Blut

Las parábolas que se describen misteriosamente en una cortina, los pliegues en un papel, las ramas de un árbol, la forma que toman los libros mal acomodados son cosas tan triviales que no son tomadas en cuenta por nadie; a menos que…
Soy habitante de un singular pueblo, inmerso en la melancolía del grisáceo entorno, motivo por el cual nadie presta atención a las cosas que aquí me referiré. Comprendo que el lector entenderá a la perfección mis explicaciones, ya que esa sensación de incertidumbre por las formas de las cosas que me ha embriagado de terror desde que tengo memoria es algo que todo el mundo ha experimentado por lo menos una vez a lo largo de la vida.

Todo comienza con la inocencia de la niñez, y la excelsa imaginación que identifica a esta etapa. Como algunos de ustedes yo era atacado por lo que actualmente la ciencia se resuelve en definir como “terrores nocturnos”, es decir, víctima de mi propia imaginación. Recuerdo poco la primera vez que fui atacado por este ente, en una víspera de año nuevo, fecha en que los habitantes de este pueblo se reúnen en torno a la catedral en espera que el año viejo sea tragado por la insondable oscuridad del olvido y el año nuevo llegue con sus sofocantes aires de promesas y porvenires.

Ese año nos reunimos como todos en aquel sitio, y tras la última campanada del año agonizante comenzó el espectáculo de fuegos artificiales, haciendo ese horrible contraste de sombras y luces en la fachada de la inmensa catedral; fue entonces la primera vez que lo vi, un ser orgánico, dibujado por las sombras en todo el esplendor de la catedral, mirándome con ojos insaciables. Tal vez la gente estaba demasiado embebida en los fuegos artificiales, o tal vez estaban demasiado ocupados felicitándose y abrazándose los unos a los otros, pero nadie más se percató del inmenso y espectral rostro, sonriente, vigilante, dibujado con finos detalles sobre la monstruosa fachada de la catedral. Por supuesto, lo comenté con mi familia entera, pero como se podrán imaginar nadie me escuchó, ya que para ellos era evidente que todo esto fuera el simple producto de mi imaginación.

Y yo mismo, con el correr de los años, estuve a punto de convencerme también que todas estas alucinaciones sólo eran producto de mi imaginación, y nada más, pero hubo circunstancias que pusieron en duda esto. Cierto día caminaba a través del puente, sobre el río de la calle principal, cuando me percaté que las pequeñas olas que formaba el viento –o que debería formar el viento, ya que esa tarde no soplaba ninguno- en la superficie creaban el mismo rostro que había visto sobre la catedral. Se encontraba impasible, atento, moviendo lo que debiera de ser su boca como tratando de decirme un gran secreto… Eran situaciones como esta las que me hacían dudar que lo que yo veía era el simple producto de mi imaginación.

Esa noche, ¡cómo olvidar esa noche! Llovía y tronaba estrepitosamente, y las ramas del gran pino plantado en nuestro jardín vacilaban con el viento, escuché una voz en la copa del pino, llamándome por mi nombre, salí a su encuentro, acercándome despacio a través de la fría lluvia. ¡Ahí estaba de nuevo! Entre las ramas podía mirar a aquel extraño ser, etéreo, ansioso, esta vez lo escuchaba, ¡y él sabía mi nombre! Pero, ¿qué buscaba de mi? Corrí aterrado hasta mi cuarto y me escondí debajo de las sábanas hasta el amanecer. A partir de ese día aquel horrendo ser se ha acercado más y más a mi, cada vez lo siento más próximo, lo veo menos etéreo, más material, lo escucho más claro, y más fuerte…

Después del encuentro en el pino aquel ser me visitó a diario. Se posaba, vigilante, sobre el árbol, a observarme por noches enteras. Noté que había logrado bajar del árbol y esconderse entre los rosales, al lado de la entrada principal a la casa; no tardó mucho en cambiar su escondite, la siguiente vez que lo vi se encontraba en el gran librero de la sala, su rostro terrible se dibujaba con las formas de los libros y sus sombras. Desde ahí me hablaba, susurrando cosas inaudibles para los demás; tiempo después avanzó, lo podía ver dibujado en el polvo del tapete a la entrada de mi habitación, ¡se encontraba ya tan cerca de mi! Sólo podía pensar en lo peor; a partir de esa noche me limitaba a esperar que este demonio por fin llegara hasta mi.

Las madrugadas eran espeluznantes y eternas, las pasaba en vela escuchando la voz de aquella criatura, y sus pasos que anunciaban su proximidad. Se posó en la cortina de mi ventana, a escasos metros de mi cama, podía sentir su presencia, su mirada, su aliento… Días después saltó a los pliegues de mis cobijas, sentía sus gélidas manos abrazarme, susurrándome las más horribles pesadillas al oído mientras dormía. Era el fin, había logrado acercarse por completo a mi.

Al amanecer no lo encontré, no estaba en los pliegues de mis cobijas, ni en las parábolas que se formaban en mis cortinas, el tapete en la entrada de mi habitación tampoco tenía formas, ni el librero, los rosales o el pino. ¿Sería verdad? ¿Me había librado de él? ¡NO! ¡Mis párpados! Cerré los ojos y pude volver a verlo, en la oscuridad. ¿Qué me dice? “Blut”…

Perdí la conciencia, al despertar me encontraba húmedo, en un cuarto oscuro, busqué el interruptor y lo accioné, la luz era tenue; había una bañera con alguien dentro, me acerqué a revisar. ¡No era alguien, eran alguienes! ¡En la bañera encontré los cuerpos mutilados de mis familiares! Me llevé con horror las manos a la cara, y de ellas dejé caer algo. Dirigí mi atención al objeto: un cuchillo. Desesperado busqué un espejo, me vi a mi mismo, bañado en sangre, desaliñado, y la cara… ¡Dios mío, la cara! Era la fiel copia de aquel ser deforme que por tanto tiempo me había atormentado, y al fin consumido.

¿Haz sentido tú alguna vez estas sensaciones? ¿No? No me mientas… a menudo sientes cómo te observo desde las tinieblas, sientes mi presencia, mi cercanía. ¿Sigues negandolo, aún cuando justo ahora puedes escucharme detrás de ti? No temas, voltea, no te dolerá por mucho tiempo. Pero te lo advierto: Será la última vez que me verás.

Creación propia

Coyote

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