El Espejo

Hermosa plata que halagas a mis ojos, siento un placer atestado, adornado con jugosas ansias de evocar la dicha plena, siendo para todos como diadema, el recordar un suceso sentimentalmente importante. Tus rayos infunden variadas sensaciones provocadas por lo inverosímil de tu rostro, el cual; tallado ha sido con escasa delicadeza. El misterio atesorado en tu uniforme cuerpo, solo se compara con la oscuridad en los ojos de este cuento.

Se encontraba sentado en un sillón de su habitación, no muy cómodo, mas la costumbre lleva a la conformidad, de pronto escucho un ruido en la cocina; se apresuro acompañado de gran agitación. Los utensilios estaban desorganizados, algunos continuaban en movimiento ¿Qué provoco tal acontecimiento? si lo último que recordaba era ver al mundo oscurecer a las tres de la tarde. Mejor sería tomar un buen baño para calmar los nervios y olvidarse de lo quizás neurótico de su persona. En la ducha, prosiguió otro espectáculo, protagonizado por la manilla de la tubería, se abría y cerraba ha voluntad propia. Extraño, los sentidos agudizaban paso a paso, instaurando la congruencia inhóspita.  Debía ser un espíritu muy mal ubicado, desviado de su verdadera ruta tratando declamar, en el intento por demostrar que su vibración continuaba espacial. Alguien toco al timbre ese día,  tan pronto pudo salió corriendo del baño, toalla amarrada hasta la cintura, tomo las llaves que estaban colocadas en una simple escarpia de la pared ¡Ya voy! Se escucho.

Abrir la puerta se hizo como costoso aprendizaje, torpe donde neófito se estrena. El visitante era uno de sus mejores amigos sino el mejor y señero. Rápidamente le recomendó lo preferible que era charlar afuera, así bromear y pasar el tiempo opinando sobre la vida como acostumbraban; pero el camarada era adicto a las tertulias llevadas en la sala, mientras de fondo se escuchaba alguna de las piezas seleccionadas con sumo cuidado por cada uno, dependiendo del tema ha entablar. Accedió quejumbroso y malhumorado. Vestido, entro en la sala y escogió una pieza exquisita para el momento: La Doncella y la Muerte de Franz Schubert, cosa que extraño al amigo; pero que mas daba, la obra valía oro como para quejarse. Procedió a contarle sobre los episodios, del amigo salieron unas abarrotadoras carcajadas, resonando en cada rincón de la lujosa casa. Molesto, replico lo real del asunto ofreciéndole quedarse hasta comprobarlo. La necedad es una compañera dotada de extravagancia, fulgor, temperatura, color y edad. Aceptada la propuesta, dispusieron de diversos modelos para el entretenimiento, desde extensas partidas de ajedrez hasta intercambiar criticas supuestamente constructivas hacia todo tipo de personas distinguidas que admirasen.

La noche llego como lucero atravesando nuestro celeste espacio, desvaneciéndose acorde traspasa las capas. La hora horada llego, con previo aviso a pesar del tiempo transcurrido, los libros del estante cayeron bruscamente, los vidrios de la mesa se quebraron generando una disonancia enorme, la sinfonía había comenzado. Los cuadros rasgados, los cojines volcados, el ente volvería una hecatombe de la casa.

Aunque la música proseguía, invadiendo el panorama, los cofrades se hallaban aterrorizados, cada uno por su lado. El amigo lleno de pánico con la mano derecha tapándose la boca, estupefacto; el otro paralizado con la visión sombría, escuchando el alboroto. De pronto un silencio repentino represento la idea maestra, al volverle la visión quedo espantado. Su amigo estaba muerto, tumbado en el suelo con los ojos fijos en dirección al aun vivo, presentando unas marcas en el gollete. No le quedaba otra opción que encomendarse al Altísimo:

-Burla de amonestación, aquí en esta habitación te exhorto y confió en Dios, que si he cometido falta alguna, con el cuerpo pleno de mi frère, brotándome un dolor profundo inexplicable a mi razón, aseguro con lágrimas la retribución-. Dijo.

Su visión se volvió tenebrosa, permaneciendo mientras le desencadeno una angustia de la que no pudo escapar. Caeli bendito, gratificación donada por bondad inmerecida, plagando con tus hermanas nuestro afán, en busca, de alcanzar la gloria.

A la mañana siguiente, estaba él, apenas acomodado en su costumbre de conformidad, con ambas manos alrededor del cuello. No hubo mucha explicación, ya que el único testigo con vida, era donde tenía su mirada fija, el espejo frontispicio al sillón.

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Amadeus

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