El necrófago

Pesadilla infinita


Entonces me desperté. Eran antes de las nueve de la mañana cuando amanecí, mareado y adolorido, tirado al lado de una vasija grande, al interior de la casa de mi novia, cercano a la puerta principal. Me dolía el cuerpo, y me sentía extraño, me sentía, de hecho, diferente. Me levanté muy lentamente, apoyándome con cuidado, y miré alrededor, con mi mano izquierda sobre mi frente. Sí, no cabía duda, había amanecido al lado de la puerta de entrada, pero ¿cómo?

La casa de mi novia, o mejor dicho, de los padres de mi novia, es una antigua casa colonial muy grande, que casi se podría considerar mansión. Era de acabados brillantes en madera, con muchas ventanas, un patio muy verde y plagado de pinos, dos pisos (nosotros dormíamos en el piso de abajo, los padres de mi novia arriba) y muchas salas. La puerta principal estaba escoltada por dos enormes floreros (yo amanecí apoyado en uno), y sobre ellos había un puente perteneciente al segundo piso. Amanecí debajo de la escalera (una elegante escalera de madera en espiral, con múltiples pilares que sostenían el puente que iba a la pieza de mis suegros), medio doblado, y por esto con un gran dolor de cuello. Más bien me dolía todo el cuerpo.

Hablando de mi cuerpo, éste me pesaba, pero de alguna manera también se sentía muy liviano. Sentía que me sobraban pedazos de piel, además me sentía hinchado, sobre todo en los brazos y muslos. Me parecía también que era ahora más alto. Por otro lado, la cabeza me daba vueltas y la visión se me nublaba de vez en cuando. Entonces abrí mucho los ojos, y pensé en la posibilidad: había consumido drogas. Me extrañaba, pues que yo recordara nunca había fumado ni consumido nada, así que no era posible que me hubiera drogado repentinamente por mi propia voluntad… Quizás había sido mi novia… esa mujer, en cuanto la viera se enteraría.

Me desdoblé, estirando mi espalda, y casi choco contra el puente de la segunda planta. De veras que sí estaba más alto. Me rasqué la barbilla, y no alcancé a moverme cuando escuché unos pasos por el pasillo; miré en esa dirección, y de pronto apareció mi novia, con cara de sueño y una taza de café en la mano. Caminaba arrastrando los pies y tenía la cabeza gacha y los ojos achinados por el sueño y las ojeras, que se le habían generado por el mal dormir. Ella siempre dormía mal.

Sonreí y avancé un paso. Abrí ligeramente mi boca, y en un tono bajo y susurrante le dije (desde varios metros de distancia):

—Buenos días.

De pronto mi novia miró en dirección a donde yo estaba, y se puso a buscarme entre la oscuridad. Entrecerró los ojos para ver mejor y, de pronto, pegó un leve salto por la impresión, y se alejó al trote por el pasillo. Yo me escondí entre los pilares de la escalera para pasar desapercibido (pues al parecer ella estaba jugando), y apenas dio la vuelta por el corredor, me dirigí hacia ella. Me sorprendí de lo fuertes que eran de pronto mis piernas, pues al pisar el suelo hacían mucho ruido. Balanceé los brazos de lado a lado, distraído y mareado como estaba, y luego me la encontré de espaldas, todavía entre las sombras.

—Oye, tú —le dije, y ella volteó. Cuando me vio a media luz chilló con fuerza y miedo, y corrió hacia nuestra pieza, botando mucho café en el recorrido. Sinceramente no entendía el juego. Me rasqué la cabeza, pensativo, y avancé un par de pasos torpes. Entonces, por un pasillo paralelo, vi pasar una visión de horror: era una figura alta, delgada y desecha, que caminaba encorvada. Me miraba a mí, y pude ver su rostro: era demacrado y roto, con mejillas hundidas y ojos de párpados quemados, la piel parecía estarse descomponiendo. Al verme, saltó hacia atrás con miedo, y así lo hice yo también. Se arrimó a la pared y me miró alarmado, como rogando que no lo atacara, haciendo una burlesca mímica de todos mis movimientos.

De pronto lo entendí, y eso me llenó de terror: la figura no era un monstruo que vagaba en los pasillos paralelos, era yo, que me miraba reflejado en un espejo grande del corredor. Me tomé la cara con asco y me pregunté qué había ocurrido. Estaba confundido. Me restregué contra la pared, al borde del llanto, y me tomé mi deforme cara con mis largas y asquerosas manos. Miré otra vez en qué me había convertido, y rápidamente empecé a buscar culpables. No era por qué, era quién me había convertido en bestia.

Me levanté, iracundo, y me dirigí hacia mi pieza, donde estaba mi mujer, buscando explicaciones. Empujé la puerta con fuerza, y ésta se rompió como si se tratara de una tostada. Ahí estaba ella, sentada en mi cama, besándose con otra persona: era yo. Se besaba conmigo, en mi forma humana y bella, pero ese no podía ser yo, pues yo estaba aquí; ese hombre era un impostor. Y quizás no sólo eso, ese hombre me podría haber transformado a mí en bestia para quedarse con mi novia. Todo parecía cobrar sentido, así que me acerqué. Ambos me miraban ya hace un par de segundos, confundidos y asustados. Quité a mi mujer de en medio, tomándola del brazo, y éste brazo cedió y se destruyó como si se tratara de un tubo de cartón. No le presté atención y simplemente la quité del medio. Me subí a la cama, iracundo, mientras mi mujer lloraba de dolor y el usurpador me miraba casi gritando de miedo. Lo miré, acerqué mi cara a la suya, y le grité:

—¡¡SAL DE MI CAMA, Y DEJA A MI MUJER!! ¿¡CÓMO ME TRANSFORMASTE EN ESTO!?

El tipo no respondió, y me vi obligado a tomarlo del cuello, acercarlo a mí, mirarlo a los ojos por última vez, apretar con fuerza, y…

Entonces me desperté. Era temprano en la mañana, y yo dormía apaciblemente en mi cama cuando me despertó el lejano grito de mi novia.

«¿Qué pasa, vio un ratón?», pensé soñoliento. Me senté sobre las sábanas, y entre la penumbra de la mañana de invierno pude ver la pieza muy desordenada. De pronto mi puerta se abrió, y entró mi novia, con cara de confusión, una bata blanca y una taza de café. Me miró extrañada, y luego sonrió. Se acercó hacia mí y me dirigió esa sonrisa que tanto me gustaba.

—Buenos días —le dije

—Buenos días —me respondió. Se sentó al lado mío y me miró contenta con su taza de café en la mano.

—¿Por qué gritabas? —La miré fijo.

—No pasa nada, es que tengo sueño —me dijo, y se limitó a sonreírme. Estuvimos unos segundos así, hasta que le solté:

—Tuve un sueño muy raro.

—¿Sí, y de qué era? —Me miró con ternura.

—Eso no importa ya —le dije, y por simple impulso la empecé a besar. Ella dejó su café en el velador y me devolvió todos los besos, y estuvimos un rato así, fundidos ambos como osos, cuando de pronto la puerta se hizo pedazos. Miramos ambos aturdidos, cuando de entre el hollín y la sombra surgió una figura alta y desecha. Su cara era hundida, sus ojos de párpados negros y su piel estaba en descomposición. Me invadió de pronto el miedo más horrible, y solté a mi mujer, que estaba quieta como estatua.

De la nada, la bestia cargó hacia nosotros, y con su fuerza de bruto le quebró el brazo a mi mujer y la empujó con fuerza contra la ventana. Ella lloraba, y entonces el monstruo se paró sobre la cama y me miró con odio. Yo estaba al borde de gritar, cuando el monstruo puso su deforme cara a escasos palmos de la mía y rugió con fuerza, de una forma infrahumana y con un tono de voz imposible. Gorjeaba con furia y escupía, y su aliento asqueroso me mareó. De pronto me agarró del cuello, me miró con un odio que no entendía, y empezó a estrujarme. Me estrujó, y…

Entonces me desperté. Eran antes de las nueve de la mañana cuando amanecí, mareado y adolorido, tirado al lado de una vasija grande, al interior de la casa de mi novia, cercano a la puerta principal. Me dolía el cuerpo, y me sentía extraño, me sentía, de hecho, diferente…

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17 comentarios

Me gustó el bucle temporal del segundo relato, hace ponerte en la situación del protagonista y sería horrible si te sucediera lo mismo.

Con respecto al tercero, a mí en lo personal me encantan los sauces, siempre me han parecido misteriosos y más leyendo este relato.
Lo que noté es que a veces se repiten mucho las mismas palabras como por ejemplo »Linterna» Quizá se debería sustituir por pronombres, o haciendo referencia porque sino se vuelve pesado.

Wow, debe ser duro tener una pesadilla así, arggg, nada más de estar pasando esa cosa una y otra y otra vez me dieron escalofríos

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