Tu fantasma

Benjamín, que acababa de mudarse a una casa, recibió la visita de Rolando, su mejor amigo.
Se saludaron y lo hizo pasar a la sala.

– Siéntate – lo invitó Benjamín, y agregó señalando hacia un pasillo -. Voy a traer un vino y algo para comer.
– ¡Menuda casa te compraste! ¿Estás saliendo con la hija fea de tu jefe? ¡Jajaja!
– Ahora no tengo jefe, tengo jefa… me cambié de empresa ¡Jeje!
– ¡Ahí está! Es eso ¡Jajaja!
– Vos siempre tan bromista Rolando. Ya vengo. Si quieres mirar la tele dale nomás. Mi casa es tu casa.

Rolando se sentó a sus anchas y se puso a contemplar la habitación. Unos minutos después vio a su amigo que venía por el pasillo; detrás de él iba una señora mayor que lo seguía de cerca, mas antes de entrar a la sala la señora dobló hacia una habitación.

– ¿Quién es la señora? ¿Contrataste un ama de casa y todo? – preguntó Rolando.
– ¿Qué? ¿Qué señora?
– La que venía atrás tuyo en el pasillo.
– No bromees con eso, en la casa no hay más nadie.
– No bromees tú, iba caminando cerca de ti y dobló en aquel cuarto.
– ¿En serio?
– En serio. Te lo juro por mi madre.

Benjamín dejó sobre la mesa la botella que tenía en la mano y, muy serio miró hacia el pasillo. Sabía que su amigo no juraba en vano, además había sentido una especie de corriente fría en la espalda, y no era la primera vez que le pasaba eso en aquella casa.

– Creo que en mi casa hay fantasmas, creo no, si lo viste es porque hay – razonó Benjamín.
– Yo la vi sí, y ahora que la recuerdo se veía un poco rara, tenía la cara muy gris.

Los dos quedaron mirando hacia el pasillo, expectantes ante algún cambio, y de pronto la aparición volvió a salir, les dio la espalda y se fue alejando lentamente, pero un instante después giró rápidamente la cabeza hacia ellos como lo hacen las lechuzas con una sonrisa macabra en su rostro, y comenzó a caminar hacia atrás mientras los miraba de frente.
Los dos salieron de la casa como una exhalación, huyeron sin mirar hacia atrás, pero de reojo vieron que la aparición los perseguía lanzando manotazos al aire.
Benjamín fue el que más se aterró, pues había dormido varias noches allí, y supo que aquella sensación de que alguien lo observaba era la anciana que ahora los perseguía.

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