, tal vez un lugar antiguo que reclama almas de vez en cuando o que se yo, saque sus propias conclusiones, lo único que puedo asegurarle es que lo sobrenatural existe allá afuera, y que todos en absoluto estamos expuestos a vivir una experiencia así alguna vez en nuestras vidas.

Autoría propia

Miranda M

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