Gracias por el bolso

Ya era bastante tarde cuando, después de una larga y ardua jornada de trabajo, el jefe me permitió volver a casa.

Aún recuerdo lo tranquilas que estaban las calles. Claro… A las once de la noche, la ciudad ya hacía tiempo que dormía… los coches permanecían quietos, bajo la luz de la luna… Y yo, sin embargo, allí estaba… solo…

En cierto modo, me gustaba estar así. No había nadie que se pasase por delante mío y que sin querer me propinase un codazo. No habían obras que molestasen con sus tan desagradables estruendos. No había tanto bullicio… Ahora reinaba un silencio imponente.

Continuaba andando hacia mi hogar, cuando de repente, pude divisar una silueta al fondo de la calle. No podía distinguir del todo bien, debido a la oscuridad, qué es lo que era aquello, así que, continué avanzando.

Cada vez podía distinguir aquello un poco más, y al estar lo suficientemente cerca, pude aclarar todas mis dudas; justo ahí había una mujer que rondaba los treinta años.

Parecía estar buscando algo, así que yo, como un buen caballero, decidí preguntarle.

 

—Buenas noches, señorita… ¿Podría preguntarle qué hace a estas horas aquí? —fue lo que le dije.

—¡Ah! —exclamó sorprendida, al verme de repente—. Buenas noches, señor, ¿Me podría ayudar, si es tan amable? —preguntó a continuación.

—Sí, por supuesto. —contesté, asintiendo con la cabeza

—¡Muchísimas gracias! —respondió ella, y continuó hablando—. Verá… Vengo de una cita, y… recuerdo perfectamente que llevaba el bolso encima… Pero ahora no sé porque, no lo encuentro… ¿Podría ayudarme a buscarlo?

—¡Sí, faltaría más! —respondí—. Pero… más o menos… ¿Usted se acuerda de dónde lo pudo perder?

—Bueno… me parece que podría estar por… allí. —dijo señalando con su dedo un parque algo alejado de donde nos encontrábamos, y continuó hablando—. Si no recuerdo mal, aún lo llevaba encima, así que tuve que perderlo a partir de ese punto… creo…

—Está bien, señorita, iré a buscarlo por esa zona. Mientras, usted espéreme aquí. Confío en que no tardaré demasiado en encontrarlo… —dije.

—¡Oh! Mil gracias, señor, es usted muy amable.

 

Acto seguido, me dirigí a ese parque que ella me había indicado, rezando por encontrar lo más rápido posible su bolso perdido. Yo que pensaba que por fin me iría a casa a descansar, y sin embargo, aún continuaba en la calle, ayudando a una mujer a hallar su tan preciado objeto.

Una vez estaba en la zona en donde ella creía haber perdido el bolso, comencé a rebuscar por todas partes. Miré bajo unos bancos que había junto a un par de columpios, pero no hubo suerte. Miré debajo del tobogán, pero tampoco estaba allí. Anduve buscando el maldito bolso por todo el perímetro, pero al fin, después de un largo rato, distinguí algo que sobresalía de la tierra movida. Al acercarme, comprobé que era la correa de un bolso.

«¿Qué hará esto aquí?» me pregunté, extrañado.

Decidí no darle demasiada importancia, y volver a donde estaba aquella misteriosa chica para, al fin, devolverle el bolso e irme a mi casa de una vez por todas, pero cuando llegué, la mujer ya no estaba allí…

Desconcertado, traté de llamarla, mas no conocía su nombre, así que me delimité a caminar en círculos gritando: ¡Oiga! ¿Señorita?, sin obtener respuesta alguna.

 

De repente, un hombre mayor, de unos sesenta años, asomó la cabeza por la ventana de su casa, y me miró con gesto serio.

 

—¿A qué vienen todos esos gritos a estas horas, muchacho? —me preguntó.

—¡Oh, discúlpeme señor! Verá, estoy buscando a una mujer. —dije yo.

—Bueno… No sé si podré ayudarte, jovenzuelo. Dime… ¿Cómo era la chica?

—Pues… No sabría decirle… pero…

 

De repente se me ocurrió una idea. Abrí el bolso, en busca de alguna documentación de su propietaria, y ¡Bingo! Dentro había su DNI, y… algo más que brillaba en el fondo, pero que no quise mirar para no violar la intimidad de la mujer.

Acto seguido, se lo entregué al señor, y él, entristecido, comenzó a llorar.

 

—¿Qué le ocurre, señor? —pregunté.

—¡Insensato! —me gritó—. ¿¡Cómo te atreves a preguntarme dónde está!?

—Pero… ¿Acaso la conoce? ¿Qué ocurre? —pregunté asombrado.

—¡Pues claro que la conozco! —respondió, cabreado—. ¡Esta mujer es mi hija!

—Y entonces… ¿Qué problema hay? ¿Mejor, no? —dije.

 

Acto seguido, el hombre cerró violentamente la ventana. Pensaba que iba a salir de su casa para hablar conmigo, pero lo único que ocurrió fue que, unos minutos después, un par de vehículos policiales se pararon justo delante mío. De ellos, salieron algunos agentes, que me decían una y otra vez: ¡Quédese quieto! y: ¡Manos arriba!.

A continuación me confiscaron el bolso, y me ordenaron que me sentara en uno de los coches. Traté de defenderme, pero no me permitían hablar.

He de reconocer que estaba muy asustado. No entendía que estaba pasando. Era increíble como en menos de media hora, aquella noche tan tranquila y serena, se convertía en la peor noche de mi vida.

Una vez en el coche, uno de los agentes me dijo:

 

—Voy a leerle sus derechos. Una vez que lo haya hecho, todo lo que diga podrá ser usado en su contra. ¿Entiende lo que le digo?.

 

Yo asentí sin decir nada.

 

—Ahora vamos a llevarlo a comisaría. —continuó el agente—. Allí podrá realizar una llamada y solicitar un abogado. —

—¡Agente, yo no he hecho nada! —dije asustado.

—Eso deberá explicárselo al juez. —dijo, y acto seguido se giró para hablar con otro agente.

 

El trayecto hasta la comisaría se hizo eterno. Una vez allí, me hicieron bajar del coche, y me cogieron de los brazos. Se me escapó una lágrima, del miedo que tenía, pero nadie se dio cuenta.

Me sentaron en una silla, justo delante de un hombre uniformado, al que los agentes se dirigían como Comisario Blanco.

 

—Bueno, muchacho… ¿Cómo te llamas? —me preguntó en un tono amenazante.

—S-Samuel… —dije tartamudeando de lo asustado que estaba—. Oiga señor, yo no he hecho nada, se lo aseguro…

—Bien… En ese caso… ¿Podría usted explicarme que hace con ese bolso? —preguntó.

—¡Sí! Verá señor, yo volvía de mi trabajo, y por el camino me encontré a una chica que andaba buscando algo. Entonces, me ofrecí a ayudarle, y me contó que lo que había perdido era su bolso, y que lo perdió por el parque. —hice una pausa para respirar—. Luego, lo encontré, y estaba semienterrado en la tierra del parque, cosa que me extraño, pero no le di demasiada importancia. A continuación, regresé a donde estaba la mujer, pero se había esfumado, así que empecé a llamarla, y un hombre mayor me oyó. Él me preguntó que a quién llamaba, y yo le enseñé una foto suya, pero no sé por qué, se enfadó conmigo y se metió de nuevo en casa. Y entonces fue cuando aparecieron varios agentes y me llevaron aquí. —expliqué.

—Bien, pero… ¿Sabe usted que ese bolso pertenece a… Una víctima?

—¿Eh? ¿Qué quiere decir? —pregunté atónito.

—Hace menos de una semana que ocurrió. Los agentes hallaron el cuerpo sin vida de una mujer llamada Sara Arango. Murió desangrada por varias cuchilladas en su torso, pero aún no hemos encontrado al culpable. Hay varios sospechosos, y entre ellos está usted, por haber encontrado el bolso de la chica, ¿entiende?

 

Me quedé en shock. ¿Acaso aquella inocente mujer… estaba muerta? ¿Cómo podía ser?

Acto seguido, el comisario salió de la sala, dejándome solo, pero podía escucharle hablar con alguien fuera. Si no me acuerdo mal, hablaba con una mujer sobre aquel maldito bolso, y pude escuchar que dentro había, además del DNI, un… ¿¡Cuchillo!?

Sacando antes el DNI me di cuenta de que había algo más, aunque no llegué a pensar que fuese un cuchillo.

A parte de aquello, logré escuchar algo sobre que las huellas encontradas en el cuchillo no coincidían con las mías. ¡Por supuesto que no! Yo no había asesinado a nadie…

Unos minutos después, el comisario Blanco regresó a la sala donde me encontraba, y me dijo:

 

—Bueno, joven. Hemos estado investigando y las huellas del cuchillo no pertenecen a las suyas. Puede irse a casa. Queda libre.

—¿Qué cuchillo? —actué como si no hubiera oído la conversación.

—Venga, muchacho, sabemos que lo ha oído todo. —me pilló—. ¡No pasa nada! —dijo, bromeando.

 

Después del gran malentendido, salí de comisaría junto a un agente, que me llevó hasta mi casa amablemente. Una vez allí, saqué la llave, abrí la puerta, y de pronto oí una voz femenina bastante familiar, que me dijo:

 

«Gracias por el bolso».

 

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Miquel

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