Deseo

Verónica vivía en un campo del Cibao, anclado entre lomas y conucos. Tenía por costumbre escurrirse de madrugada hacia un claro en medio del monte a contemplar la luna. Su halo y su brillo muerto la abstraían de su vida adolescente  Pero a esa tarde de discusiones con su madre le seguía una noche negra.

Esa madrugada era tétrica. No solo no había luna, tampoco había viento. Hasta el arbusto mas flácido estaba totalmente quieto como si estuviese petrificado de miedo ante la presencia de algo nefasto. El paisaje…la naturaleza toda carecía de alma esa noche infame.

Pero ella necesitaba salir. Ese vacío existencial,  endémico de su edad, no la dejaba conciliar el sueño. Quería recostarse sobre las hojas muertas de aquel claro, aunque los ases plateados de la luna no embalsamen su cuerpo. Volvió a fugarse. Cerró con cuidado la puerta de la casa, tomó una lámpara de la cocina y corrió loma abajo.

De no ser por la lámpara no podría ver ni sus manos. Solo al llegar al claro se dio cuenta de algo obvio: no habían sonidos. Ni los grillos, ni las ranas, ni las pisadas de los demás animales sobre las hojas quebradizas podían escucharse. Su subconsciente empezó a notar que ella era lo único vivo en demasiados metros a la redonda. Eso hizo que su piel se erizara sin saber por qué. Pero ya estaba ahí. Así que decidió recostarse sobre su lecho de hojas muertas.

Su mente observaba como un simple espectador todos sus pensamientos, pero uno la hizo concentrarse. Recordó que esa tarde mientras su madre y ella discutían, en un arrebato de ira ella dijo: “quisiera ser la única persona en este mundo y jamás volver a verlos.”

Su subconsciente empezó a atar cabos sin decirle nada. ¿Por qué no escuchó los insoportables ronquidos de su padre mientras caminaba a hurtadillas hacia la puerta? ¿Qué paso con el gato? ¿Por qué en medio de un bosque tropical  y fértil solo podía escuchar su respiración?

Su mente concluyó que algo andaba mal y le avisó a su cuerpo. La adrenalina empieza a fluir por su espina dorsal y  dopa cada musculo de su cuerpo. Sus pupilas se dilatan y empieza a transpirar. Corre como nunca antes había podido. Corre tan rápido que la lámpara se extingue, pero sus pupilas estaban tan dilatadas, que la casi imperceptible luz de las estrellas era suficiente para llegar como poseída hasta su casa.

Casi derriba la puerta de la sala. Toca nerviosa y eufóricamente la puerta de la habitación de sus padres, pero nadie responde. Al borde de un infarto y con su cerebro primitivo tomando cada vez más el control, derriba la puerta como a un hombre adulto le hubiese sido difícil. La gran cama estaba vacía, pero la sabana aun conservaba las siluetas de sus padres.

__¿Dónde están? !Maldición!  ¿Dónde han ido? Pensó una frenética Verónica.

Buscó en el baño, en su propio cuarto y en cada rincón….no había nadie. Sin saber qué hacer y sin entender nada, la adrenalina empieza a agotarse y su cuerpo entra en un letargo que desvanece su conciencia. Se quedó dormida.

Un  radiante rayo de sol le hace abrir los ojos y sentirse feliz al pensar que todo fue una pesadilla, pero ¿Por qué no cantan los ruiseñores? ¿Dónde están las ciguas?

__ Mamá ya debe estar despierta, quiero disculparme. Pensó sin acabar de entender.

Hizo el mismo recorrido que hace unas escasas horas atrás, con el mismo resultado…nada. Fue a donde sus vecinos y no estaban, fue al destacamento y solo estaban las armas ¿Dónde están los perros? ¿Qué les pasó a las palomas del parque? No le quedaba adrenalina para entrar en pánico otra vez. Lentamente, mientras caminaba por las calles baldías, fue entendiendo que su deseo se había cumplido. Solo le quedaba esperar que fuese un castigo temporal.

Al principio todos los días y luego cada cierto tiempo rompe en llanto al pensar que podría tratarse de una condena eterna. Llora casi con la misma amargura que su madre ante el coma total de su hija, en el hospital del pueblo.

FIN

Creación Propia

pedro

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